MARIO FLORES: «LA IGLESIA TUVO UN PAPEL FUNDAMENTAL DURANTE MIS 20 AÑOS EN EL CORREDOR DE LA MUERTE»

La vida de Flores da para mucho: estuvo cerca de ir a los Juegos Olímpicos, es un pintor famoso y vivió como un condenado a muerte durante dos décadas

Ecclesia

Repasa su historia en esta entrevista con ECCLESIA con motivo de la Jornada Mundial de Ciudades por la Vida

Como cada año, el 30 de noviembre la Comunidad de Sant’Egidio y el Movimiento Jóvenes por la Paz celebra su Jornada Mundial de Ciudades por la Vida, reivindicando la abolición y superación de la pena de muerte en todo el mundo. En Madrid, este viernes, en el acto organizado en Madrid, el testimonio corrió a cargo de Mario Flores Urban, quien pasó 20 años en el corredor de la muerte de una prisión de alta seguridad en Illinois (Estados Unidos). Antes de contar su historia para sensibilizar a la comunidad internacional, atendió a ECCLESIA para una entrevista.

Nació en México y emigró, como tantos otros, a Estados Unidos buscando una vida mejor…
Sí, vine al mundo en la Ciudad de México en 1965, siendo el penúltimo de cinco hijos. Gracias a que una de mis hermanas nació en Chicago, Illinois, nuestra familia tuvo la oportunidad de emigrar legalmente a Estados Unidos como residentes permanentes. Al llegar, nos establecimos en un barrio que por aquel entonces era uno de los más violentos de Chicago.

Y esa segregación se tradujo en las consiguientes malas compañías.
Fue en este barrio donde conocí a mis primeros dos amigos de infancia, ambos hermanos menores de líderes de una banda local. Al principio, éramos inseparables, pero esas amistades me llevaron a involucrarme en problemas con la ley, como conducir autos robados. Este comportamiento alarmó a mis padres, quienes rápidamente decidieron enviarme a estudiar a un colegio prestigioso lejos del barrio y sus malas influencias. Curiosamente, en aquel colegio coincidí con Michelle Obama (entonces llevaba su apellido de soltera, Michelle Robinson) durante un año escolar, en 1980.

¿Qué impresión le produjo verla después como primera dama? ¿Cómo fue conocerla?
Solo coincidí brevemente con Michelle Obama durante el bachillerato. Ella era tutora de un grupo de estudiantes de noveno grado que habían suspendido algunas materias, entre los cuales me encontraba yo. Michelle era conocida por ser una estudiante destacada, habiendo obtenido el tercer lugar a nivel nacional en el examen ACT —una evaluación múltiple y combinada de inglés, matemáticas, lectura y ciencias aplicadas—. No tuve mayor interacción con ella, porque yo aún no había destacado como atleta, por lo que en alguna ocasión ha señalado que no me ubica o recuerda.

Con el deporte, precisamente, parecía que iba enderezando las cosas…
Durante mis años en este colegio del que le hablo descubrí mi pasión por el deporte. Formé parte del equipo de fútbol y de natación, destacándome en el salto de trampolín. Llegué a soñar con representar a Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de 1984 o 1988. Sin embargo, estos sueños que albergaba se truncaron drásticamente debido a una injusticia que cambió mi vida para siempre.

El golpe de su vida, cuando mejor estaba.
El 10 de noviembre de 1984, mi vida dio un giro inesperado cuando fui acusado injustamente de un asesinato ocurrido el 1 de enero de ese mismo año. Este crimen, atribuido a mí por el detective Reynaldo Guevara, desencadenó una serie de actos violentos que convirtieron a Chicago en una de las ciudades más violentas de Estados Unidos. A pesar de no existir pruebas físicas en mi contra, las amenazas y presiones del detective llevaron a que mis dos amigos de infancia declararan falsamente como testigos del homicidio. Mi abogado defensor, confiando en que el caso se caería por falta de pruebas contundentes, decidió no presentar a mis ocho testigos de coartada, temiendo que sus testimonios fueran desacreditados. Desafortunadamente para mí, esta estrategia resultó desastrosa. El jurado me declaró culpable y fui sentenciado a la pena de muerte mediante inyección letal. Tenía solo 19 años, y pasé los siguientes 20 años de mi vida en el corredor de la muerte, aislado en una pequeña celda, esperando mi ejecución.

¿Cuál fue el papel de la Iglesia ante una situación límite y de tal injusticia?
Tuvo un papel fundamental durante mi tiempo en el corredor de la muerte. Numerosos sacerdotes y monjas no solo abogaron fervientemente para que no se ejecutara mi sentencia, sino que también brindaron consuelo y apoyo a mi familia. Me visitaban regularmente, llevándome palabras de aliento y libros para leer, lo cual fortaleció mi conexión con la fe en momentos tan difíciles.

