Las palabras del Papa
en Filipinas suponen una convergencia con la visión profética de Pablo VI
El Papa Francisco ha reafirmado de manera clara la importancia, para la familia
cristiana, del documento Humanae Vitae del Papa Pablo VI. Lo hizo
durante su viaje a Filipinas, en el discurso pronunciado en el encuentro con las
familias en el Mall Of Asia Arena de Manila (aquí
el discurso competo, ¡no te lo pierdas!).
La carta encíclica escrita
por el Papa Montini sobre el tema de la vida humana y el control de natalidad,
fue publicada el 25 de julio de 1968, en la así llamada plena “revolución
sexual” y provocó dentro de la Iglesia Católica reacciones contrastantes
obteniendo inicialmente muchas críticas y contestaciones por parte de expertos,
teólogos, obispos y enteras conferencias episcopales.
El documento no
cuenta ciertamente con el gusto popular, no trae un mensaje inmediatamente
atractivo ni fácil de poner en práctica pero describe la alta vocación de la
familia y de la paternidad y maternidad responsables. Es por este motivo que,
todavía hoy, está al centro de grandes polémicas y es considerado uno de los
textos magisteriales más discutidos de los últimos decenios.
Por una
parte hay quien considera la Humanae Vitae un acto de fuerza, solitario
y testarudo del Papa Pablo VI contra los pareceres de la comisión de expertos
instituida por él. Aquellos critican la excesiva dureza y severidad en relación
a las parejas cristianas al prohibir los “métodos artificiales” de control de
natalidad. Entre aquellos que han contestado la Humanae Vitae se elevó
también la competente voz del cardenal Martini que nunca escondió sus posiciones
vanguardistas en materia de moral sexual.
En su libro entrevista
“Diálogos nocturnos en Jerusalén”, el cardenal definió el documento papal “un
grave daño” que provocó el alejamiento de muchas personas de la Iglesia. Así, la
enseñanza moral de Pablo VI fue considerada, por muchos ambientes eclesiásticos,
retrógrada, obsoleta y lejana de la mentalidad y los problemas contemporáneos de
los cónyuges cristianos.
Por otra parte están aquellos que – fieles al
magisterio de Pablo VI – han subrayado la belleza, la dimensión profética y la
importancia fundamental de la Humanae Vitae para la situación actual de
las familias. El primero de todos fue San Juan Pablo II que dedicó muchos
estudios y catequesis a lo que se conoce como la “teología del cuerpo”
(sintetizada de manera clara y precisa en el libro “La sexualidad según Juan
Pablo II” del periodista francés Yves Semen).
En ningún momento y bajo
ningún aspecto el magisterio del papa polaco se alejó de las indicaciones de
Pablo VI. Del mismo modo Benedicto XVI – a cuarenta años de la publicación del
documento – indicó que “esa enseñanza no sólo manifiesta inalterada su verdad,
sino que revela también la prudencia con la cual el problema es
enfrentado”.
Ahora también el Papa Francisco muestra su voluntad de
conservar la enseñanza de la Humanae Vitae como una palabra válida para
la Iglesia y para los cristianos de hoy. En el encuentro con las familias
filipinas, al hablar de las “colonizaciones ideológicas que buscan destruir a la
familia”, el papa invitó a no perder de vista “la misión de la familia” y a
“decir no a cualquier colonización política” con sagacidad, habilidad y
fuerza.

La “falta de apertura a la vida” es uno de los males que aquejan a la familia
que sigue las sirenas del relativismo y de la “cultura de lo efímero”. El cierre
a la vida se vuelve un cáncer dentro de la sociedad que envejece y muere, ya que
– prosigue el pontífice – “cada amenaza a la familia es una amenaza a la misma
sociedad”.
Francisco recuerda que Papa Pablo VI “tuvo el valor de defender la apertura a la vida en la familia. Él conocía las dificultades que existían en cada familia, por eso en su encíclica era muy misericordioso hacia los casos particulares, y pidió a los confesores que fueran muy misericordiosos y comprensivos con los casos particulares. Pero también miró más allá: miró a los pueblos de la Tierra, y vio esta amenaza de la destrucción de la familia por falta de hijos. Pablo VI era valiente, era un buen pastor y puso en guardia a sus ovejas de los lobos que acechaban”.
