Solamente debemos adorar a Dios como Jesús lo enseñó a sus discípulos; y para que haya una verdadera adoración requerimos algunos elementos
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Comencemos por
decir que la adoración está reservada solo a Dios. Solo Él es digno y no
cualquiera de sus siervos (Ap 19,
10). No debemos adorar a los santos, ángeles, creaturas, etc.
La palabra
adorar proviene del término adoris del latín formado por el
prefijo ad (hacia) más el verbo orare (hablar).
Adorar es pues, en su etimología, hablar hacia Dios o a Dios. Por tanto adorar
es un acto de culto espiritual a Dios.
Adorar en
Espíritu y en Verdad
Jesús le dice a
la samaritana cómo y dónde adorar a Dios Padre:
“Pero llega la
hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en
Espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren” (Jn 4,
23-24).
Adorar al Padre
es para los cristianos adorar a Dios Trinidad. Se trata de adorar a Dios Padre
en el Hijo por el Espíritu Santo; o, lo que es lo mismo, por el Espíritu Santo
(en el Espíritu) y en Jesús (en la Verdad); por esto Jesús dice: “Llega la hora
(ya estamos en ella)”.
El Espíritu
Santo, la promesa de Cristo para con sus discípulos (Jn 14,
26), debe morar en el verdadero adorador para guiarlo por el camino
correcto y adorar a Dios Trinidad de manera genuina en Jesucristo (la verdad);
pues el Espíritu de la verdad (Jn
16,13) es enviado por Jesús (Jn 16,
7).
Jesús por tanto
nos ha dicho a quién y cómo adorar. Adorar a Dios equivale a rendirle un culto
espiritual. Lo dice san Pablo:
“Os exhorto,
pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos
como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal SERÁ VUESTRO CULTO
ESPIRITUAL. Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos
mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir lo que
es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rm 12,
1-2).
De aquí se
desprenden los siguientes elementos de la verdadera adoración:
1. Motivación
La misericordia
de Dios es la que mueve a adorarlo. La adoración surge de saber que Dios nos ha
creado, y lo ha hecho por amor; Él es nuestro Dueño. Adorar a Dios es darnos
cuenta que dependemos totalmente de Él.
Tener
conciencia de la misericordia divina y tratar de comprenderla nos motiva a la
alabanza y/o a la acción de gracias, en otras palabras, a la adoración.
2. Forma
Al saberse
amada por Dios, la persona le quiere amar también, le quiere adorar. ¿Pero en
qué forma? Ofreciendo el propio cuerpo “como una víctima viva, santa, agradable
a Dios”.
El ofrecimiento
de nuestros cuerpos o de todo nuestro ser a Dios, significa darle a Dios todo
de nosotros mismos; en definitiva, cederle a Dios el control de nuestra vida.
Para Jesús, dar
la vida es signo de amor (Jn 15,
13). Ofrecernos, darnos o entregarnos a Dios con todo nuestro corazón, con
toda nuestra alma, y con toda nuestra mente (Mt 22,
37) es hacer un sacrificio vivo, santo y agradable a Él. Este es nuestro
culto espiritual.
3. Condición
Para que el
culto espiritual a Dios sea auténtico, verdadero, y agradable a Él, hay que
hacerlo con una mente renovada, y esto se logra a través de un proceso
constante de conversión.
La conversión,
que es expresión de fe y que nace de la humildad, motiva a inclinarse,
arrodillarse, postrarse ante Dios (y no es solo una postura corporal), y a
hacerlo en cualquier circunstancia, no solo ante su presencia eucarística.
Eso significa
sentirnos infinitamente inferiores a Dios, saber que dependemos de Él en todo,
que Él es nuestro Creador y Señor. Significa rendirnos ante Dios.
Adoramos a Dios
en la medida en que vamos renovando nuestra mente a la luz de la verdad, de la
verdad de Cristo.
El esfuerzo por
tener y mantener nuestra mente renovada, purificada, limpia, incluso integrando
las emociones, permitirá adorar a Dios sin ataduras.
4. Contexto
La mente
renovada se traducirá concretando la voluntad de Dios, haciendo “lo bueno, lo
agradable, lo perfecto”. “Y todo lo que puedan decir o hacer, háganlo en el
nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él (Col 3,
17)”.
Es lo que
también nos dice Jesús: “Adorarás al Señor tu Dios y a Él solo servirás” (Mt 4,
10). ¿Cuándo? Siempre: en todo momento y lugar.
Lo que Dios
desea para nosotros es nuestro mayor bien; por tanto, su voluntad será siempre
lo mejor para nosotros.
La verdadera
adoración se siente por dentro, y se expresa a través de las acciones momento
tras momento.
La adoración a
Dios es reconocer toda su omnipotencia y gloria en todo lo que hacemos. La
adoración es para glorificar y exaltar a Dios y mantenerle nuestra lealtad.
La forma más
elevada de la alabanza y de la adoración es la obediencia constante a Él y a su
Palabra.
Henry
Vargas Holguín
Fuente: Aleteia