"Romero, mártir por amor" rezaban los carteles que invitaban a la beatificación
El continente americano este sábado pensó en la paz. Desde las maras en El Salvador,
que hicieron una tregua, hasta Cristina Fernández de Kirchner en Buenos Aires que
mandó una carta; desde el presidente de Estados Unidos, Barack Obama,
quien pidió "inspirarse en él", hasta el cantante panameño Rubén Blades, quien
tuiteó su "alegría": todos estuvieron unidos este memorable sábado 23 de mayo de
2015 si no en oración, sí en intención: el beato Óscar Arnulfo Romero
-proclamado así por el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para
las Causas de los Santos, ante cerca de 300 mil fieles-tiene que traer el
sosiego a una región convulsa y dividida.
Su mensaje fue
demasiado potente como para quedar en una mera ceremonia. La Iglesia lo sabe. El
Papa Francisco lo sabe. Por eso lo llamó, sin reparos, con absoluto conocimiento
de la causa, "beato de la reconciliación".
Si bien es cierto
que el nuevo beato "pertenece a la Iglesia", también los es que "enriquece a la
humanidad", tal y como el cardenal Amato lo dijo mientras desgranaba las
virtudes del arzobispo de los pobres.
Y Amato recalcó algo esencial, que
tira por la borda los argumentos enrevesados de muchos "clericales" que nunca
quisieron ver llegar este día: que la opción preferencial por los pobres del
beato Romero no fue una opción "ideológica" (marxista), sino que fue una
elección "evangélica" (cristiana), exactamente como la del propio Jesucristo.
Por ello la fuerza de este acto que invade el continente de la esperanza, porque
la sangre del beato Romero -cuya fiesta habrá de celebrarse el 24 de marzo, día
en que los tumbaron las balas-"se mezcló con la sangre redentora de
Cristo".
"La Iglesia, defensora de la ley de Dios y de la dignidad de la
persona humana no puede quedarse callada ante tanta abominación", había dicho en
su última homilía dominical el beato Romero; y aquel 24 de marzo de 1980, en la
capilla del Hospital de Monjas de la Divina Providencia de San Salvador,
mientras explicaba, antes de la Consagración, que el Cuerpo de Cristo "se
ofreció por la redención del mundo" y que "el vino se convierte en la Sangre que
fue el precio de la salvación" y que ese Cuerpo y esa Sangre "nos alimenten a
dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo, no
para sí sino para dar un proceso de justicia y de paz para su pueblo", fue
tiroteado por las fuerzas de la ideología, por los guardianes de la ortodoxia,
por los asesinos de la esperanza.
Un francotirador, a bordo de un coche
que pasaba muy lentamente, tan lentamente frente a las puertas abiertas de la
capilla que el arzobispo de San Salvador lo pudo haber visto, lo pudo haber
esquivado, se pudo haber escondido o gritado o corrido hacia uno de los espacios
laterales, le segó la vida. ¿Quién es aquél que habla de dar la vida
como Cristo y escurre el bulto?
"Romero, mártir por
amor" rezaban los carteles que invitaban a la beatificación. Eso fue:
por amor a su pueblo que enfrentó la muerte. Las palabras de la Consagración en
la pequeña capilla del Hospital de la Divina Providencia son ahora proféticas
para todo el continente, para toda la cristiandad.
Han pasado 35 años
con dos meses desde aquella infausta mañana en que un charco de sangre -producto
de la bala expansiva que le trozó la aorta a monseñor Romero-recorría lentamente
las baldosas de la capilla, ante el dolor de los que lo vieron caer y los que
vieron lo que iba a suceder. Doce años de guerra civil, miles de muertos,
desplazados, desaparecidos.
La secuelas "no oficiales" de una
guerra entre hermanos; preludio de otras guerras, en Nicaragua, en Colombia, en
México. "El Beato Romero es
otra estrella luminosísima que se enciende en el firmamento espiritual
americano", dijo ayer el cardenal Amato. Y agregó algo más, santo y seña de la
Iglesia que quiere el Papa Francisco para Latinoamérica, para el orbe cristiano:
"Sus palabras no eran una provocación al odio ni a la venganza, sino una
valiente exhortación de un padre a sus hijos divididos, que eran invitados al
amor, al perdón, a la concordia".