El intento del Papa Montini, a instancia de los movimientos de liberación sexual, de la difusión de la píldora abortiva y de las alarmas del boom demográfico, fue reafirmar la sacralidad de la vida y de la sexualidad humana y establecer la doctrina católica en el campo de la moral conyugal, con particular referencia al control de natalidad.
Reafirmando el juicio negativo en relación al aborto, la esterilización y los métodos anticonceptivos, Pablo VI subrayó la indisolubilidad entre el aspecto unitivo y el procreativo del acto conyugal estableciendo que cada “acto matrimonial debe permanecer abierto a la transmisión de la vida” (n° 11).
Para el Papa Pablo VI “la paternidad responsable se ejercita con la deliberación ponderada y generosa de tener una familia numerosa, así como con la decisión, tomada por graves motivos y en el respeto de la ley moral, de evitar temporalmente o incluso a indeterminadamente, un nuevo nacimiento”.
En el reconocimiento de los “propios deberes hacia Dios, hacia uno mismo, hacia la familia y hacia la sociedad”, los cónyuges “no son libres de proceder al libre arbitrio, como si pudieran determinar autónomamente las vías honestas a seguir, sino al contrario, deben conformar su actuar a la intención creadora de Dios, expresada en la misma naturaleza del matrimonio y sus actos y manifestada en la enseñanza constante de la Iglesia”.
Nada sencillo, de hecho. Pero el papa fue profético porque además de señalar la vía a seguir, indicó los riesgos y los peligros de un estilo de vida que se casara con el control artificial de natalidad (HV 17): la infidelidad conyugal, el descenso de la moralidad, la banalización de la sexualidad, la falta de respeto en relación a la mujer (considerada “instrumento de goce egoísta”), el riesgo de intromisión del gobierno en las decisiones familiares de los cónyuges a través de métodos anticonceptivos sugeridos o impuestos…
La contestación a la encíclica Humanae Vitae es uno de los problemas espinosos que la Iglesia está llamada a afrontar con seriedad y atención pastoral. Son muchos los católicos que se oponen claramente a los dictámenes de esta encíclica: tanto los cónyuges cristianos, con su conducta de control de natalidad que no excluye métodos anticonceptivos, como los pastores o los teólogos con una enseñanza que contrasta claramente con el magisterio de Pablo VI.
Un claro ejemplo es el resultado del cuestionario preparatorio para el Sínodo Extraordinario sobre la Familia que ha subrayado cómo la Humanae Vitae “en la gran mayoría de los casos, no es conocida en su dimensión positiva. Aquellos que afirman que la conocen pertenecen como mucho a asociaciones y grupos eclesiales particularmente comprometidos con las parroquias o a caminos de espiritualidad familiar” (Instrumentum Laboris, n° 123).
Francisco recuerda que Papa Pablo VI “tuvo el valor de defender la apertura a la vida en la familia. Él conocía las dificultades que existían en cada familia, por eso en su encíclica era muy misericordioso hacia los casos particulares, y pidió a los confesores que fueran muy misericordiosos y comprensivos con los casos particulares. Pero también miró más allá: miró a los pueblos de la Tierra, y vio esta amenaza de la destrucción de la familia por falta de hijos. Pablo VI era valiente, era un buen pastor y puso en guardia a sus ovejas de los lobos que acechaban”.
El intento del Papa Montini, a instancia de los movimientos de liberación sexual, de la difusión de la píldora abortiva y de las alarmas del boom demográfico, fue reafirmar la sacralidad de la vida y de la sexualidad humana y establecer la doctrina católica en el campo de la moral conyugal, con particular referencia al control de natalidad.
Reafirmando el juicio negativo en relación al aborto, la esterilización y los métodos anticonceptivos, Pablo VI subrayó la indisolubilidad entre el aspecto unitivo y el procreativo del acto conyugal estableciendo que cada “acto matrimonial debe permanecer abierto a la transmisión de la vida” (n° 11).
