El diario italiano «Il Messaggero» publica, hoy, una reflexión del Papa Francisco sobre el Jubileo
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En la historia
del pueblo de Israel, el sonido de un cuerno de carnero llamado yobel -del que
procede el término «jubileo»- resonaba en cada pueblo, anunciando el comienzo
de un año especial, según las disposiciones de la Ley de Moisés (cf. Lev 25).
Jubileo, tiempo
de renacimiento
El año jubilar
era un tiempo de redención y de renacimiento, marcado por ciertas decisiones de
fuerte carácter simbólico, que aún hoy, mantiene una actualidad desarmante: el
descanso del cultivo de la tierra, para recordarnos que nadie la posee ni puede
explotarla, porque pertenece a Dios y nos es ofrecida por Él como un don que
hay que custodiar; la condonación de las deudas, que pretendía restablecer
cíclicamente, por tanto cada 50 años, una justicia social contra las
desigualdades; la liberación de los esclavos, para cultivar el sueño de una
comunidad humana libre de prevaricaciones y discriminaciones, más parecida al
pueblo del éxodo, al que Dios había querido como una sola familia en camino.
Un viaje en el
signo de la esperanza
Al comienzo de
su predicación, en la Sinagoga de Nazaret, Jesús retoma este horizonte judío
del Jubileo, dándole un sentido nuevo y último: Él mismo es el rostro de Dios
bajado a la tierra para redimir a los pobres y liberar a los prisioneros,
venido para manifestar la compasión del Padre hacia los que están heridos,
caídos o sin esperanza.
Jesús, en
efecto, viene a liberar de toda esclavitud, a abrir los ojos a los ciegos, a
poner en libertad a los oprimidos (cf. Lc 4,18-19). En tal programa mesiánico,
el Jubileo se amplía para abarcar todas las formas de opresión de la vida
humana, convirtiéndose así en ocasión de gracia para la liberación de los que
están en la cárcel del pecado, de la resignación y de la desesperación, para la
curación de toda ceguera interior que no nos permite encontrar a Dios y ver al
prójimo, para despertar de nuevo la alegría del encuentro con el Señor y poder
así reanudar el camino de la vida en el signo de la esperanza.
Redescubrir la
alegría del encuentro con Jesús
Con este
espíritu, desde el año 1300, con la bula del Papa Bonifacio VIII, millones de
peregrinos se dirigen a Roma, expresando con su peregrinación exterior el deseo
de un camino interior de renovación, para que su vida cotidiana, incluso dentro
de los afanes y fatigas, vuelva a estar asida y sostenida por la esperanza del
Evangelio. Porque todos llevan en el corazón una sed insaciable de felicidad y
de vida plena y, ante lo imprevisible del futuro, alimentan la esperanza de no
sucumbir a la desconfianza, al escepticismo y a la muerte. Y Cristo, nuestra
esperanza, viene al encuentro de la llama de este anhelo que habita en
nosotros, invitándonos a redescubrir la alegría del encuentro con Él, que
transforma y renueva la existencia. Por eso, «es evidente que la vida cristiana
es un camino, que necesita también momentos fuertes para alimentar y fortalecer
la esperanza, compañera insustituible que permite vislumbrar la meta: el
encuentro con el Señor Jesús» (Spes non confundit, n. 5).
La Puerta
Santa, un paso para entrar en una vida nueva
Este momento
fuerte está representado por el Jubileo. La Puerta Santa que se abre, en la
noche de Navidad, es una invitación a hacer un pasaje, una Pascua de
renovación, para entrar en esa vida nueva que nos ofrece el encuentro con
Cristo. Y una vez más será la ciudad de Roma la que acoja a los numerosos
peregrinos venidos de muchas partes del mundo, como sucedió en aquel lejano
1300 con el primer Jubileo de la Iglesia católica. En aquella coyuntura, muchos
peregrinos llegaban del Norte y, como dice Dante Alighieri, llegando a Monte
Mario, podían admirar el esplendor de la Ciudad Eterna, que tanto habían
anhelado; otros, procedentes del Sur, remontaban el Tíber en pequeñas
embarcaciones. El deseo de llegar a la Puerta Santa y cruzar su umbral era
grande en todos. Del mismo modo, cada Jubileo ha visto los pasos de los
peregrinos encontrarse con la belleza de la Ciudad de Roma.
Roma, una
ciudad acogedora y hospitalaria para todos
Con motivo del
Jubileo, grande es la movilización con medidas extraordinarias para el
mejoramiento vial, la mayor funcionalidad del transporte público, la
restauración de monumentos y, en general, la modernización de la ciudad; sin
embargo, si bien es importante que la ciudad esté preparada desde el punto de
vista del espacio urbano, no olvidemos que el Jubileo confiere a Roma una
vocación especial: ser un espacio acogedor y hospitalario para todos, un
laboratorio de contaminación de la diversidad y de diálogo entre las partes, un
taller multicultural que reúne, como en un mosaico, los distintos colores del
mundo. De este modo, puede ser una ciudad con un aliento eterno enraizado en un
pasado glorioso, pero que promete construir el futuro: un futuro sin barreras,
sin los muros de la discriminación y la desconfianza.
Este es el
sueño que hay que cultivar: la Ciudad de Roma mostrará al mundo entero la
peculiar belleza de aquella historia cristiana que la forjó y que se distingue
no sólo en el esplendor del arte, sino también y, sobre todo, en la profecía de
la acogida y de la fraternidad.
Que en cada
corazón y a lo largo de cada calle de esta Ciudad resuene, pues, con alegría el
canto: «Roma, inmortal con Mártires y Santos... no prevalecerán la fuerza ni el
terror, sino que reinarán la Verdad y el Amor» (Himno Pontificio).
El Papa
Francisco
Fuente: Vatican News