El Corazón de Jesús y la indisolubilidad del matrimonio
Dominio público |
«Es de todos conocido el infernal encarnizamiento con
que escritores y enemigos de Dios y de la sociedad trabajan por socavar el
edificio social, destruyendo la indisolubilidad del Matrimonio.
Con una fuerza de lógica que nos parece
irresistible, se apoyan en la imposibilidad del hombre, dejado a sí mismo, de
cumplir las obligaciones de un estado que pide una constancia de voluntad y un
imperio sobre las pasiones superior a las fuerzas ordinarias de la naturaleza.
Imposible refutar con éxito tal argumento, si se rechazan las enseñanzas de
Jesucristo y se sustrae el Matrimonio al influjo sobrenatural de la gracia.
Demostrar que la indisolubilidad del Matrimonio es una
institución necesaria para la conservación de la familia y el verdadero
progreso de la sociedad, es fácil; pero esto no prueba que esté, en manos del
hombre dejado a sí mismo, hacerlo. ¡Cuántas cosas necesarias no puede el hombre
conseguir y conservar con sus propias fuerzas!
Estamos, pues, en presencia de uno de esos
enigmas sociales cuya única solución está en el Corazón de Jesús; solución
sublime y consoladora en teoría y realizable en la práctica, como la constante
experiencia de veinte siglos lo ha ido demostrando.
Lo que el corazón humano no puede encontrar en sí, la
entrega perfecta a otro, la abnegación, la fidelidad inviolable, la inalterable
ternura, concédelo la caridad de Corazón de Jesús a los que se unen a Él. ¡Gran
Dios! ¿Es posible que la sociedad titubee todavía, después de tan largas
experiencias, y en presencia de peligros que, si profana el Matrimonio, le
amenazan? ¿Es posible que, cuando el Vicario de Jesucristo le recuerda, como en
la célebre Encíclica de 8 de diciembre de 1864, las condiciones vitales del
Matrimonio cristiano, rechace sus saludables enseñanzas como un atentado contra
el moderno progreso, en vez de recibirlas con agradecimiento?
Por lo menos nosotros, cristianos, sabemos qué hemos
de pensar acerca de tan importante materia y entendemos qué es el Matrimonio
sin Jesucristo y con Jesucristo.
Sin Él, es una sociedad sin fundamento ni suficientes
garantías de duración; yugo intolerable frecuentemente, y más frecuentemente
aún, asociación puramente exterior en la que ninguna parte toman los corazones.
Con Él, el vínculo sagrado que une los corazones y los purifica y santifica y
aumenta sus fuerzas y mitiga sus dolores y acrecienta las alegrías del hogar
doméstico haciéndolas más meritorias y los prepara para gustar en el cielo las
delicias de la unión del Hijo de Dios con su Iglesia, cuya imagen viva es el
mismo sacramento en este mundo».
Por: Padre Enrique Ramiére
Fuente: http://infocatolica.com