Con una fe inquebrantable y un mensaje de esperanza, Monseñor Álvarez reflexionó sobre su pasado en Nicaragua, su presente en la Ciudad Eterna y su continuo compromiso con la Iglesia Universal
Confidencial |
En una emotiva
entrevista exclusiva, la primera ante las cámaras de televisión, Monseñor
Rolando Álvarez, obispo de Matagalpa y administrador apostólico de Estelí, en
Nicaragua, compartió con EWTN Noticias su experiencia un año después de su
liberación y llegada a Roma.
El obispo
nicaragüense estuvo 17 meses detenido en su país, primero bajo arresto
domiciliario y luego en la cárcel, acusado por el régimen de Daniel Ortega de
“conspiración” y "traición a la patria", entre otros delitos, por los
que fue condenado a 26 años y cuatro meses de prisión.
En una
entrevista con la corresponsal Paola Arriaza, monseñor Álvarez habló sobre
su liberación en Nicaragua en enero de 2024, que
describió como “una acción sobrenatural de Dios”, de su recuperación física y
mental, su relación con el Papa Francisco y su participación en el Sínodo.
Con una fe
inquebrantable y un mensaje de esperanza, Monseñor Álvarez reflexionó sobre su
pasado en Nicaragua, su presente en la Ciudad Eterna y su continuo compromiso
con la Iglesia Universal.
Paola
Arriaza: Monseñor Rolando Álvarez, hace un año llegó a Roma. ¿Cómo ha sido su
vida aquí y qué tareas le ha encomendado el Papa Francisco?
Monseñor
Álvarez: Bueno, estoy muy contento en Roma porque siempre que estuve
detenido pensé que a la hora de la liberación, después de Nicaragua, en la
mejor ciudad en la que podía vivir es la eterna. Precisamente porque estoy
cerca de Pedro y eso renueva mi fe. De tal forma que he tenido un año de
recuperación, ciertamente de mi salud integral, pero en el que he venido
también consiguiendo la paz interior que tanto necesitaba.
Paola
Arriaza: Porque este día que salió usted dejó atrás su país, el país donde
creció su infancia. Cuéntenos un poco sobre su infancia en Managua y no sé si
desde entonces se podía vislumbrar su vocación al sacerdocio...
Monseñor
Álvarez: Mi infancia fue normal. Crecí en el seno de una familia campesina,
obrera y muy católica, con una educación en la fe seria, de tal manera que
efectivamente desde mi niñez se vislumbró mi vocación porque yo jugaba a ser
sacerdote. Por supuesto tuve mis novias, pero creo que eso mismo me ayudó a
discernir que mi camino no era el matrimonio. De hecho, cuando llegó un momento
de madurez, quise discernir bien mi proceso matrimonial, pero lo hice a la
inversa, porque estando en Guatemala comencé el camino de discernimiento
vocacional en el Seminario de la Asunción y ahí, en ese año, me di cuenta de
que lo mío era el sacerdocio, que estaba llamado para el ministerio sacerdotal.
Paola
Arriaza: ¿Cómo fue ese momento en que se dio cuenta o fue un proceso más?
Monseñor
Álvarez: Fue un proceso, sí. Yo siempre digo que soy de los que viene de la
calle porque no pasé por el Seminario menor, sino que después del año, del
proceso de discernimiento, directamente me admitieron en el propedéutico y
luego en la filosofía, siempre en el Seminario de la Asunción de Guatemala,
porque fue donde inició mi proceso de formación ministerial.
Paola
Arriaza: Bueno, y hablando de su ordenación sacerdotal, hay una particularidad:
que esta ordenación no fue en Roma. ¿Cómo pasó esto?
Monseñor
Álvarez: Bueno, después de haber hecho mi propedéutico y mi filosofía en
Guatemala, allá por los años 90, fui trasladado ya a Nicaragua a estudiar en el
Seminario Interdiocesano Nuestra Señora de Fátima y cuando me encontraba en el
segundo Teología, el Arzobispo Cardenal Obando me llamó para decirme que me
enviaba a estudiar filosofía a Roma en la Pontificia Universidad Gregoriana.
