DIEZ FRUTOS DE LA CONFESIÓN FRECUENTE

Es nuestra manera de lavarle los pies al Señor con nuestro arrepentimiento, y ungírselos con nuestro amor y nuestros propósitos de mejora

1. Por el hecho de ser un sacramento, su principal efecto es aumentarnos gracia santificante, es decir, la participación de la vida divina en nuestra alma. Y junto con la gracia, las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad, y los dones del Espíritu Santo.

 2. Este encuentro con la misericordia infinita de Dios va purificando cada vez más nuestra alma. La confesión va remitiendo de parte de la pena temporal debida por nuestros pecados.
 3. Con los consejos y aclaraciones que nos dan, ayuda a formar la propia conciencia.

 4. La confesión supone varios actos de humildad: hacer examen de conciencia, sinceridad al acusarse de los pecados, superar la vergüenza, obediencia al cumplir la penitencia. Por eso nos hace crecer en esta virtud.

 5. Nos permite reconocer mis faltas pequeñas concretas y pedir perdón por ellas. ¿Qué críticas hice hace tres meses? No lo recuerdo. ¿Distracciones u omisiones voluntarias en la oración? ¿Discusiones, ironías faltas de caridad, etc.? En concreto, no me acuerdo. Sé, en general, que debo haber fallado en esas cosas... pero en concreto, sería imposible acordarse. De mis faltas más “gordas” puedo acordarme, pero no de las más comunes, de las que entonces no me arrepentiría por olvido. Más allá que la confesión me perdone también las faltas que sin culpa propia no puedo confesar por olvido, y que Dios nos perdona mucho más de lo que somos capaces de darnos cuenta, sacaríamos mucho más provecho para nuestras almas si las tuviéramos en cuenta.

 6. Lo dicho en el número anterior, explica que nos haga crecer en conocimiento propio: la confesión frecuente lleva consigo el examen habitual de nuestra vida. Puedo conocer mejor en qué tengo que mejorar, qué defectos tengo que superar, etc.

 7. Nos ayuda a luchar por ser santos. Todos tenemos experiencia de nuestra poca “autonomía de vuelo” y de hecho, nos esforzamos especialmente por mejorar en los períodos de tiempo cercanos a la confesión. Con el paso del tiempo con facilidad vamos aflojando en ese empeño. La explicación es que la confesión nos da una gracia específica para luchar en las cosas en que nos confesamos: Dios no sólo nos perdona, sino que de alguna manera se compromete en ayudarnos a superar esa dificultad. Así la confesión frecuente se convierte en un “arma” indispensable en el camino de la santidad.

 8. Recibir la misericordia divina, nos impulsa a ser también nosotros misericordiosos con los demás.

 9. Si procuramos confesarnos habitualmente con el mismo confesor, nos conocerá mejor, lo que permitirá que sus consejos sean más personales según las necesidades de nuestra alma.

 10. Nos llena de alegría y paz interior.


Fuente: Catholic.net