“Pasamos de estar en el paraíso a sentir que caíamos en el infierno”
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Crédito: Cortesía de Lola Rosique |
Con una sonrisa radiante, María Dolores Rosique, Lola para sus amigos,
relata con una fe renovada su testimonio de sanación tras superar un agresivo
cáncer abdominal. Su recuperación comenzó después de visitar el cuerpo del
Beato Carlo Acutis en Asís y encomendarse por completo bajo su cuidado.
“Siempre digo que la enfermedad que tuve me ha dado muchas más cosas
buenas que malas. Una de ellas es haber reafirmado mi fe. Hoy sé que sin
el Señor no soy nada y no puedo llegar a ningún sitio”, afirmó en
entrevista con ACI Prensa.
Lola, española de 44 años, pediatra de profesión, disfrutaba quizás del
mejor momento de su vida junto a su esposo Pablo, sus tres hijas adolescentes
de 17, 15 y 12 años, y su pequeño de siete. Sin embargo, durante un viaje
familiar a la región italiana de la Toscana en 2022, su vida dio un giro
inesperado, enfrentándola a una prueba que desafiaría su fe.
Lola confiesa que venía sintiéndose mal desde hacía un tiempo: “Tenía
molestias digestivas en el abdomen. Fui al médico y me hice ecografías, incluso
me pidieron una endoscopia. Me hice esas pruebas y todo salió bien”, relata.
Sin embargo, meses después, durante su viaje a la Toscana, Roma y el
Vaticano, una noche sintió molestias en el abdomen y, al palparse, tuvo una
certeza inmediata: tenía cáncer. “Lo tuve claro desde el minuto uno, porque
para eso tengo el sexto sentido de mi profesión. No sabía si el cáncer estaba
en el hígado, en el páncreas, pero en ese momento la vida nos dio un giro
repentino”.
“Pasamos de estar en el paraíso a sentir que caíamos en el infierno”,
afirmó.
Lola asegura que, desde ese momento, no ha sido un camino fácil, pero
ha sido “un camino maravilloso”, ya que se han sentido “arropados por el cariño
y la oración de tanta gente, por nuestra familia y, por supuesto, por la mano
del Señor”.
“Ha sido un proceso duro: dos cirugías muy agresivas, quimioterapia
intraperitoneal, muchas dificultades… pero hace ya dos años de eso, y gracias a
Dios, ahora mismo estoy libre de enfermedad”, relata con una
sonrisa.
Según Lola, no le pidió al Beato Carlo Acutis que le concediera el
milagro de una sanación sino que su mal no fuera tan grave para poder ver
crecer a sus hijas.
“El verdadero milagro no es sólo que esté viva —que sí, que es una
bendición—, sino el impacto espiritual que esto ha tenido en mí, en mi familia
y en muchas amigas que estaban alejadas del Señor. A raíz de esta experiencia,
mucha gente ha vuelto a acercarse a Dios. Y, claro, no puedo estar más
feliz, porque ese es el verdadero milagro”, asegura.
La historia de Carlo Acutis y Lola: el primer encuentro
Cuando apareció la enfermedad, Lola recordó que vivían “una época súper
feliz”. Sus hijas estaban creciendo y “ya no demandaban tanto esfuerzo físico”.
“Mi trabajo era estable y todo funcionaba bien, sin grandes sobresaltos”,
afirmó.
Al comunicarle la noticia del cáncer a su esposo, Pablo mantuvo la
calma y le ofreció dos opciones: regresar de inmediato a España o esperar a que
saliera el barco en tres días. Sin embargo, le dejó claro que, si decidían
quedarse, debían afrontarlo con serenidad, sin dejarse llevar por la tristeza.
“Lo sensato era esperar. Tres días no iban a cambiar nada y, al menos,
podíamos disfrutar juntos. Así que intentamos hacer lo mejor posible. Tragué
saliva más de una vez, pero le pedí al Señor que nos diera fuerza, que nos
uniera aún más, por si nos esperaba una época complicada, como luego supimos
que sería”, contó Lola.