Entonces yo terminé mi formación filosófica de especialización y teológica en
el Lateranense, estando en Roma hace 30 años, y en ese momento el rector del
Seminario Internacional Juan Pablo II, donde yo vivía, me propuso que el Papa
San Juan Pablo II me ordenara sacerdote. Pero con todo el amor que le tengo al
santo y del cual soy realmente muy devoto, pues opté para ser ordenado por mi
obispo en mi Arquidiócesis de Managua, que es la diócesis de origen, en la
Catedral Inmaculada Concepción de María, con mi gente, con mi pueblo y entre
los míos.
Paola
Arriaza: ¿No le parece que eso muestra un gran cariño por su gente, su pueblo,
su país?
Monseñor
Álvarez: Bueno, yo creo que siempre lo he tenido. Me recuerdo una anécdota
interesante, y es es que yo no me llevé los ornamentos tan bellos que hay aquí
en Roma, sino que se los fui a dar a hacer a un campesino de Nicaragua que los
trabaja, es un técnico profesional de esto... y mis ornamentos son muy
sencillos, antilitúrgicamente creo, porque en esto los liturgistas, al
escucharme, me van a criticar mis vasos sagrados eran de madera y ahí todavía
los conservo. Entonces sí, siempre he tenido este apego por lo cultural, por lo
nuestro, por lo nicaragüense, por lo que soy y por el origen de dónde vengo,
que uno no debe de olvidarlo.
Paola
Arriaza: Y su pastoral también. Imagino que habrá sido difícil dejar esta
pastoral, venir a Roma. No sé si todavía hace este tipo de labores pastorales.
Monseñor
Álvarez: Bueno, a mí me se me hizo difícil dejar la pastoral cuando era un
joven, un muchacho y entrar al seminario porque siempre mi vida ha sido muy
intensa y yo ya era el líder de la pastoral juvenil en la Arquidiócesis de
Managua y entonces tenía mucha actividad en los tres departamentos que componen
la Arquidiócesis. Teníamos una estructura de juventud enorme, fuerte. Por
ejemplo, en una Vigilia de Pentecostés juvenil reuníamos hasta 30.000 jóvenes,
una noche entera y completa. Era toda una fiesta el Espíritu Santo. Desapegarme
de ese ritmo de trabajo y asumir otro ya: el académico, el disciplinario, el
sistemático, el orgánico a nivel humano, el nivel pastoral a nivel espiritual,
a nivel intelectual me costó un poco, pero con la ayuda de mis directores espirituales
logré encauzar mis energías ya en mi proceso vocacional.
Paola
Arriaza: Y eso mismo le estará pasando aquí en Roma.
Monseñor
Álvarez: Bueno, te digo que es un poco diferente, porque yo venía a Roma
con la ilusión de rezar, orar y caminar por las calles siendo feliz. De tal
manera que también pensé que en la misma semana de mi venida yo iba a renunciar
a mi diócesis de Matagalpa y a la administración apostólica de Estelí. Tenía
listo ya para presentarle al Papa mi renuncia, pero me encontré con la bondad
de Dios y del Santo Padre que quieren que siga siendo el ordinario de Matagalpa
y el administrador apostólico de Estelí, aún estando en la diáspora. Yo no le
llamo exilio porque yo no estoy exiliado, yo estoy liberado. Yo no me siento
exiliado, sino liberado. Y en la diáspora. En la diáspora siempre crece la fe y
se fortalece la esperanza.
Paola
Arriaza: ¿Entonces ese día que usted vino a Roma, qué sintió? ¿Cómo fue ese día
para usted?
Monseñor
Álvarez: Bueno, primero déjame decirte que cuando salí de la cárcel y me
iban llevando al aeropuerto en las gestiones que la Santa Sede, la Secretaría
de Estado, en nombre del Santo Padre, hizo ante el gobierno, por supuesto,
sentí una profunda alegría, pero sobre todo fue una experiencia de fe, porque
en ese momento recité y profesé el Credo, que es por lo cual sufrí esa
experiencia: por mi fe en una santa, católica y apostólica. Y pues al venir a
Roma mucha emoción, mucha alegría, mucho entusiasmo, mucho llanto y mucho
agradecimiento en el corazón con Dios, con el Papa, con la Secretaría de Estado
y con todos aquellos hombres y mujeres que en el silencio gestionaron mi salida
y con todo el mundo que oró por mí. Y quiero aprovechar esta entrevista para
agradecer con el corazón a todos aquellos hombres y mujeres, no solo creyentes,
sino también no creyentes agnósticos que me desearon todo bien y que desde ese
buen deseo, estoy seguro, el Señor recibió esas buenas intenciones como una
plegaria por mi liberación.