¿Se piensa mucho entonces en el niño que fue uno mismo?
Desde niño, siempre fui inquieto, travieso y juguetón, pero también compasivo y con un buen corazón. Recuerdo con especial cariño cómo me fascinaban las historias bíblicas que los sacerdotes contaban durante la Misa. Estas historias despertaron en mí un profundo interés por la espiritualidad desde una edad temprana. Durante mi primera comunión, tuve un momento curioso con el sacerdote, el padre Francisco. Me habían dado una vela muy larga, y me quejé porque quería una como la de los otros niños, que eran más cortas. El Padre me respondió: «Al ser tan travieso, necesitarás una vela más larga, porque pasarás mucho tiempo rezándole a Dios». Años después, entendí lo sabias que fueron esas palabras.

¿Cómo de importante fue para usted apoyarse en su propia espiritualidad en esos momentos?
Como le decía, desde niño tuve un fuerte apego a las historias bíblicas, y en el aislamiento del corredor de la muerte encontré tiempo para estudiarlas profundamente. Historias como las de José, el soñador; Moisés, Noé y el propio Jesucristo se convirtieron en un refugio emocional. Estas narrativas de fe y superación me ayudaron a mantener la esperanza. Sentí una paz interna que me acompañó durante esos 20 años, una sensación de que Dios estaba conmigo, incluso en medio de esa adversidad.

El deporte y el arte también lo ayudaron, pero de otra manera…
Ambos fueron pilares esenciales para mantenerme equilibrado emocional y físicamente. El deporte me brindó disciplina, ayudándome a establecer metas y a mejorar mi autoestima, algo que suele estar por los suelos bajo una sentencia de muerte. Por otro lado, el arte fue un escape para mi imaginación. Me permitió crear un mundo lleno de colores, vida y esperanza en un entorno dominado por el caos y la oscuridad. Tanto el deporte como el arte me dieron la fuerza para resistir y seguir adelante.

De la misma forma que, supongo, nunca imaginó que terminaría en el corredor de la muerte, ¿llegó a pensar que algún día iba a salir de allí?
Nunca me imaginé que algún día terminaría en el corredor de la muerte. Y, además, estaba casi seguro de que me iban a ejecutar. Después de haber agotado todas las oportunidades de amparos y apelaciones jurídicas, sabía que no existía posibilidad alguna de salir del corredor de la muerte. Soñaba mucho en cómo fugarme de ahí antes de que me ejecutaran o, al menos, morir en el intento.

¿Cómo se resolvió finalmente todo?
La historia me vincula aquí con España, porque, antes de mi fecha de ejecución, mis pinturas adquirieron mucha fama. El conocimiento de mi caso llega hasta Málaga y Francisco de Paula, que falleció ayer mismo, promueve mis pinturas aquí, en Madrid. Se pueden ver las exposiciones en internet y, claro, tenía mucha notoriedad en los informativos, porque mi caso era uno de los más importantes en el corredor de la muerte. Salí, incluso, en Televisión Española con Ana Blanco. Desde España se intentó presionar al presidente de Estados Unidos y las autoridades para que detuvieran mi ejecución, pero sin mayor impacto. Pero, de repente, sucedió el 11-S y ahí España sí se convirtió en uno de los aliados más importantes de Estados Unidos. Por ahí empezó a tener en cuenta el gobierno de Illinois el apoyo que yo tenía desde España, con miles de españoles exigiendo que se detuviera mi ejecución. Entonces, se lo tomaron en serio y, como una señal de cofradía, revisaron mi caso. 

Al volver sobre el caso descubrieron que era inocente, pero no quisieron indultarme, porque eso habría merecido una indemnización multimillonaria. Por eso, me ofrecieron salir libre bajo libertad condicional por buen comportamiento durante estos veinte años. Yo no lo quería aceptar, pero mis padres me dijeron: «Mario, tómalo, ya perdiste veinte años, no pierdas un día más». Tomé eso, me deportaron a México y de allí me vine para España. Entablé mi residencia en Málaga junto a Francisco de Paula y luego el gobierno de México me pidió que regresara a ayudar a los mexicanos que estaban condenados a muerte. Me quedé en el gobierno de México por unos once años. Y ahora he regresado a España para vivir y quedarme aquí. Ya soy ciudadano español. Así termina esta historia, empezando una nueva etapa de dar charlas aquí.

¿Cómo ve la situación actual de la pena de muerte en el mundo? ¿De qué manera podemos contribuir cada uno desde nuestro lugar para erradicarla?
Entiendo profundamente el deseo de justicia que tienen las familias de las víctimas de homicidio. Sin embargo, creo firmemente que la pena de muerte no es la solución. Además de ser un sistema extremadamente costoso de implementar y mantener, genera desigualdades: no todos los culpables son ejecutados, y eso transmite el mensaje de que la vida de algunas víctimas es más valiosa que la de otras, lo cual puede causar divisiones sociales y hasta más violencia. Desde mi posición, abogo por penas que permitan que todos los culpables enfrenten condenas similares, sin tomar vidas en el proceso.

Luis Rivas

Fuente: Revista Ecclesia