Hay distintas formas de
abandono, que no son evidentes y son igual de traumáticas
Abandonar a un hijo
cuando más necesita a los padres, significa dejarlo sin atención ni cuidado,
sin el amparo y protección que necesita, convirtiéndolo así en un ser desvalido
con daños quizá irreparables en su ser.
Algunos padres recurren
a elaborados mecanismos de justificación, y mientras más lo hacen, más
endurecen su corazón a la verdad de estar cometiendo una acción inhumana, por
la que rechazan asumir con plenitud el amor al mayor de lo dones. Es la más vil
manifestación del egoísmo y cobardía de quien es incapaz del amor
verdaderamente personal.
Algunas
formas:
Cuando, Doña Exitosa y
Don Exitoso no tienen tiempo personal para su hijo por su importante
“autorrealización”, donde el tiempo es “oro” y no da para pensar en otros,
aunque ese otro sea el hijo. Lo resuelven entonces apelando al malentendido
tiempo de calidad y dándoles bienes no debidos, como lo son todos los carísimos
artilugios electrónicos, entre otras cosas, y pagándoles además costosos
colegios con horarios de 7.00 a.m. a 7.00 p.m. que incluyen clases
extracurriculares.
Cuando el tiempo que se
le debe al hijo, se invierte en el club, el gimnasio, en reuniones sociales;
dejando su educación al internet, la televisión o la nana.
Cuando se le deja todo
el día con los abuelos “porque lo cuidaran bien y lo quieren mucho”.
Cuando al hijo
adolescente se le envía por años a estudiar en un internado a otro país, porque
importa más que aprenda una lengua extranjera, en vez de acompañarlo en una
etapa de crecimiento en la que más necesita el acompañamiento, el refuerzo
afectivo de los padres, de su cercanía personal.
Cuando el hijo se
convierte solo en la tarjeta de presentación de sus padres, que condicionan su
aceptación personal a que sea un brillante estudiante; con un futuro promisorio
en donde supuestamente tendrá colocación segura en el mercado de trabajo, sin
riesgo de desempleo, muy bien retribuido económicamente y con una posición
social por la que pueda contraer matrimonio con una joven de abolengo. Es el
forzado protagonista de la novela rosa de los padres.
Cuando lo padres olvidan
que la verdadera educación se da en el ser de los hijos, y solo lo miden por
los resultados en el tener, saber, hacer. Cuando se niegan a escuchar, a
comprender y comunicarse para ayudarlos a dirigir con plena libertad su propia
vida, cualquiera que sea su vocación y ser feliz.
Cuando los padres en
conflicto, usan a sus hijos como guantes de box es sus frecuentes peleas.
Cuando los padres se
divorcian y tratan la tutela de los hijos, como si discutieran por la casa o el
coche, sin considerar el gran daño que les hacen.
Cuando el hijo ayuda a
los padres trabajando, de tal manera, que se le considera más que nada como un
sujeto que es útil, productivo, rentable.
Cuando se convierten en
válvula de escape de la presión que sienten los padres ante las pruebas de la
vida, siendo entonces violentados, humillados.
Cuando los padres
desconocen que su valor más excelente es saber amar, acogiendo al hijo solo por
ser quien es, desposeído de todo. Que un amor así, estructura la personalidad
armónica del hijo mediante la identificación y experiencias vividas con ellos.
Por eso, para bien o
para mal, los padres serán siempre el principal referente de la identidad de su
hijo.
Artículo
originalmente publicado por Revista Ser Persona