Paola
Arriaza: ¿Estando usted encarcelado, qué fue lo que lo mantuvo con esperanza?
¿Usted pensaba que vendría este día de liberación? ¿Qué es lo que pensaba?
Monseñor
Álvarez: Yo siempre pensé y creí en mi libertad. Y en la cárcel aprendí dos
cosas que se pueden cometer como errores: para los que están fuera, pensar que
el preso nunca va a salir. Ese es un error grave. Y para el preso, pensar que
él nunca va a salir es otro error grave. Siempre creí en mi liberación.
¿Cuándo? No lo sé, no lo sabía, pero siempre esperé salir libre y pues lo que
me sostuvo fue la oración. Ya estando fuera me he dado cuenta que no solo fue
mi oración, sino también la oración de todo el pueblo fiel y santo de Dios, no
solo nicaragüense, sino esparcido por el mundo, que es al pueblo al que le
reitero mi agradecimiento profundo e insisto en que lo que me sostuvo fue la
oración, el estar aquí contigo ante las cámaras de EWTN, el poder estar dando
esta entrevista en esta bella Pontificia Comisión de América Latina, solamente
se puede explicar como una acción sobrenatural de Dios. No hay explicación
humana para que yo pueda estar contigo en este momento.
Paola
Arriaza: Usted habló de su estado de salud en ese día que se fue, durante ese
año que estuvo encarcelado. ¿Cómo era su estado de salud antes y cómo está
ahora usted?
Monseñor
Álvarez: Yo vine, para decirlo en un lenguaje de cuantificación, menos cero
en todas mis capacidades psicológicas, psiquiátricas, emocionales, afectivas,
sentimentales, morales, espirituales, físicas, somáticas, menos cero. Ahora, un
año después, puedo decir que estoy en un 90% recuperado.
Paola
Arriaza: La gente que ha dejado atrás. ¿Cómo cree que la Iglesia en Nicaragua
vive la situación actual?
Monseñor
Álvarez: Yo siempre manejo en mi bolsillo, que en este momento no lo tengo,
¡qué barbaridad!, la carta pastoral que el Santo Padre nos dirigió a los
nicaragüenses el 2 de abril del año pasado. Y en esa carta
pastoral el Papa nos exhorta con un lenguaje muy doméstico y muy nuestro a
creer y confiar en la Providencia divina, aún en aquellos momentos en los que
inteligiblemente no se puede entender lo que está sucediendo. En otras
palabras, aún en los momentos en que la esperanza se vuelve oscuridad, tenemos
que creer firmemente que Dios va actuando en la historia del ser humano y en la
historia de los pueblos, y yo estoy convencido de eso y por eso soy un hombre
de esperanza y creo que mi gente, mi pueblo, es un pueblo de esperanza.
Paola
Arriaza: ¿Y sabe qué me recuerda con esto? Este Ángelus en febrero de 2023, que
el Papa dijo que rezaba mucho por monseñor Rolando Álvarez y dijo: el obispo,
al que le tengo mucho cariño. ¿Cómo recibió usted esa noticia?
Monseñor
Álvarez: Pues yo no lo supe en la cárcel... hasta que vine aquí a Roma lo
supe. Y yo no me siento merecedor del cariño del Papa. Pero quiero contarte un
secreto que es, pienso, por qué el Papa me empezó a tener cariño. Una vez, en
el 2018, cuando estaba la situación más violenta en Nicaragua, vine a hacer una
visita con el arzobispo actual, el cardenal Brenes, a la Santa Sede, y nos
íbamos a entrevistar con el Papa. Por cuestiones de protocolo lo pasaron
primero al arzobispo y a mí me dejaron afuera como 20 minutos o media hora. Y
yo me puse a rezar el Santo Rosario. A la media hora me pasaron y el Papa, en
un gesto maravilloso, se levantó, me fue a recibir, me abrió los brazos y me
dijo: Perdóname porque te hice pasar por el purgatorio esperando tanto tiempo.
