Todos como Iglesia somos responsables de hacer florecer vocaciones sacerdotales, religiosas y laicas.
Cuando en la cumbre de la montaña veía a
niños y niñas pastando las ovejas y se acercaban en Puerto Málaga (Cusco) para
que compartiéramos el pan con ellos, veía la dedicación y el cariño con que
trataban a sus ovejitas. Como cargaban a los más pequeños. Y de esto
precisamente Jesús el buen Pastor se dirige hoy a toda su Iglesia.
El es la imagen fiel del Buen Pastor que
ama y que conoce a sus ovejas. Se dirige a los varones y mujeres de hoy para
recordarnos: “Yo soy la puerta: quien entra por mí se salvará y podrá entrar y
salir, y encontrará pastos”. (Jn 10,9)
El buen Pastor se relaciona con sus
ovejas: las ama, conoce sus problemas, sus dificultades, vive y comparte con
ellas. Las conoce por su nombre. Escucha su voz y ellas conocen su voz. Una
imagen tierna del pastor que da la vida por sus ovejas. Y que ha descubierto
cada cristiano en la Iglesia esa compasión y ternura de Jesús por los abatidos
y cansados, por los que se sienten “como ovejas sin pastor”(Mt 9,36).
En la historia de la Salvación, Dios se nos muestra como el Pastor que
protege a sus ovejas. Y envía a sus profetas como Amós, Jeremías, Ezequiel para
recordarnos El Señor es mi Pastor. El me conduce. Y por eso la imagen en este
cuarto domingo, dedicado a las Vocaciones, nos recuerda a cada cristiano el
llamado a servir y a evangelizar sobre todo a la familia. Porque es en el seno
del hogar donde uno aprende a conocer la fe profunda en Cristo.
Es allí donde aprendemos a decir a Dios Padre, a orar juntos para estar al
servicio de los más sencillos. El amor de Cristo nos urge, nos recuerda el
Apóstol Pablo, aquel gran misionero del Evangelio. Y el amor de Cristo tiene
que ponernos siempre en camino para anunciar la Palabra de Dios y para
despertar en todos los cristianos ese espíritu de ser anunciadores de la buena
Nueva.
La gran preocupación del Buen Pastor es dar la vida por sus ovejas. Y Jesús
nos vuelve a recordar que para esta misión se necesitan hombres y mujeres
comprometidos con su pueblo, que conozcan la realidad y sean sensibles al dolor
y a la esperanza iluminados por la Palabra como fuerza de vida y que los lleve
a actuar en formar hogares sólidos en la fe y en la fidelidad matrimonial.
Vivir la vocación cristiana y misionera es estar siempre en un continuo
cuestionamiento de nuestra vida personal y comunitaria, para que nos
preguntemos ¿Qué pastores queremos hoy para nuestra Iglesia? ¿Cómo los formamos
y contribuimos a su formación para que se entreguen al servicio del evangelio y
de su pueblo?. Todos como Iglesia somos responsables de hacer florecer vocaciones
sacerdotales, religiosas y laicas. Pero mucho depende de la formación y
constitución de familias que unidas por la oración y la Palabra de Dios viven y
reconocen al buen Pastor en el partir y compartir el pan.
Jesús a través de esta parábola del Buen
Pastor hace una clara advertencia a los fariseos cuya ceguera no les permite
ver ni sentir la preocupación por las ovejas. Hoy nos urge a todos los
cristianos a buscar en la formación de fe un espíritu y un corazón nuevo para
conocernos y amarnos como hermanos.
Fuente: Fr. Héctor Herrera, o.p./Obispado
de Chimbote