Cómo aunque
esta noche oscurece al espíritu, es para ilustrarle y darle luz.
1. Resta,
pues, decir aquí que en esta dichosa noche, aunque oscurece el espíritu, no lo
hace sino por darle luz todas las cosas; y, aunque lo humilla y pone miserable,
no es sino para ensalzarle y levantarle; y, aunque le empobrece y vacía de toda
posesión y afección natural, no es sino para que divinamente pueda extender a
gozar y gustar de todas las cosas de arriba y de abajo, siendo con libertad de
espíritu general en todo.
Porque, así
como los elementos para que se comuniquen en todos los compuestos y entes
naturales, conviene que con ninguna particularidad de color, olor ni sabor
estén afectados, para poder concurrir con todos los sabores, olores y colores,
así al espíritu le conviene estar sencillo, puro y desnudo de todas maneras de
afecciones naturales, así actuales como habituales, para poder comunicar con
libertad con la anchura del espíritu con divina Sabiduría, en que por su limpieza
gusta todos los sabores de todas las cosas con cierta eminencia de excelencia.
2. Porque, así
como los hijos de Israel, sólo porque les había quedado una sola afición y
memoria de las carnes y comidas de Egipto (Ex. 16, 3), no podían gustar del
delicado pan de ángeles en el desierto, que era el maná, el cual, como dice la
divina Escritura (Sab. 16, 21), tenía suavidad de todos los gustos y se
convertía al gusto que cada uno quería, así no puede llegar a gustar los
deleites del espíritu de libertad, según la voluntad desea, el espíritu que
todavía estuviere afectado con alguna afición actual o habitual, o con
particulares inteligencias o cualquiera otra aprehensión.
La razón de
esto es porque las afecciones, sentimientos y aprehensiones del espíritu
perfecto, porque son divinas, son de otra suerte y género tan diferente de lo
natural y eminente, que, para poseer las unas actual y habitualmente, habitual
y actualmente se han de expeler y aniquilar las otras, como hacen dos
contrarios, que no pueden estar juntos en un sujeto. Por tanto, conviene mucho
y es necesario para que el alma haya de pasar a estas grandezas, que esta noche
oscura de contemplación la aniquile y deshaga primero en sus bajezas,
poniéndola a oscuras, seca y apretada y vacía; porque la luz que se le ha de
dar es una altísima luz divina que excede toda luz natural, que no cabe
naturalmente en el entendimiento.
3. Y así,
conviene que, para que el entendimiento pueda llegar a unirse con ella y
hacerse divino en el estado de perfección, sea primero purgado y aniquilado en
su lumbre natural, poniéndole actualmente a oscuras por medio de esta oscura
contemplación. La cual tiniebla conviene que le dure tanto cuanto sea menester
para expeler y aniquilar el hábito que de mucho tiempo tiene en su manera de
entender en sí formado y, en su lugar, quede la ilustración y luz divina. Y
así, por cuanto aquella fuerza que tenía de entender antes es natural, de aquí
se sigue que las tinieblas que aquí padece son profundas y horribles y muy
penosas, porque, como se sienten en la profunda sustancia del espíritu, parecen
tinieblas sustanciales.
Ni más ni
menos, por cuanto la afección de amor que se le ha de dar en la divina unión de
amor es divina, y por eso muy espiritual, sutil y delicada y muy interior, que
excede a todo afecto y sentimiento de la voluntad, y todo apetito de ello,
conviene que, para que la voluntad pueda venir a sentir y gustar por unión de
amor esta divina afección y deleite tan subido, que no cae en la voluntad
naturalmente, sea primero purgada y aniquilada en todas sus afecciones y
sentimientos, dejándola en seco y en aprieto, tanto cuanto conviene según el
hábito que tenía de naturales afecciones, así acerca de lo divino como de lo
humano, para que, extenuada y enjuta y bien extricada en el fuego de esta
divina contemplación de todo género de demonio, como el corazón del pez de
Tobías en las brasas (Tb. 6, 19), tenga disposición pura y sencilla y el
paladar purgado y sano para sentir los subidos y peregrinos toques del divino
amor en que se verá transformada divinamente, expelidas todas las
contrariedades actuales y habituales, como decimos, que antes tenía.
