"Tu sacrificio en la cruz puso fin a toda la vergüenza paralizante que me ha mantenido encerrado en mí mismo, deprimido y en oscuridad. Tu muerte me ha liberado"
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Fr. Lawrence OP | Flickr | CC BY-NC-ND 2.0 |
La compulsión
humana de ofrecer sacrificios a Dios se remonta al principio de los tiempos.
Abel "trajo uno de los mejores primogénitos de su rebaño" (Gn 4, 4)
y lo ofreció a Dios en sacrificio. Una vez que las aguas del diluvio se
retiraron y el arca descansó en tierra firme, Noé "construyó un altar al
Señor y ofreció holocaustos en el altar" (Gn 8, 20).
Abraham era tan
devoto de Dios que estaba dispuesto a sacrificar incluso a su propio hijo amado
en obediencia a Dios (Gn 23, 9-14). Cuando el arca de la alianza regresó a
Jerusalén y "fue colocada en su lugar, David ofreció holocaustos y
ofrendas de paz ante el Señor" (2
Samuel 6, 17).
El valor de la
suprema ofrenda
Lo que mueve a
todas estas personas santas a ofrecer sacrificios, es su conciencia de las
grandes obras de Dios realizadas en su favor. Pero Dios nos ha dado algo que no
se puede comparar con lo que dio a Abel, Noé, Abraham y David. Dios nos ha
amado tanto que nos envió a su Hijo único. Y ese Hijo, Jesús, murió en una cruz
por nosotros. ¿Cómo podemos honrar eso? ¿Qué podría ser suficiente?
La única
respuesta adecuada a la suprema generosidad de Dios con nosotros es hacerle un
don de lo que nos ha dado. La Eucaristía es un sacrificio: la "respuesta
humana al acto creador de misericordia de Dios" (P. Colman O'Neill, O.P.).
La ofrenda
litúrgica de la Eucaristía es nuestro acto sacrificial de agradecimiento. Por
nuestra unión con Cristo en la Misa, nuestro sacrificio de agradecimiento se
une al sacrificio que Jesús hizo de sí mismo al Padre.
Un sublime
sacrificio
La maravilla
del amor que irradia la Eucaristía nos mueve a exclamar: gracias, Jesús, por
morir por mí. Tu sacrificio en la cruz puso fin a toda la vergüenza paralizante
que me ha mantenido encerrado en mí mismo, deprimido y en la oscuridad.
Tu muerte me ha
liberado, me ha levantado, me ha llenado de alegría, me ha bendecido con
esperanza, me ha dado energía, me ha animado, me ha dado una pasión por la vida
que no podría encontrar de otra manera. Te amo, Jesús. Te doy las gracias,
Jesús. Tu sacrificio me hace querer hacer de mi vida un sacrificio sin fin para
ti.
Peter Cameron, OP
Fuente: Aleteia