Una de las virtudes más apreciadas en la persona es la verdad porque implica cultivar muchas cualidades que le harán digno de confianza en cualquier momento de su vida
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Imaginemos por un momento si viviéramos en un planeta donde nadie
dijera la verdad, algo así como el argumento de una vieja película en la que un
hombre nació en un mundo inventado para él, dentro de un set de televisión.
Cualquier acto, dicho o intención estaría viciado por la mentira,
entonces, ¿en quién podríamos confiar?
Es por eso que la historia de la salvación presenta al único Dios
de donde emana toda verdad:
Dios es fuente de toda verdad. Su Palabra es verdad (cf Pr 8,
7; 2 S 7, 28). Su ley es verdad (cf Sal 119, 142).
“Tu verdad, de edad en edad” (Sal 119, 90; Lc 1, 50).
Puesto que Dios es el “Veraz” (Rm 3, 4), los miembros de su pueblo son
llamados a vivir en la verdad (cf Sal 119, 30) (CEC 2465). Además, en el Nuevo Testamento,
encontramos que Dios manifestó esa verdad en plenitud en Cristo:
"Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y
la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí" (Jn
14, 6).
Naturalmente buscamos la verdad
Leemos en el Catecismo que "El hombre busca naturalmente la
verdad" (CEC 2467), algo que entendemos bien porque en
alguna ocasión hemos atravesado situaciones en las que mentimos, quizá por
miedo o vergüenza, o bien, nos han ocultado la verdad por las mismos motivos.
Y, por supuesto, a nadie le gusta que le mientan. Por eso,
cultivar esta virtud requiere de mucho valor, porque va de la mano de la
honradez y la prudencia, pero también se manifiesta en la sinceridad y la
franqueza (CEC 2468-2469).
Por la misma razón, la persona está obligada a vivir en la verdad,
"evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía" (CEC 2468).
El mentiroso termina desacreditado
Volviendo al argumento inicial, ¿qué pasaría si nadie dijera la
verdad?
“Los hombres [...] no podrían vivir juntos si no tuvieran confianza
recíproca, es decir, si no se manifestasen la verdad” (Santo Tomás de
Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 109, a. 3 ad 1) (CEC 2469).
Sin confianza, no habría amistades, ni matrimonios o relaciones de
trabajo estables, negocios florecientes, acuerdos de palabra, derecho a la
privacidad, etc. ¡Nada sería posible en esta vida!, por eso, el mentiroso puede
tener éxito en primera instancia, pero cuando se da a conocer, nadie más confía
en él, como la fábula de Pedro y el lobo.
Hagamos de la verdad un modo de vida, pues con ella estaremos más
cerca del Señor que es La Verdad.
Mónica Muñoz
Fuente: Aleteia