4. También
porque en la dicha unión, a que la dispone y encamina esta oscura noche, ha de
estar el alma llena y dotada de cierta magnificencia gloriosa en la
comunicación con Dios, que encierra en sí innumerables bienes de deleites que
exceden toda la abundancia que el alma naturalmente puede poseer, porque en tan
flaco e impuro natural no la puede recibir, porque, según dice Isaías (64, 4):
Ni ojo lo vio, ni oído lo oyó, ni cayó en corazón humano lo que aparejó, etc.,
conviene que primero sea puesta el alma en vacío y pobreza de espíritu,
purgándola de todo arrimo, consuelo y aprensión natural acerca de todo lo de
arriba y de abajo, para que, así vacía, esté bien pobre de espíritu y desnuda
del hombre viejo para vivir aquella nueva y bienaventurada vida que por medio
de esta noche se alcanza, que es el estado de la unión con Dios.
5. Y porque el
alma ha de venir a tener un sentido y noticia divina muy generosa y sabrosa
acerca de todas las cosas divinas y humanas que no cae en el común sentir y
saber natural del alma (que les mirará con ojos tan diferentes que antes, como
difiere el espíritu del sentido y lo divino de lo humano), conviénele al
espíritu adelgazarse y curtirse acerca del común y natural sentir, poniéndole
por medio de esta purgativa contemplación en grande angustia y aprieto, y a la
memoria remota de toda amigable y pacífica noticia, con sentido interior y
temple de peregrinación y extrañez de todas las cosas, en que le parece que
todas son extrañas y de otra manera que solían ser.
Porque en esto
va sacando esta noche al espíritu de su ordinario y común sentir de las cosas,
para traerle a sentido divino, el cual es extraño y ajeno de toda humana
manera. Aquí le parece el alma que anda fuera de sí en penas. Otras veces
piensa si es encantamiento el que tiene o embelesamiento, y anda maravillada de
las cosas que ve y oye, pareciéndole muy peregrinas y extrañas, siendo las
mismas que solía tratar comúnmente; de lo cual es causa el irse ya haciendo
remota el alma y ajena del común sentido y noticia acerca de las cosas, para
que, aniquilada en éste, quede informada en el divino, que es más de la otra
vida que de ésta.
6. Todas estas
aflictivas purgaciones del espíritu para reengendrarlo en vida de espíritu por
medio de esta divina influencia, las padece el alma, y con estos dolores viene
a parir el espíritu de salud, porque se cumpla la sentencia de Isaías (26,
1718), que dice: De tu faz, Señor, concebimos, y estuvimos con dolores de
parto, y parimos el espíritu de salud.
Demás de esto,
porque por medio de esta noche contemplativa se dispone el alma para venir a la
tranquilidad y paz interior, que es tal y tan deleitable que, como dice la
Iglesia, excede todo sentido (Fil. 4, 7), conviénele al alma que toda la paz
primera que, por cuanto estaba envuelta con imperfecciones, no era paz, aunque
a la dicha alma le parecía (porque andaba a su sabor, que era paz, paz, dos
voces, esto es, que tenía ya adquirida la paz del sentido y del espíritu, según
se veía llena de abundancias espirituales) que esta paz del sentido y del
espíritu, que, como digo, aún es imperfecta, sea primero purgada en ella y
quitada y perturbada de la paz, como lo sentía y lloraba Jeremías en la
autoridad que de él alegamos para declarar las calamidades de esta noche
pasada, diciendo: Quitada y despedida está mi alma de la paz (Lm. 3, 17).
