«ALLÍ DONDE NOS NECESITAS, ABRIMOS CAMINO A LA ESPERANZA»

Hacerse caridad, pan que se parte

Cáritas Española

“El pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6, 51)

La fiesta del Corpus Christi, Día de la Caridad, nos sitúa en el centro de la vida cristiana y “nos hace testigos de la compasión de Dios por cada hermano y hermana” (1). No hemos de olvidar que comulgar con Jesús es comulgar con alguien que ha vivido y ha muerto entregado totalmente por los demás. Su cuerpo es un cuerpo entregado y su sangre es una sangre derramada por la salvación de todos.

Los obispos invitamos a todos los cristianos, y de manera especial a cuantos trabajan en la acción caritativa y social, a actualizar este gesto en la vida diaria, haciéndonos caridad, pan que se parte y reparte entre nuestros hermanos y hermanas, especialmente los más pobres y vulnerables, hambrientos de pan, justicia y dignidad. “En verdad la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo” (SCa 88).

Hoy la dignidad humana está en crisis

La fiesta del Corpus Christi nos recuerda que “El Señor Jesús, Pan de vida eterna, nos apremia y nos hace estar atentos a las situaciones de pobreza en que se halla todavía gran parte de la humanidad” (SCa 89).

Nuestro mundo está herido, lleno de sombras que obstaculizan el desarrollo de una fraternidad universal y dejan a muchas personas al lado del camino, generando un clima de desesperanza social, como señala Fratelli tutti. Los conflictos y guerras acechan la condición humana y su dignidad. El drama de las migraciones nos interpela y pone en evidencia las falacias de una globalización que genera desigualdades. Muchas mujeres son “doblemente pobres”, pues sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia y, frecuentemente, se encuentran con menores posibilidades de defender sus derechos. El descuido de la casa común nos somete a todos a los grandes impactos de la crisis ecológica y el cambio climático (cf. FT 9- 28) (2).

La pobreza y la exclusión en nuestro país son un fenómeno estructural que persisten más allá de la coyuntura económica general. En nuestros entornos más cercanos, los informes de Cáritas y la Fundación Foessa dibujan la realidad que viven miles de personas:

- Situaciones de exclusión mucho más severas, personas con mayor deterioro especialmente psicoemocional.

- Una precariedad laboral que obstaculiza a muchas personas a vivir con estabilidad e iniciar proyectos vitales nuevos.

- Una problemática de la vivienda que se va agudizando y aumenta las situaciones de sinhogarismo en hombres, mujeres y familias.

- Más personas en situación de irregularidad administrativa fruto de las olas migratorias.

- Una población infantil y juvenil en situación de desventaja social tan profunda que con toda probabilidad arrastrarán toda la vida.

“Quien participa en la Eucaristía ha de empeñarse en construir la paz y denunciar las circunstancias que van contra la dignidad del hombre, por el cual Cristo ha derramado su sangre, afirmando así el valor tan alto de cada persona” (SCa 89-90). Uno de los fenómenos que más contribuye a negar la dignidad de tantos seres humanos es precisamente la pobreza extrema, ligada a la desigual distribución de la riqueza, como indica la Declaración Dignitas infinita (cf. DI, 36) (3).

Nuestro lugar, donde nos necesitan los últimos

No hay Eucaristía sin encarnación. Porque el Hijo de Dios entró en la historia y asumió una carne semejante a la nuestra, es posible la Eucaristía. Sólo a la luz del abajamiento del amor se comprende bien la mística eucarística, que se expresa en el servicio desde el último lugar. Él se despojó de su manto y sirvió como el último de los esclavos (cf. Jn 13, 1ss).

Celebrar la Eucaristía es comulgar con Jesús y su proyecto del Reino para vivir cada día de manera más entregada, trabajando por un mundo más humano. Por ello, ante esta realidad, “enfrentamos cada día la opción de ser buenos samaritanos o indiferentes viajantes que pasan de largo” (FT 69).