Y yo con normalidad, con el rosario en la mano, le dije: No se preocupe, Santo
Padre, porque aproveché para rezar el Rosario. Me parece que ahí hubo un
momento de un cruce de simpatía, porque a partir de ese momento me recuerdo que
el Papa siempre que venía algún obispo de Nicaragua me mandaba saludos.
Paola
Arriaza: Y desde entonces me imagino que este año en Roma han tenido esa
relación cercana...
Monseñor
Álvarez: Hemos tenido una relación cercana, sobre todo en el Sínodo. Me
sucedió una cuestión muy interesante. Me fui a almorzar cerca del Vaticano,
allí en un restaurantito y terminé temprano. Entonces me regresé a las tres de
la tarde. Las sesiones empezaban a las cuatro y yo pensaba: voy a ir a
descansar en la mesa. Ahí me voy a dormir un ratito mientras empieza el
trabajo. Y aquella aula sinodal estaba totalmente vacía. Solo el Papa estaba
sentado. Aproveché para ir a platicar con él y ahí, como decimos los nicaragüenses,
me despaché sabroso porque platiqué todo lo que tenía que hablar y ahí pues el
Papa me dijo algo que eso sí no lo puedo decir.
Paola
Arriaza: Hablando del Sínodo. Esa fue su primera aparición pública en la que
usted dio su testimonio y sabemos que eso impactó mucho a los miembros que
estaban ahí, ¿qué les dijo?
Monseñor
Álvarez: El cardenal Marc tuvo la bondad de llamarme 15 días personalmente
y me dijo: “El Papa quiere que participe en el Sínodo”. Yo tenía otra
programación porque yo no estaba para participar en la Asamblea, pero bueno,
igualmente fue voluntad de Dios y del Papa y lo hice con alegría y con
sencillez y normalidad. Pues yo así fue que viví mi vida sinodal. Y yo digo
siempre que saqué una licencia en eclesiología sinodal, ese mes para mí fue muy
intenso, aprendí mucho de los hermanos cardenales, obispos, sacerdotes,
religiosos, religiosas, laicos. Aprendí mucho de sus intervenciones, de las
conversaciones en los corredores. Se aprende mucho en el Sínodo.
Paola
Arriaza: Eso le iba a decir. Seguramente escuchó otra forma en la que la
Iglesia alrededor del mundo está luchando en sus propias circunstancias por
salir adelante. ¿Le impactó esto?
Monseñor
Álvarez: Bueno, yo creo que todos podríamos tener una cosmovisión distinta,
pero también hay una especie, si me permiten una expresión técnica que no sé si
la voy a inventar en este momento, una cosmoeclesiología distinta. Hay una
manera de ver y de vivir la Iglesia dependiendo de la cultura, dependiendo de
los continentes, dependiendo de las experiencias. Por ejemplo, nosotros tenemos
una experiencia en Nicaragua y en América Central, donde la mujer tiene una
participación extraordinaria. Yo conozco mujeres que son directoras
espirituales de obispos, cancilleras, promotoras de justicia, coordinadoras de
comunidades, delegadas de la palabra, ministras, lectoras extraordinarias de la
comunión, catequistas, miembros de los coros... nuestros templos y nuestros
altares están llenos de niños y niñas. En cambio, sé y lo aprendí en el Sínodo,
que hay otras realidades eclesiales en las que pareciera que la mujer no tiene
la misma participación.
Paola
Arriaza: Bueno, y por último, monseñor, quería darle el espacio para decir lo
que usted quiera decir a su gente. ¿Hay algún mensaje que quiera dar un
agradecimiento?
Monseñor
Álvarez: Decirle que les amo. Amo mucho a mi gente, amo a mi pueblo y
decirles que soy un obispo para la Iglesia Universal. Es decir, fui ordenado
obispo para Matagalpa. Soy cabeza visible de Matagalpa y administrador
apostólico de Estelí y lo seguiré siendo hasta que Dios quiera. El día que el
Señor, a través del Papa, no permita que yo continúe jurídicamente pastoreando
esta diócesis, yo seguiré siendo obispo y pastor de la Iglesia Universal.
Gracias a todos. Gracias a ti por la entrevista y quiero enviar desde aquí mi
bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo a todo el pueblo de
Nicaragua y a toda la América Latina.
Paola
Arriaza: Monseñor Rolando Álvarez Muchísimas gracias.
Monseñor
Álvarez: Gracias a ti.
Fuente: ACI Prensa