El fenómeno del consumismo produce una orientación persistente hacia el 'tener' en vez de hacia el 'ser'
![]() |
fast-stock | Shutterstock |
Todos, sin
excepción, estamos asediados por el consumismo. La mercadotecnia es muy hábil
para asociar el anhelo de felicidad, belleza, salud, fortaleza, prosperidad y
gozo con determinados productos. Y en esta época navideña la seducción es
mayor. ¿Qué dice la Iglesia en su Doctrina Social a este respecto? ¿Qué dice de
los bienes y poder adquisitivo?
Tal vez resulte
extraño saber que la Iglesia tiene una Doctrina Social que le lleva a considerar
temas como el consumismo. Y aunque podría parecer que estos temas no le
corresponden, la realidad es que la Iglesia –Madre que nos protege y Maestra
que nos instruye– al peregrinar con nosotros, sus hijos, se interesa y le
compete todo aquello que nos afecte pues tiene claro que “es la persona del
hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar” (Gaudium et spes, n. 3).
Lo que para
nosotros, sus hijos, es importante, también lo es para la Iglesia. Por
importante no nos referimos únicamente a aquello en lo que depositamos nuestro
interés o reflexión, sino todo aquello que nos afecta, aunque no tengamos
conciencia de ello.
Su misión
evangelizadora la lleva a cabo en su Doctrina Social puesto que pone al ser
humano completo a la luz del Evangelio de nuestro Señor. Esa Buena Noticia no
es algo etéreo e intangible, sino Alguien concreto, auténtico, vivo, resucitado
y amorosamente presente en la historia, que nos estremece al tocarnos, y a
quien la Iglesia anuncia y nos ofrece para salvación nuestra.
“La
civilización del consumo”
Si ahora mismo
hiciéramos una encuesta pública con una única cuestión: “¿Qué es más
importante, el ser o el tener?” indudable que la mayoría, si no es que todos,
responderían que el ser. Pero eso que resulta claro a nivel conceptual
–intelectual– no llega a la praxis. Hay una ruptura evidente.
En la práctica
solemos reconocer más el tener que el ser. Esto lo podemos ver en las revistas
y programas más famosos, en web reconocidas, redes sociales de los
grandes influencers; o simplemente las fiestas populares,
centros comerciales, restaurantes, parques, centros de espectáculos; incluso el
transporte público. Vivimos en un mundo donde los arquetipos sociales forman un
inconsciente colectivo que raya en la frivolidad y el consumismo.
El número 360
del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (CDSI) cita la Carta
encíclica Centesimus annus, de san Juan Pablo II y señala:
“El fenómeno
del consumismo produce una orientación persistente hacia el 'tener' en vez de
hacia el 'ser'. El consumismo impide 'distinguir correctamente las nuevas y más
elevadas formas de satisfacción de las nuevas necesidades humanas, que son un
obstáculo para la formación de una personalidad madura'.
Para contrastar
este fenómeno es necesario esforzarse por construir 'estilos de vida, a tenor
de los cuales la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la
comunión con los demás hombres para un crecimiento común sean los elementos que
determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las inversiones'. Es
innegable que las influencias del contexto social sobre los estilos de vida son
notables: por ello el desafío cultural, que hoy presenta el consumismo, debe
ser afrontado en forma más incisiva, sobre todo si se piensa en las
generaciones futuras, que corren el riesgo de tener que vivir en un ambiente
natural esquilmado a causa de un consumo excesivo y desordenado”.
Queda claro que
la Iglesia no se opone al consumo necesario y ordenado, sino al “excesivo y
desordenado”. Esto es una radical diferencia moral. No basta con que consideres
que tu dinero es legítimo (esperando que así sea) para gastarlo en lo que se te
antoje. Otra vez la Iglesia instruye:
“La utilización
del propio poder adquisitivo debe ejercitarse en el contexto de las exigencias
morales de la justicia y de la solidaridad, y de responsabilidades sociales
precisas: no se debe olvidar el deber de la caridad, esto es, el deber de
ayudar con lo propio 'superfluo”'y, a veces, incluso con lo propio 'necesario',
para dar al pobre lo indispensable para vivir”.
(CDSI, n.
359).
La riqueza
existe para ser compartida
La Doctrina
Social de la Iglesia es muy clara al afirmar que todos los bienes, aún los
poseídos legítimamente, tienen un destino universal (Cf. CDSI, n. 328).
No se trata de regalar todo, sino de evitar quedar atado a los bienes,
olvidando con ello la justicia y la caridad. Ambas van de la mano, pero la
segunda –la caridad– supone la justicia. Cumplida la segunda, viene la plenitud
de la primera.
La Iglesia
complementa el principio del Destino universal de los bienes al señalar un
punto trascendente y práctico: la visión que debemos tener frente a los bienes
que Dios nos ha confiado no es la de la “posesión”, sino la de
“administración”. Tal cambio de visión rompe el eje del egoísmo y la avaricia y
abre a la virtud de la generosidad y la solidaridad.
“Los Padres de
la Iglesia insisten en la necesidad de la conversión y de la transformación de
las conciencias de los creyentes, más que en la exigencia de cambiar las
estructuras sociales y políticas de su tiempo, instando a quien desarrolla una
actividad económica y posee bienes a considerarse administrador de cuanto Dios
le ha confiado”.
(CDSI, n.
328).
En conclusión,
es perfectamente lícita la generación justa de bienes y riqueza cuando se
ordena no solo al desarrollo personal sino social. También es lícito el consumo
cuando es natural y ordenado, evitando excesos que hacen olvidar el destino
universal de los bienes.
Luis Carlos Frías
Fuente:
Aleteia