7. Esta es una
penosa turbación de muchos recelos, imaginaciones y combates que tiene el alma
dentro de sí, en que, con la aprehensión y sentimiento de las miserias en que
se ve, sospecha que está perdida y acabados sus bienes para siempre. De aquí es
que trae en el espíritu un dolor y gemido tan profundo que le causa fuertes
rugidos y bramidos espirituales, pronunciándolos a veces por la boca, y
resolviéndose en lágrimas cuando hay fuerza y virtud para poderlo hacer, aunque
las menos veces hay este alivio.
David declara
muy bien esto, como quien tan bien lo experimentó, en un salmo (37, 9)
diciendo: Fui muy afligido y humillado, rugía del gemido de mi corazón. El cual
rugido es cosa de gran dolor, porque algunas veces, con la súbita y aguda
memoria de estas miserias en que se ve el alma, tanto se levanta y cerca en
dolor y pena las afecciones del alma, que no sé cómo se podrá dar a entender
sino por la semejanza que el profeta Job (3, 24), estando en el mismo trabajo
de él, por estas palabras dice: De la manera que son las avenidas de las aguas,
así el rugido mío; porque así como algunas veces las aguas hacen tales avenidas
que todo lo anegan y llenan, así este rugido y sentimiento del alma algunas
veces crece tanto, que, anegándola y traspasándola toda, llena de angustias y
dolores espirituales todos sus afectos profundos y fuerzas sobre todo lo que se
puede encarecer.
8. Tal es la
obra que en ella hace esta noche encubridora de las esperanzas de la luz del
día. Porque a este propósito dice también el profeta Job (30, 17): En la noche
es horadada mi boca con dolores, y los que me comen no duermen. Porque aquí por
la boca se entiende la voluntad, la cual es traspasada con estos dolores que en
despedazar al alma ni cesan ni duermen, porque las dudas y recelos que
traspasan al alma así nunca duermen.
9. Profunda es
esta guerra y combate, porque la paz que espera ha de ser muy profunda; y el
dolor espiritual es íntimo y delgado, porque el amor que ha de poseer ha de ser
también muy íntimo y apurado; porque, cuanto más íntima y esmerada ha de ser y
quedar la obra, tanto más íntima, esmerada y pura ha de ser la labor, y tanto
más fuerte cuando el edificio más firme. Por eso, como dice Job (30, 16, 27),
se está marchitando en sí misma el alma, e hirviendo sus interiores sin alguna
esperanza.
Y ni más ni
menos, porque el alma ha de venir a poseer y gozar en el estado de perfección,
a que por medio de esta purgativa noche camina, a innumerables bienes de dones
y virtudes, así según la sustancia del alma como también según las potencias de
ella, conviene que primero generalmente se vea y sienta ajena y privada de
todos ellos y vacía y pobre de ellos, y le parezca que de ellos está tan lejos,
que no se pueda persuadir que jamás ha de venir a ellos, sino que todo bien se
le acabó; como también lo da a entender Jeremías en la dicha autoridad (Lm. 3,
17), cuando dice: Olvidado estoy de los bienes.
10. Pero
veamos ahora cuál sea la causa por que siendo esta luz de contemplación tan
suave y amigable para el alma, que no hay más que desear (pues, como arriba
queda dicho, es la misma con que se ha de unir el alma y hallar en ella todos
los bienes en el estado de la perfección que desea), le cause con su
embestimiento a estos principios tan penosos y esquivos efectos como aquí
habemos dicho.
11. A esta
duda fácilmente se responde diciendo lo que ya en parte habemos dicho, y es que
la causa de esto es que no hay de parte de la contemplación e infusión divina
cosa que de suyo pueda dar pena, antes mucha suavidad y deleite, como después
se dirá, sino que la causa es la flaqueza e imperfección que entonces tiene el
alma, y disposiciones que en sí tiene y contrarios para recibirlos; en los
cuales embistiendo la dicha lumbre divina, ha de padecer el alma de la manera
ya dicha.
Fuente: Mercaba
