A veces puede
parecer que los santos tenían vidas de oración perfectas, sin absolutamente
ningún obstáculo en su búsqueda de Dios.
Sin embargo,
cuando miramos más de cerca, muchos santos tuvieron períodos de sequía, en
los que no sentían nada cuando oraban.
Para muchos de
nosotros esto es algo que ocurre a diario: nos sentamos a orar y no sucede
nada.
Nuestro corazón
no siente ningún consuelo por parte de Dios, e incluso podemos estar tentados a
pensar que Dios no está ahí.
Clama a Dios
San Francisco
de Sales anima al lector en su Introducción a la Vida Devota a
no angustiarse y a aprovechar la ocasión para expresar su frustración
con Dios :
Si a veces
sucede, hija mía, que no tienes gusto ni consuelo en tu meditación ,
te suplico que no te turbes, sino que busques alivio en la
oración vocal, lamentes a nuestro Señor , confieses tu
indignidad, implores su ayuda , beses su imagen, si está a tu
lado, y digas con las palabras de Jacob: “No te dejaré, si no me bendices”, o
con la mujer cananea: “Sí, Señor, soy como un perro delante de ti, pero los
perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”.
La clave para
la sequedad en la oración es no darse por vencido.
Dios está ahí,
junto a nosotros, pero puede que nuestro corazón no esté abierto a Él, o puede
que Él esté permitiendo que una situación así ponga a prueba nuestro corazón.
Hagamos lo que
hagamos, debemos perseverar y llevar nuestras preocupaciones y cuidados a Dios,
dejándole que haga con nosotros lo que Él quiera.
Philip Kosloski
Fuente:
Aleteia