LOS COLORES DE LA SEMANA SANTA: ¿QUÉ SIGNIFICAN?

La Semana Santa baña de diferentes tonalidades las celebraciones regionales

Wikimedia Commons

Con la llegada de la Semana Santa, las calles de España se transforman en escenarios de recogimiento y belleza, donde se conmemoran la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Las hermandades volverán a salir —si el tiempo lo permite— y con ellas el incienso, el silencio solemne, y los nazarenos cubiertos con túnicas de intensos colores que acompañan imágenes religiosas cargadas de significado.

Aunque cada ciudad y cada pueblo vive esta festividad con matices propios, hay símbolos que se repiten de norte a sur. Uno de los más destacados es el uso del color en los cortejos procesionales: una herramienta visual con un profundo valor litúrgico, estético y didáctico, que a lo largo de los siglos ha ayudado a transmitir el mensaje cristiano al pueblo fiel.

Un lenguaje que se ve: el color de la liturgia

Desde sus orígenes, las procesiones tuvieron una función catequética: enseñar al pueblo los misterios de la fe a través de lo visible. En ese contexto, los colores han jugado un papel clave. Tal como recoge el investigador Eulalio Ferrer en Los lenguajes del color, en el año 1200 el papa Inocencio III codificó los significados litúrgicos del color, que más tarde reafirmó Pío V. Así surgió una tradición que asigna valores concretos al blanco, rojo, verde y morado, a los que con el tiempo se sumaron el rosa, azul, dorado y carmesí.

Negro y morado: el duelo y la penitencia

El negro, asociado universalmente al luto, es el color por excelencia del Viernes Santo, y uno de los más presentes en la Semana Santa española. Capirotes y túnicas de cofradías en Sevilla, Valladolid, Valencia o Madrid lo emplean para subrayar el carácter sobrio de este día. Según Ferrer, simboliza el «abrigo a la fe divina».

El morado, por su parte, es el color litúrgico de la Cuaresma y expresa penitencia y recogimiento espiritual. Por eso es habitual verlo durante toda la Semana Santa, como llamada visual a la reflexión interior.

Blanco: pureza y resurrección

Aunque menos habitual, el blanco está cargado de significado. Representa la pureza, la luz y la victoria sobre la muerte, por lo que se reserva para celebraciones como la Pascua y el Domingo de Ramos, día en que muchas cofradías visten túnicas blancas para recordar la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. También es frecuente en los exornos florales de las Dolorosas.

Rojo: la sangre y el amor divino

El rojo simboliza la sangre derramada de Cristo, el fuego del Espíritu Santo y la entrega de los mártires. En Semana Santa se emplea en imágenes de Cristo crucificado y en estandartes o túnicas que quieren subrayar el sufrimiento redentor y el amor sacrificial.

Verde: la esperanza que espera la resurrección

El verde, aunque menos llamativo, expresa la virtud de la esperanza y se asocia a la expectación de la Virgen ante la resurrección de su Hijo. Este color alcanza una dimensión especial en la iconografía de la Esperanza Macarena de Sevilla, cuya túnica —y la de los nazarenos que la acompañan— está teñida de ese verde inconfundible.

Azul: devoción mariana

El azul es el color de la Virgen María por excelencia. Se emplea sobre todo en cofradías con marcada advocación mariana, como en el caso de la Esperanza de Granada. Es un tono que evoca pureza, consuelo y maternidad espiritual.

Carmesí, púrpura y rojo cardenalicio

Tonos como el carmesí o el púrpura rojo tienen connotaciones vinculadas al clero, especialmente a las órdenes cardenalicias. En la Semana Santa, estos colores aparecen en bordados, insignias o túnicas solemnes, añadiendo majestuosidad a determinadas procesiones.

Tinieblas: el color del silencio

Uno de los tonos menos conocidos es el llamado «color de tinieblas», presente en los cirios de muchas cofradías andaluzas. Hace referencia a una antigua celebración del Miércoles Santo: el Oficio de tinieblas, una liturgia de la tarde que tenía lugar justo al caer el sol y que se caracterizaba por una ambientación austera y sombría.

Los colores de la Semana Santa no son un mero ornamento. Son parte de una herencia viva que comunica sin palabras y que conecta con las emociones, la fe y la memoria colectiva. En sus tonalidades se funden siglos de liturgia, arte y tradición popular, en una de las expresiones culturales más profundas del calendario cristiano.

Fuente: El Debate