EL PAPA FRANCISCO CANONIZA A 16 CARMELITAS GUILLOTINADAS EN LA REVOLUCIÓN FRANCESA, SIN NECESIDAD DE MILAGRO

Durante su traslado al patíbulo, las monjas cantaban himnos y salmos, y al llegar al lugar de la ejecución, entonaron el Veni Creator, renovando sus votos antes de morir

El 17 de julio de 1794, las carmelitas fueron guillotinadas.
Teresa de la Rueca. Dominio público
El 17 de julio de 1794 fueron asesinadas en nombre de la «libertad, igualdad y fraternidad» 16 monjas carmelitas que se negaron a renunciar a su fe. Durante su traslado a la guillotina, las monjas cantaban himnos y salmos, y al llegar al lugar de la ejecución, entonaron el Veni Creator, renovando sus votos antes de morir. 

Dentro de la misma Revolución Francesa, han existido capítulos desconocidos que han dejado cicatrices profundas, exponiendo las contradicciones entre los ideales proclamados y los actos cometidos en su nombre, y que, por ello, merecen ser recordados.

Ahora, la muerte de estas 16 carmelitas en la guillotina por negarse a abandonar la vida religiosa, ha sido reconocida por el Papa Francisco como un acto de martirio digno de ser inscrito en el catálogo de los santos. Por ello, y sin necesidad de un milagro, se les ha subido a los altares a través de un proceso de canonización equipolente.

Esta decisión, tomada tras la audiencia con el cardenal Marcello Semeraro el pasado 18 de diciembre, prefecto del dicasterio para las Causas de los Santos, también incluye la beatificación de otros mártires, como el arzobispo Eduardo Profittlich, víctima del comunismo, y el sacerdote Elia Comini, asesinado por los nazis.

Ana de Jesús, el puente de transmisión del carisma teresiano

Estas 16 carmelitas eran parte de la comunidad de Compiègne, fundada en el siglo XVII como la 53ª casa de la orden en Francia. Su creación fue posible gracias a la llegada de la beata española Ana de Jesús, discípula y 'mano derecha' de Teresa de Ávila. Ana desempeñó un papel clave en la expansión de la reforma carmelita en Francia, los Países Bajos y Bélgica, abriendo nuevos caminos para la orden.

Sin embargo, esta comunidad se vio atrapada en el torbellino de la Revolución Francesa y el Reinado del Terror. Tras el cierre de conventos y monasterios y el aumento de la violencia, en 1792, miembros del Comité de Salud Pública intentaron persuadir a las monjas para que abandonaran la vida religiosa, pero ellas, inspiradas por su priora, sor Teresa de San Agustín, se negaron.

Expulsadas del monasterio y obligadas a vestirse de civil, las carmelitas de Compiègne continuaron su vida de oración y penitencia, aunque divididas en cuatro grupos en distintos puntos de la localidad. Pese a la dispersión, mantuvieron el contacto por correspondencia, bajo la guía de su priora.

El 24 de junio de 1794, fueron descubiertas y denunciadas. Tras su arresto, fueron trasladadas a París y encarceladas en la prisión de la Conciergerie, donde compartieron cautiverio con otros sacerdotes, religiosos y religiosas condenados a muerte.

Una canto de alabanza antes de morir

Incluso en prisión, las carmelitas mantuvieron una conducta ejemplar. El 17 de julio, un día después de la fiesta de Nuestra Señora del Carmen, que celebraron con himnos de júbilo, las 16 religiosas fueron sentenciadas a muerte por el tribunal revolucionario. Entre las acusaciones destacaba el «fanatismo», como describen medios vaticanos, atribuido a su ferviente devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y María.

En el momento de su ejecución, las monjas no mostraron miedo; al contrario, cantaban himnos y oraban con firmeza. En sus últimos momentos, renovaron sus votos y entonaron el Veni Creator antes de ser ejecutadas. Su martirio quedó registrado en la memoria colectiva y su beatificación, realizada por el Papa Pío X en 1906, abrió el camino para que a día de hoy hayan podido ser elevadas a los altares.

El proceso de canonización equipolente, seguido en su caso, es una práctica iniciada por Benedicto XIV que permite declarar santa a una persona sin la necesidad de un milagro formal. Esta aprobación es un recordatorio de la valentía y la fe inquebrantable que tantos católicos franceses demostraron durante un régimen que intentó suprimir la fe y sustituirla por el culto a la razón.

El Papa Francisco también ha declarado venerables a varios otros siervos de Dios, incluidos el obispo Áron Márton, el sacerdote Giuseppe Maria Leone y el laico Pietro Goursat, quienes también son reconocidos por su valentía en momentos de gran sufrimiento.

María Rabell García Corresponsal en Roma y El Vaticano

Fuente: El Debate