Nuestro compromiso es vivir y estar en el mundo desde el amor, allí donde nos necesiten. Los cristianos estamos llamados a ser la comunidad fraterna y samaritana, que, como Jesús, delante de las innumerables personas que le seguían, “sintió compasión” (Mt 9,36).

Caminos de fraternidad y esperanza

Un año más, la celebración del día de la Caridad, nos compromete a transitar caminos de fraternidad, a animar y promover el compromiso de la comunidad cristiana y de la sociedad en general, con la defensa de la dignidad de las personas y sus derechos. “Una dignidad infinita, que se fundamenta inalienablemente en su propio ser, le corresponde a cada persona humana, más allá de toda circunstancia y en cualquier estado o situación en que se encuentre” (DI, 1).

Consideramos en estos tiempos tres vías prioritarias:

1. Salir al encuentro de las personas más empobrecidas.

No hay que esperar a que nos llamen a nuestra puerta, sino llegar a las personas, allí donde estén, logrando, ante todo, “reconocerlos realmente”, para hacerlos “parte de nuestra vida.” (4)

Cada encuentro, cada relación de ayuda significativa, cada diálogo sanador es sacramento de esperanza, especialmente para la persona más vulnerable. Se trata, pues, de salir al encuentro para acompañar la vida, su proceso de sanación y recuperación, su proceso de desarrollo en busca de una vida mejor, estableciendo vínculos con la persona.

2. Comprometerse con el bien común.

No basta con sanar y cuidar. “La sociedad mundial tiene serias fallas estructurales que no se resuelven con parches o soluciones rápidas meramente ocasionales. Hay cosas que deben ser cambiadas con replanteos de fondo y transformaciones importantes” (FT 179).

Hace falta favorecer aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección para vivir la dignidad en plenitud (Cf. Gaudium et spes, 26). Para ello, es necesario crear instituciones más sanas, regulaciones más justas y estructuras más solidarias, que permitan modificar las condiciones sociales que provocan sufrimiento.

El papa Francisco nos hace dos propuestas para abrir camino a la esperanza pública, bien común de todos: impulsar y animar la cultura del encuentro y la cultura del cuidado “para erradicar la indiferencia, el rechazo y la confrontación, que suele prevalecer hoy día” (5).

3. Tejer comunidad fraterna.

Nadie puede pelear la vida aisladamente. Necesitamos una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que ayudemos unos a otros a mirar hacia adelante, una comunidad de pertenencia y solidaridad a la cual podamos destinar tiempo, esfuerzos y bienes (cf. FT 8, 36).

La realidad de una sociedad tan desvinculada y fragmentada por el individualismo imperante y la polarización creciente, nos convoca a los cristianos a encontrarnos en un “nosotros” que sea más fuerte que la suma de acciones individuales, pues mientras más crece el sentido de comunidad y de comunión como estilo de vida, mayormente se desarrolla la solidaridad y el bien de todos (cf. FT n. 78).

Estamos llamados a ser comunidad de vida, de bienes y acción, en la que el amor recíproco, que se alimenta en la Eucaristía, nos hace llevar las cargas los unos de los otros para que nadie quede abandonado o excluido, porque “allí donde se haga presente la Iglesia, los pobres han de sentirse en su casa, en ella han de tener un lugar privilegiado, pues en el banquete sagrado se celebra ya la esperanza de los pobres que cantan con Maria las maravillas de Dios en la historia.” (6).

Semillas del bien

“La mística del Sacramento tiene un carácter social. Hay que explicitar la relación entre Misterio eucarístico y compromiso social” (SCa, 89).

El amor al prójimo, la gratuidad y el servicio que vertebran la acción caritativa y social de tantas personas voluntarias son semillas del bien común para la sociedad, y sus brotes se concretan y se hacen visibles en las vidas de las personas que vuelven a sentirse dignas porque son miradas y escuchadas desde el amor y el cuidado. ¡Gracias por tanta entrega y testimonio!

Que la celebración y la adoración eucarísticas nos ayuden a comprometernos para construir juntos caminos de fraternidad, de manera que seamos esperanza de tantas personas.

+ Obispos de la Subcomisión para la Acción Caritativa y Social

Fuente: Conferencia Episcopal Española