Para el Papa Pablo VI “la paternidad responsable se ejercita con la deliberación ponderada y generosa de tener una familia numerosa, así como con la decisión, tomada por graves motivos y en el respeto de la ley moral, de evitar temporalmente o incluso a indeterminadamente, un nuevo nacimiento”.
En el reconocimiento de los “propios deberes hacia Dios, hacia uno mismo, hacia la familia y hacia la sociedad”, los cónyuges “no son libres de proceder al libre arbitrio, como si pudieran determinar autónomamente las vías honestas a seguir, sino al contrario, deben conformar su actuar a la intención creadora de Dios, expresada en la misma naturaleza del matrimonio y sus actos y manifestada en la enseñanza constante de la Iglesia”.
Nada sencillo, de hecho. Pero el papa fue profético porque además de señalar la vía a seguir, indicó los riesgos y los peligros de un estilo de vida que se casara con el control artificial de natalidad (HV 17): la infidelidad conyugal, el descenso de la moralidad, la banalización de la sexualidad, la falta de respeto en relación a la mujer (considerada “instrumento de goce egoísta”), el riesgo de intromisión del gobierno en las decisiones familiares de los cónyuges a través de métodos anticonceptivos sugeridos o impuestos…
La contestación a la encíclica Humanae Vitae es uno de los problemas espinosos que la Iglesia está llamada a afrontar con seriedad y atención pastoral. Son muchos los católicos que se oponen claramente a los dictámenes de esta encíclica: tanto los cónyuges cristianos, con su conducta de control de natalidad que no excluye métodos anticonceptivos, como los pastores o los teólogos con una enseñanza que contrasta claramente con el magisterio de Pablo VI.
Un claro ejemplo es el resultado del cuestionario preparatorio para el Sínodo Extraordinario sobre la Familia que ha subrayado cómo la Humanae Vitae “en la gran mayoría de los casos, no es conocida en su dimensión positiva. Aquellos que afirman que la conocen pertenecen como mucho a asociaciones y grupos eclesiales particularmente comprometidos con las parroquias o a caminos de espiritualidad familiar” (Instrumentum Laboris, n° 123).
Se enfatiza además una clara dicotomía entre lo que la Iglesia enseña y lo que
la mayoría de los católicos cree y practica, sin que exista un justo
acompañamiento necesario para la comprensión de la realidad conyugal a la luz de
la fe y de la antropología cristiana.

La respuesta del diario la ofrece un “teólogo”
italiano que dice también él estar “perplejo” por la “confirmación sin reservas”
de la encíclica de Pablo VI, subrayando la existencia de un “cisma sumergido”
dentro de la Iglesia. El teólogo recuerda que diversas conferencias episcopales,
así como el cardenal Martini, han buscado revisar y reinterpretar la enseñanza
oficial de la Iglesia sin logarlo y se muestra confiado porque los trabajos
sinodales sobre la familia deben aún concluirse.
La esperanza de muchos
fieles y pastores es que la Humanae Vitae sea modificada, aligerada o
definitivamente superada a favor de una mayor apertura y elasticidad mental. Son
esperanzas puestas en el Sínodo y con seguridad habrá debate. Pero por lo que
parece, el Papa Francisco, no tiene intención de modificar la enseñanza de la
Iglesia Católica con un “descenso de la moralidad”. Lo que le importaba a Pablo
VI en la redacción de la encíclica fue tener alta la ley para elevar al hombre,
sin caer en el riesgo que sea el hombre quien rebaje la ley para poder
alcanzarla más fácilmente.
Es obvio que ninguna ley, ni siquiera las
normas del magisterio eclesiástico promulgadas por el Papa, puede tener un
carácter coercitivo, nadie está “obligado” a obedecer pero todos están invitados
a acoger con fe esta palabra de la Iglesia, como una palabra que viene de Dios.
Es por esto que (así como hizo Pablo VI invitando a los sacerdotes a un cuidado
pastoral atento y solícito) Francisco ha reafirmado con fuerza la necesidad,
para los pastores, de ser “misericordiosos y comprensivos” con los casos
particulares. De aquí a borrar la Humanae Vitae hay una gran
diferencia.
Fuente: Aleteia