Mientras se dirigían al barco desde la Toscana hacia Roma, aún con
varias horas por delante antes de zarpar, Pablo sugirió hacer una parada en
Asís, aunque no formaba parte de sus planes iniciales.
“Ahora sé que no fue casualidad. Todo tiene un sentido. La
providencia del Espíritu Santo te ilumina cuando menos lo esperas. Así
que, al visitar Asís y la Iglesia de San Francisco sentí la presencia de
nuestro Señor, sabía que estaba allí, que no nos dejaba”, recordó Lola.
Según relata, en ese punto su mayor preocupación era que sus hijas se
quedaran tan jóvenes sin su madre. Ante esa posibilidad, le rogó a Dios:
“Señor, hazlo por ellas. Realmente no quiero nada para mí”.
“No fue una sanación que buscara para mí misma. Me sentía
completa, con Dios, con todo lo que me había dado. Pero pensaba en mis hijas,
en que ellas necesitaban a su mamá. Ahí llegó un punto de inflexión
inesperado”, continuó.
Mientras Lola tenía esos pensamientos, Pablo notó de pronto que en las
tiendas de Asís abundaban fotos, rosarios y estampas con la imagen del Beato
Carlo Acutis, un joven del que apenas habían oído hablar en el colegio de sus
hijas. Intrigado, investigó un poco más y, al buscar en Google, descubrió con
asombro que el cuerpo del beato se encontraba a solo 300 metros.
Lola se sentía agotada, tanto física como emocionalmente, y en ese
momento sólo pensaba en comer y regresar al coche. Al principio, no quiso ir,
pero sus hijas insistieron. “Al final, creo que fue el Espíritu Santo, o
incluso Carlo, quien me arrastró a través de mis hijas, porque por mi propia
voluntad jamás habría subido”, confesó.
“Nos dirigimos a la iglesia del Despojo, donde está el cuerpo de Carlo.
Llegamos allí y encontramos una nave lateral donde reposa su cuerpo. Justo
enfrente hay un banco para sentarse y rezar. Yo caí allí rendida, en el momento
más difícil de nuestra vida. Le pedí por tantas cosas... Pero sobre todo por
mis cuatro hijos. Le dije: ‘Carlo, no sé qué hago aquí en este momento, no sé
qué hago aquí, pero Dios sabe más y aquí estoy’. Y entonces le hice dos
peticiones”, contó en la entrevista.
Lola tuvo la oportunidad de escribir sus peticiones en una notita y
depositarla en el buzón de intenciones. Primero, le pidió a Carlo que sus hijos
y los jóvenes de su familia estuvieran siempre cerca de la Eucaristía, como lo
estuvo él, porque sabía que ese era su gran amor y su “autopista al Cielo”.
Luego, le suplicó que lo suyo no fuera “demasiado grave”. “No le pedí
que no tuviera nada, sino que no fuera muy grave, para poder ver crecer a mis
hijas y acompañarlas durante esos años. Me entregué por completo y le dije:
‘Carlo, aquí en tus manos estoy. La intercesión la tengo que pedir a través de
ti, porque me has traído hasta aquí’”, contó Lola.
Lola y su familia rezaron juntos. Sus hijos elevaron sus oraciones y su
esposo también se quedó un momento frente al cuerpo de Carlo. Poco después,
salieron de la iglesia.
Al cruzar la puerta, algo cambió. Por un lado, sintió una paz
espiritual inmensa. “Cuando dices: ‘Esto ya no depende de mí, Carlo, aquí te lo
dejo’, sientes un descanso profundo”, recordó. Pero además, experimentó algo
físico.
De repente, Lola se sintió bien, como no lo había estado en meses. No
tenía dolor, su cuerpo estaba fuerte. “Fue un bienestar impresionante”,
explicó. Y en ese instante, lo entendió. “Creo que fue una caricia del Señor,
que me decía: ‘Estate tranquila, no estás sola. Pase lo que pase, no estás
sola’”.
