Podemos pensar que Jesús se impone en nuestras vidas, pero la mayoría de las veces, Jesús espera pacientemente en la puerta y llama suavemente a nuestro corazón
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| Kent G Becker | Flickr CC BY-NC-ND 2.0 |
A menudo,
cuando oramos, queremos que Jesús nos hable claramente, con palabras audibles
que podamos oír. Cuando no oímos esas palabras, podemos sentir la tentación de
abandonar la oración o pensar que Dios no nos está escuchando. Pero es el
corazón el que debe estar atento cuando llama.
De hecho, a
menudo culpamos a Dios en tales situaciones, pensando que Dios es quien no está
haciendo nada, mientras nosotros hacemos todo lo posible por cumplir con lo que
Dios nos pide.
La realidad es
que Dios nos habla en un tono mucho más suave de lo que nos gustaría.
Llamando
suavemente a la puerta de nuestros corazones
El mismo Jesús
describe su modo de operar en el libro del Apocalipsis:
He aquí, yo
estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él,
y cenaré con él, y él conmigo (Apocalipsis
3, 20).
Normalmente,
cuando alguien llama a la puerta, lo oímos y corremos hacia ella. Sin embargo,
Dios no llama muy fuerte.
El padre Prosper
Guéranger escribe en su obra El año litúrgico:
"Ahora,
durante el tiempo de Adviento, nuestro Señor llama a la puerta del corazón de
todos los hombres, a veces con tanta fuerza que no pueden dejar de oírlo, otras
veces con tanta suavidad que hay que prestar atención para darse cuenta de que
Jesús está pidiendo entrar. Viene a preguntarles si tienen sitio para él,
porque desea nacer en su casa".
Guéranger nos
recuerda que Jesús está llamando a nuestra puerta, pero puede que lo haga muy
"suavemente", lo que requiere toda nuestra atención.
El padre Boniface Hicks explica la necesidad del silencio en un
artículo que escribió sobre la espiritualidad benedictina:
El silencio del
monacato cristiano no es meramente un ascetismo de autocontrol o de vaciamiento
de nuestros deseos, sino más bien una postura de escucha a un Dios que habla.
No nos callamos por el simple hecho de estar en silencio, sino para poder
escuchar con mayor claridad. Nuestro silencio no es una cuestión de
aislarnos, sino más bien de abrirnos. Es relacional. El silencio es la
condición previa necesaria para escuchar a Dios y encontrarlo en la oración y
en la vida.
Lo que el padre
Boniface explica es cómo necesitamos más silencio en nuestras vidas, tanto
exterior como interior, para escuchar la voz de Dios y notar su llamada.
Todos
necesitamos examinar nuestra vida cotidiana y considerar cuánto detenemos
nuestras actividades, dejamos el teléfono y simplemente escuchamos a Dios.
Puede que resulte incómodo, pero precisamente en ese espacio podemos abrir la
puerta de nuestro corazón.
Philip Kosloski
Fuente: Aleteia
