Aunque la Iglesia es muy reacia a aceptar la incorruptibilidad como un milagro en sí misma, sin embargo, sí testimonia que se puede vivir como santo
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Makesa Mwanza-(CC BY-ND 2.0) |
El padre William Saunders, párroco de Nuestra Señora de la
Esperanza en Potomac Falls, Virginia (Estados Unidos), responde preguntas en el
periódico diocesano, The Arlington Catholic Herald. Una de ellas
tiene que ver con ser santo y la incorruptibilidad.
La pregunta enviada estuvo relacionada con los restos del papa
Juan XXIII, que se informó estaban incorruptos, y el debate que en su momento
se dio sobre si esto era un signo de santidad o simplemente se debía a los
métodos de preservación regulares.
La respuesta de Saunders toca, primeramente, el hecho de que el 16
de enero de 2001, el cardenal Angelo Sodano, entonces secretario de Estado de
la Santa Sede, junto con otros prelados, abrió la tumba de san Juan XXIII, como procedimiento normal de
identificación de los restos mortales de alguien que se encuentra en proceso de
canonización.
San Juan XXIII, hay que recordarlo, murió el 3 de junio de
1962. San Juan Pablo II había ordenado el traslado
desde su tumba debajo de la cripta de san Pedro a una nueva tumba, en el piso
de arriba en la misma Basílica de San Pedro, en el altar en honor a san
Jerónimo, para permitir a los fieles venerarlo más fácilmente.
Cuando se abrió el cofre interno, el informe oficial detalló lo
siguiente:
“Una vez liberado de la tela que lo cubría, la cara del (entonces)
beato apareció intacta, con los ojos cerrados y la boca ligeramente abierta y
con los rasgos que inmediatamente recordaron la apariencia familiar del
venerado pontífice”.
Las manos del Papa, que aún sostenían una cruz, también se
conservaron, según el informe.
La referencia clásica
El cardenal Lambertini, futuro papa Benedicto XIV (1675-1758) escribió un trabajo de cinco
volúmenes titulado De Beatificatione Servorum Dei y De Beatorum
Canonizatione en el que incluyó el capítulo “De Cadaverum Incorruptione”.
“Este trabajo sigue siendo la referencia clásica para tales
asuntos. Los únicos restos incorruptos considerados extraordinarios y, por lo
tanto, milagrosos, serían aquellos que no se habían sometido a un proceso de
preservación pero conservaron su color natural, frescura y flexibilidad durante
muchos años después de la muerte”, recuerda el padre Saunders.
Para este sacerdote, espiritualmente, tal signo es indicativo de
que los restos mortales de la persona están preparados para la gloriosa
resurrección del cuerpo.
Aunque la Iglesia es muy reacia a aceptar la incorruptibilidad
como un milagro en sí misma, sin embargo, sí testimonia la santidad de la
persona, resume el padre Saunders.
El olor a santidad
Junto con la incorruptibilidad está el signo de “olor dulce”, un
fenómeno en el que el cuerpo o la tumba de un santo emite un dulce olor,
justamente “el olor a santidad” que se ha vuelto parte del refranero popular.
En el Antiguo Testamento, continúa diciendo el sacerdote de la
diócesis de Arlington, un olor perfumado era una metáfora utilizada para
indicar a una persona que agradaba a Dios y que era santa a los ojos de Dios.
Por lo general, el olor es único y no se puede comparar con ningún
perfume conocido.
Saunders recuerda que el cardenal Lambertini postuló que si bien
un cuerpo humano puede no oler mal, es muy poco probable, especialmente en el
caso de un cadáver, que huela dulce.
Por lo tanto, cualquier olor a dulzura tendría que ser inducido
por un poder sobrenatural y ser clasificado como milagroso.
Téngase en cuenta, sin embargo, que el diablo también puede
inducir el “olor dulce”, por lo que este signo “debe ser corroborado por la
santidad general de la vida de la persona”.
Los tres ataúdes
Al sopesar estos fenómenos, -escribe Saunders en su interesante
respuesta- se deben tener en cuenta otros factores atenuantes.
“Por ejemplo, el cuerpo de san Juan XXIII fue guardado en un
sarcófago de mármol que contenía tres ataúdes, uno de roble, uno de plomo y uno
de ciprés. Aunque el cuerpo no había sido embalsamado, se había rociado con
algunos productos químicos para que se pudiera exhibir antes del entierro”.
Más adelante, el párroco de Nuestra Señora de la Esperanza en la
diócesis de Arlington, dice que Nazareno Gabrielli, un técnico de los Museos
del Vaticano, declaró:
“Cuando murió, se tomaron algunas medidas para la exhibición del
cuerpo para la veneración de los fieles. Tampoco debe olvidarse que los restos
fueron guardados en tres ataúdes, uno de los cuales era plomo sellado”.
Por lo tanto,probablemente fue poco el oxígeno que penetró en los
ataúdes y afectó los restos.
Después de que el cuerpo fue reconocido oficialmente, fue rociado
con un agente antibacteriano, y el ataúd se selló herméticamente.
La mano de Dios
En resumen, termina su respuesta Saunders, la incorruptibilidad
sigue siendo un signo de la santidad de la vida de la persona.
Los cuerpos de santa Bernadette Soubirous (1844-1879)
y santa Catalina Laboure (1806-1876) permanecen incorruptos, a pesar de que sus
cadáveres no habían sido embalsamados y habían estado expuestos a diversos
elementos durante años antes de su exhumación.
“Así las cosas, uno podría ver con seguridad la mano de Dios en la
preservación del cuerpo de san Juan XXIII, pero lo que es más milagroso es la
vida santa que vivió”, termina diciendo el padre Saunders.
Jaime Septién
Fuente: Aleteia