En ese momento, Lola supo con certeza que se iba a curar.
El regreso a España, el diagnóstico y la sanación
Lola y su familia partieron rumbo a España, preparándose para las
pruebas médicas y todo lo que vendría después. La primera prueba señalaba que
tenía un tumor en el ovario. “Estaba muy extendido por todo el abdomen”,
explicó. Afectaba al peritoneo, la membrana que recubre internamente el
abdomen, y había implantes tumorales por todas partes. Aunque los médicos
confirmaron que no había llegado al pulmón ni al cerebro; en el abdomen, estaba
prácticamente en todos lados.
El diagnóstico fue claro: un tumor maligno y muy avanzado. Lola tuvo
que afrontar la difícil tarea de comunicarlo a su familia, ya que le
habían dado entre seis meses y un año de vida. Sin embargo, tras una
primera cirugía, descubrieron que el tumor no era de ovario, sino del apéndice,
una zona del colon cercana.
Este nuevo diagnóstico cambió todo, ya que el cáncer de apéndice,
aunque agresivo dentro del abdomen, tiene un pronóstico mucho mejor, explicó
Lola. Éste no se propaga a órganos vitales como el cerebro o los pulmones y su
malignidad es menos letal. A pesar de la extensión del tumor, la noticia
resultó ser mucho más esperanzadora.
“Cuando lo contamos, mis hermanas nos preguntaron si podían difundir la
noticia para que la gente rezara”, recordó. Sin dudarlo, les dijo que sí, y así
comenzó una impresionante cadena de oración.
“Eso es la comunión de los santos: cuando uno sólo no puede, de repente
toda la Iglesia —la terrenal y la celestial— se une en oración. Fue increíble
ver el poder de la oración y cómo llegó a distintos lugares del mundo. Me
consta que había personas rezando por mí en muchos países, personas que ni
siquiera me conocían”, aseguró Lola.
Esa misma tarde, los padres de Lola fueron a la iglesia junto a su
casa, donde asisten a Misa diariamente. Le pidieron al párroco, don Leandro,
que rezara por su hija. Él, además de comprometerse a hacerlo, les sugirió que
al día siguiente Lola recibiera la Unción de los Enfermos.
“Soy bastante dócil, así que decidí ir”, contó Lola. Para ella, este
sacramento tiene un significado profundo cuando se recibe con el corazón
abierto.
En la sacristía, en un momento íntimo con su esposo y el sacerdote, don
Leandro comenzó con unas lecturas y luego le pidió que se arrodillara. “Impuso
sus manos sobre mi cabeza y, mientras rezaba, sentí que el Señor mismo me
ungía. Fue un momento de gracia indescriptible”, recordó. En ese instante,
entregada por completo, oró en su interior: “Señor, si tú has sido capaz de
curar a paralíticos, a leprosos, has convertido a prostitutas y pecadores… pues
si tú quieres, puedes curarme, ¿no?”.
Al terminar, mientras se despedían, su esposo mencionó que habían
estado en Italia. De repente, don Leandro pareció recordar algo y les pidió que
esperaran. Regresó con un objeto en la mano y les preguntó: “¿Vosotros sabéis
quién es Carlo Acutis?”.
Lola y su esposo quedaron en shock. Entonces, el sacerdote les mostró
una reliquia de segundo grado: un trozo de tela de la ropa de Carlo Acutis.
“Esto te lo dejo hasta que te cures”, les dijo.
En ese momento, Lola sintió que Carlo la acompañaría en su camino.
“Pensé: ‘Carlo, tú y yo vamos a hacer un gran equipo’”, recordó.
Desde entonces, pidió la intercesión de todos en oración por su curación.
