Una anécdota de san Francisco nos enseña que la obediencia es una virtud hermosa y nos recuerda que Cristo, el Señor, murió desnudo por amarnos hasta el extremo
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La obediencia
es una virtud despreciada por el mundo. Y en esta época en la que hombres y
mujeres sienten que nadie puede atarlos -mucho menos si se trata de un
compromiso serio- parece una locura. Por eso, una anécdota de san Francisco de Asís nos enseña sobre la perfecta
obediencia de Cristo, el Señor.
Predicar por
obediencia
El Directorio
franciscano tiene entre sus "Florecillas de San Francisco" una conmovedora anécdota
sobre un hermano Rufino, notable caballero de Asís que había seguido los pasos
del Poverello.
Rufino no tenía
cualidades de orador, además se había concentrado tanto en la contemplación que
parecía que no le interesaba lo que pasaba en el mundo, por lo que Francisco le
ordenó que fuera al pueblo a predicar lo que le inspirara Dios.
El pobre
hermano suplicó que no lo enviara. Entonces san Francisco le dijo:
"Ya que no
has obedecido en seguida, te mando, en virtud de santa obediencia, que vayas
desnudo a Asís, con solo los calzones; entres en una iglesia y, así desnudo,
prediques al pueblo".
En el momento,
el hermano Rufino se quitó el hábito y se fue desnudo al pueblo. Entró a la
Iglesia, subió al púlpito, y en medio de las burlas de la gente, comenzó a
predicar.
La desnudez
de Cristo
Francisco,
entonces, reflexionó sobre la pronta obediencia de ese hombre que había sido
uno de los principales de Asís, sintiendo que él también debía experimentar la
dura orden que había impuesto a Rufino.
Por eso,
quitándose también el hábito se fue con el hermano
León a buscar a Rufino, al que encontraron predicando de esta manera:
"Amadísimos
míos, huid del mundo, dejad el pecado, devolved lo ajeno, si queréis evitar el
infierno. Guardad los mandamientos de Dios, amando a Dios y al prójimo, si
queréis ir al cielo. Haced penitencia, si queréis poseer el reino del
cielo".
Entre burlas,
subió Francisco al púlpito:
"... y
comenzó a predicar tan maravillosamente sobre el desprecio del mundo, la santa
penitencia, la pobreza voluntaria, el deseo del reino celestial y sobre la
desnudez y el oprobio de la pasión de nuestro Señor Jesucristo, que todos
cuantos estaban presentes al sermón, hombres y mujeres en gran muchedumbre,
comenzaron a llorar fuertemente con increíble devoción. Y no solo allí, sino en
todo Asís, hubo aquel día tanto llanto por la pasión de Cristo, como jamás lo
había habido".
Aprendamos de
la sencillez del obediente y de la gracia que recibe el que se vence a sí
mismo.
Mónica Muñoz
Fuente: Aleteiaçç
