La Semana Santa baña de diferentes tonalidades las celebraciones regionales
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Con la llegada
de la Semana Santa, las calles de España se transforman en
escenarios de recogimiento y belleza, donde se conmemoran la Pasión, Muerte y
Resurrección de Jesucristo. Las hermandades volverán a salir —si el tiempo lo
permite— y con ellas el incienso, el silencio solemne, y los nazarenos
cubiertos con túnicas de intensos colores que acompañan
imágenes religiosas cargadas de significado.
Aunque cada
ciudad y cada pueblo vive esta festividad con matices propios, hay símbolos que
se repiten de norte a sur. Uno de los más destacados es el uso del
color en los cortejos procesionales: una herramienta visual con un profundo
valor litúrgico, estético y didáctico, que a lo largo de los siglos ha ayudado
a transmitir el mensaje cristiano al pueblo fiel.
Un lenguaje
que se ve: el color de la liturgia
Desde sus
orígenes, las procesiones tuvieron una función catequética: enseñar al pueblo
los misterios de la fe a través de lo visible. En ese contexto, los colores han
jugado un papel clave. Tal como recoge el investigador Eulalio Ferrer
en Los lenguajes del color, en el año 1200 el papa Inocencio
III codificó los significados litúrgicos del color, que más tarde reafirmó Pío
V. Así surgió una tradición que asigna valores concretos al blanco, rojo, verde
y morado, a los que con el tiempo se sumaron el rosa, azul, dorado y carmesí.
Negro y
morado: el duelo y la penitencia
El negro,
asociado universalmente al luto, es el color por excelencia
del Viernes Santo, y uno de los más presentes en la Semana Santa
española. Capirotes y túnicas de cofradías en Sevilla, Valladolid, Valencia o
Madrid lo emplean para subrayar el carácter sobrio de este día. Según Ferrer,
simboliza el «abrigo a la fe divina».
El morado, por
su parte, es el color litúrgico de la Cuaresma y expresa
penitencia y recogimiento espiritual. Por eso es habitual verlo durante toda la
Semana Santa, como llamada visual a la reflexión interior.
Blanco:
pureza y resurrección
Aunque menos
habitual, el blanco está cargado de significado. Representa la pureza,
la luz y la victoria sobre la muerte, por lo que se reserva para
celebraciones como la Pascua y el Domingo de Ramos, día en que muchas cofradías
visten túnicas blancas para recordar la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén.
También es frecuente en los exornos florales de las Dolorosas.
Rojo: la
sangre y el amor divino
El rojo
simboliza la sangre derramada de Cristo, el fuego del Espíritu Santo y
la entrega de los mártires. En Semana Santa se emplea en imágenes de Cristo
crucificado y en estandartes o túnicas que quieren subrayar el sufrimiento
redentor y el amor sacrificial.
Verde: la
esperanza que espera la resurrección
El verde,
aunque menos llamativo, expresa la virtud de la esperanza y se asocia a la expectación
de la Virgen ante la resurrección de su Hijo. Este color alcanza una
dimensión especial en la iconografía de la Esperanza Macarena de Sevilla, cuya
túnica —y la de los nazarenos que la acompañan— está teñida de ese verde
inconfundible.
Azul:
devoción mariana
El azul es el color
de la Virgen María por excelencia. Se emplea sobre todo en cofradías con
marcada advocación mariana, como en el caso de la Esperanza de Granada. Es un
tono que evoca pureza, consuelo y maternidad espiritual.
Carmesí,
púrpura y rojo cardenalicio
Tonos como el
carmesí o el púrpura rojo tienen connotaciones vinculadas al clero,
especialmente a las órdenes cardenalicias. En la Semana Santa, estos colores
aparecen en bordados, insignias o túnicas solemnes, añadiendo majestuosidad a
determinadas procesiones.
Tinieblas:
el color del silencio
Uno de los
tonos menos conocidos es el llamado «color de tinieblas», presente en los
cirios de muchas cofradías andaluzas. Hace referencia a una antigua celebración
del Miércoles Santo: el Oficio de tinieblas, una
liturgia de la tarde que tenía lugar justo al caer el sol y que se
caracterizaba por una ambientación austera y sombría.
Los colores de
la Semana Santa no son un mero ornamento. Son parte de una herencia viva que
comunica sin palabras y que conecta con las emociones, la fe y la memoria
colectiva. En sus tonalidades se funden siglos de liturgia, arte y tradición
popular, en una de las expresiones culturales más profundas del calendario
cristiano.
Fuente: El Debate