El catedrático de Periodismo de la Universidad CEU San Pablo repasa los grandes hitos eclesiales de la segunda mitad del siglo XX y el papel decisivo de una gran generación de obispos
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Serrano Oceja/Cedida |
Confiesa José
Francisco Serrano Oceja, catedrático de Periodismo en la Universidad Ceu San
Pablo y reconocido comentarista de información religiosa, que lo que ha
aprendido de su último libro —con el sugerente título Iglesia
y poder en España. Del Vaticano II a nuestros días (Arzalia Ediciones)—
es que detrás de la imagen que tenemos del poder y la Iglesia hay mucha
santidad. También coherencia entre lo que se cree, se practica y se proclama.
Y si hablamos
de poder en la Iglesia —en el sentido que lo entiende el autor, es decir, como
la capacidad para hacer que la historia cambie— indudablemente tenemos que
hablar de los pastores que la han guiado. Pastores con nombres y apellidos.
Figuras que asumieron el liderazgo de la Iglesia en un momento complicado tras
el Vaticano II y que aceptaron el reto —e incluso se adelantaron— de transitar
hacia una sociedad democrática. Obispos de distintas sensibilidades y acentos,
pero con algo en común: «Una voluntad de verdad y servicio a la sociedad
española, que se manifiesta especialmente en la Transición». Personajes de la
talla de Casimiro Morcillo, José Guerra Campos, Vicente Enrique y Tarancón,
Marcelo González, Elías Yanes, Gabino Díaz Merchán, Fernando Sebastián, Antonio
Montero, Ángel Suquía o Antonio María Rouco Varela, entre otros.
Serrano Oceja
analiza acontecimientos muy relevantes no solo para la historia de la Iglesia,
sino para la historia de España, como la Asamblea Conjunta (1971), que fue, en
palabras del autor, un cambio de rumbo. «La Iglesia en España hizo su
transición antes que la política y la sociedad», afirma. Un momento no exento
de tensiones. «Destacaría la gran libertad que existía en ese momento en la
Iglesia. Y he descubierto una generación de obispos muy distintos, de
procedencias muy diversas, pero que era capaz de debatir, discutir a fondo,
confrontar ideas y opiniones y llegar a acuerdos y plantear textos proféticos»,
subraya. Se refiere en concreto al documento Iglesia y comunidad política, aprobado en 1973 bajo la
presidencia del cardenal Tarancón.
En este
sentido, el doctor en Periodismo explica que la Iglesia, al haber hecho antes
su propia transición, preparó a la sociedad para la que iba a venir. Y esa, es,
precisamente, una gran contribución: «Había generado un clima favorable basado
en la reconciliación de todos los españoles». En esta tarea, no solo habían
jugado un papel importante los obispos, sino también los sacerdotes, a raíz de
la citada Asamblea Conjunta. «Contribuyeron a la formación de una cultura
democrática, de una cultura de la reconciliación que luego facilitó los
procesos políticos y los económicos», insiste. Pero es que, además, los obispos
mantuvieron una permanente interlocución con los poderes públicos. Esto,
recuerda el autor, es conveniente recordarlo cuando hoy vivimos «una evidente
segunda transición política».
En este camino,
el libro repasa, por ejemplo, las diferentes posturas episcopales ante la
Constitución: «Lo que separa a los obispos no son las decisiones sobre los
hechos, sino las consecuencias de estos. Quienes pusieron objeciones al texto
constitucional, lo hicieron por las consecuencias que preveían que iba a tener
la reforma en algunas temáticas», agrega. Estas cuestiones eran la educación y
el matrimonio y la familia. También la entrada en la democracia, la renuncia
del Rey a presentar obispos, el 23-F, las relaciones con el nuevo Gobierno
socialista y la última década del milenio con Suquía y Yanes como «las dos alas
que permiten al avión volar», una tónica habitual décadas atrás, así como
el creciente liderazgo del cardenal Rouco Varela.
Pero como la
Iglesia de hoy no se entiende sin la del pasado, Serrano Oceja se pasa por el
siglo XIX y primera mitad del XX para comprobar algunas tendencias que se
repiten. Cita tres: la división de los católicos, el clericalismo y el
anticlericalismo y la influencia del poder político en el nombramiento de
obispos, esta última cuestión superada por la decisión del rey Juan Carlos.
Y en todo este
recorrido histórico, al que añade una buena bibliografía y un útil índice
onomástico, el autor ve aquello que Benedicto XVI llamó la hermenéutica de la
continuidad. También entre la sucesión de obispos. «Hay una continuidad
evidente en las procedencias sacerdotales y en las relaciones personales. Para
mí fue un descubrimiento la relación entre Morcillo y Tarancón. Tarancón no
hubiera sido el que fue sin Casimiro Morcillo. Esa continuidad se ejerce en
cada uno de los momentos y saltos generacionales: la relación entre Fernando
Sebastián y Vicente Enrique y Tarancón o la continuidad entre Suquía y Rouco.
Estas vías de continuidad permiten la preparación de liderazgos internos dentro
de la Conferencia Episcopal».
La
investigación se queda en el año 2000, porque, dice el autor, es pronto para
escribir sobre la historia reciente de la Iglesia en nuestro país. Pero señala
que lo que la época inmediatamente anterior enseña a la actual es la idea del
poder en la Iglesia, que es presencia y palabra, como servicio a la sociedad
española. Afirma también que la forma en la que este se configura en la
sociedad hoy está en el relato, en la palabra y la imagen que ofrece a la
sociedad. «En este caso, la palabra y la imagen del papa Francisco pesan mucho,
y lo hacen positivamente, en el relato de la Iglesia en la sociedad española»,
concluye.
Fran Otero
Fuente: Ecclesia