“Antes de que la gente comenzara a rezar, mi esposo y yo nos sentíamos
como si estuviéramos de la mano en un lugar completamente oscuro, sin saber a
dónde ir. Pero cuando empezaron a orar por nosotros, fue como si una
alfombra de luz se desplegara frente a nosotros, mostrándonos el camino. En
ese momento, supe sin ninguna duda que no estaba sola, que no me perdía, que
estábamos con Él”, aseguró Lola.
En este duro camino, Lola tuvo que someterse a dos cirugías agresivas,
recibir quimioterapia y enfrentar dificultades. Sin embargo, dos años después,
su realidad es muy diferente. Ahora, con gratitud, puede decir que se encuentra
en remisión.
“Carlo es como un hijo más”
El Beato Carlo Acutis ocupa hoy un lugar especial en la vida de Lola.
“Carlo es uno más en mi casa. Hablamos de él como si estuviera aquí, como un
miembro más de la familia”. Gracias a su testimonio, muchas personas han
conocido la historia de este joven beato. “El Señor me ha utilizado como
instrumento para que su historia llegue a muchas personas”.
Lola también custodia la reliquia de segundo grado de Carlo Acutis,
aunque no la guarda sólo para ella: “En varias ocasiones, en la oración, Carlo
me ha hecho sentir que debía compartirla y no quedarmela”. Por ello, la ha
compartido con quienes cree que él mismo ha dispuesto.
“Yo soy como, no sé cómo decirte, una apóstol de Carlo. Voy a
transmitir su mensaje, su devoción”, subrayó.
Asimismo, destacó el testimonio de amor que dio este joven al mundo:
“No hace falta tener 40 años para ir a misa todos los días. Carlo siempre tuvo
un amor incondicional a la Eucaristía y aún hoy nos enseña cómo vivir el amor y
la caridad hacia los pobres, a quienes tanto ayudó”.
Un cambio de vida para Lola: una nueva perspectiva de la fe
Uno de los grandes cambios en la vida de Lola, asegura, es que se
intensificó su “amor a la Eucaristía”. “Ahora mi vida, la de Pablo y mía,
empieza en Misa a las 7:15 en la Catedral de Murcia, pidiéndole la gracia para
llevar el día”.
“He vuelto a trabajar, gracias a Dios, y creo que, a través de mi
trabajo, puedo llegar a mucha gente”, afirma. Su misión no es sólo profesional,
sino también espiritual: “Puedo transmitir la alegría del Evangelio, aunque sea
en pequeñas dosis, a los pacientes y a sus familias”.
Desde su experiencia, ha aprendido una lección clave: “El Señor me ha
enseñado que no tenemos por qué controlarlo todo”. Reconoce que antes solía ser
una persona “bastante controladora”, pero Dios le mostró que “las cosas más
importantes no dependen de mí. Es cuestión de dejarse guiar por Él”.
“He aprendido a confiar y a descargar en Él mis preocupaciones. ‘Señor,
pues Tú sabrás si conviene, si no conviene, si hay que hacer, si no hay que
hacer… Confío en Ti’”, continuó.
Además de su testimonio personal, Lola ha comenzado una labor
evangelizadora con amigas que estaban alejadas de la fe. “Desde hace unos
meses, hago algo que llamamos ‘mini-catequesis’. Una vez al mes les doy una
pequeña catequesis basada en el Catecismo”, explica.
Para ella, su misión de vida es clara: “Sé que, de momento, el Señor me
llama a esto: a compartir mi testimonio, que está ayudando a algunas personas.
Donde Él me llame, voy”.
Desde su sanación física, Lola también ha animado a otros a abrir los
ojos a la presencia de Dios en medio del sufrimiento: “Presten atención a los
pequeños detalles. Vean a la Virgen y al Señor en las personas que los cuidan:
en quienes los acompañan, en el sacerdote que les lleva la comunión. Detrás de
todos ellos, ahí está el Señor. No nos deja solos”.
“Al final, estamos hechos para algo mucho más grande, y hay veces en
que el cielo no puede esperar”, concluyó.
Por Diego López Marina
Fuente: ACI Prensa