CUANDO DICES “ÁNIMO”, ¿SABES A QUÉ TE REFIERES REALMENTE ?

En español, una manera muy común de alentar a alguien es decirle "ánimo". ¿Sabes realmente a qué se refiere esta palabra de uso cotidiano?

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¡Ánimo!, escuchamos gritar cuando alguien siente que desfallece en alguna competencia; o quizá siente que las fuerzas lo abandonan al enfrentar alguna dificultad y surge una voz amiga que le invita a permanecer valientemente en la lucha.

El significado

Sin embargo, quizá no hemos profundizado en el significado de esta expresión de uso cotidiano entre las personas de habla española, así que demos un vistazo al diccionario.

Una de las definiciones del Diccionario de la Lengua Española dice que "ánimo" es una palabra que se usa "para alentar o esforzar a alguien".

Sin embargo, la acepción que nos interesa es la siguiente:

(Del lat. anĭmus, y este del gr. ἄνεμος, soplo). 1. m. Alma o espíritu en cuanto es principio de la actividad humana.

El alma creada por Dios

Dios se encargó de dar al hombre el alma con la que comenzó a vivir y a ser semejante a Él:

"Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente" (Gn 2,7).

Además, nos reitera el Catecismo de la Iglesia católica que el alma "es inmortal: no perece cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se unirá de nuevo al cuerpo en la resurrección final" (CEC 366).

Animar a otros

Esta es la razón por la que los cristianos debemos recordar constantemente nuestro origen, ya que somos seres "animados" por nuestro Padre Dios, y por lo tanto, en nuestras manos está contagiar a los demás del "buen olor de Cristo" (2 Cor 2, 15).

El Señor que nos ama infinitamente, se encargó de dar al ser humano todo lo que necesitaba desde el momento de su creación.

Y después del pecado original, no lo envió a la muerte eterna, sino que es su mismo Hijo, Jesucristo, quien lo "anima" a permanecer fiel, a amar a Dios y al prójimo y a creer en Él, porque en la casa de su Padre hay muchas habitaciones y se fue a preparar un lugar donde estaremos también nosotros (Jn 14, 2-3).

Lo mismo debemos hacer los católicos con toda la gente que nos toca tratar a diario: animarlos con el Espíritu de Dios para que recuerden que, sin importar las vicisitudes de la vida, ser fieles a Él y a la Iglesia valdrá la pena, porque las promesas del Señor son para siempre.

¡Animémonos unos a otros!

Mónica Muñoz

Fuente: Aleteia