Cristo escogió a doce apóstoles que fueron la base sobre la que asentó su Iglesia. La sucesión apostólica parte de ellos, que murieron y dejaron a sus sucesores
Jeffrey Bruno | Aleteia |
Los obispos de hoy están unidos a los apóstoles
por una cadena ininterrumpida: esta relación es una garantía de fidelidad a
través del tiempo y de unidad a través del mundo, y es a lo que llamamos
sucesión apostólica.
1, LA GENERACIÓN DE LOS APÓSTOLES VIO A CRISTO RESUCITADO
De entre sus discípulos, Jesús, tras una noche
de oración, escogió a doce, cuyos nombres aparecen en los Evangelios. Habiendo
desertado Judas, Pedro toma la iniciativa de proceder a su
reemplazo. Después de echarlo a suertes, es Matías quien “fue agregado al
número de los doce apóstoles”.
Unos años más tarde, Saulo se beneficia de una
aparición de Cristo resucitado en el camino de Damasco: se convierte en
Pablo, el Apóstol por excelencia, sobre todo entre los paganos. El caso de
Pablo es único: no se volverá a producir en la historia.
Hay por tanto algo de particular en esta
primera generación : han sido “testigos oculares” (Lc 1,2); han “oído,
visto, contemplado, tocado” (1 Juan
1,1). Lo que tenían que decir, lo dijeron.
Por eso “la Revelación está completa después de
la muerte del último apóstol”. No hay que esperar otra Revelación, hasta el fin
de los tiempos. “En estos últimos tiempos Dios nos ha hablado por medio del
Hijo” (Hebreos 1,2).
2. DONDE PREDICABAN, FUNDARON IGLESIAS
Los apóstoles se preocuparon de poder tener un
futuro instituyendo, por la gracia de Dios, jefes de comunidad. San Pablo es
testigo de ello.
Los Evangelios dan testimonio de Jesús hasta su
Ascensión, cuarenta días después de la Pascua. Los
demás escritos del Nuevo Testamento (Hechos de los apóstoles, epístolas y
Apocalipsis) dan testimonio de la actividad de los apóstoles y de
las comunidades, de las “Iglesias” que se fundaron.
Igualmente, los apóstoles se preocuparon desde
el principio, no dejando a cada comunidad ir a la deriva, siguiendo cada una su
inclinación natural.
Pablo evoca a las comunidades que fundó y les
envía cartas: las conocidas “epístolas”. Las epístolas a los
Tesalonicenses, el primer escrito del Nuevo Testamento, unos veinte años
después de Pentecostés, hablan ya de “Iglesias” y de los que están “a su
cabeza”.
En el Credo, se dice que la Iglesia es
“apostólica”: es decir, está fundada sobre los apóstoles, el grupo de los
Doce, y tiene, actualmente, como pastores, a sus sucesores.
La insistencia, en la fe católica, de la
sucesión apostólica no data del Concilio Vaticano II. Fue valorada, en el
siglo II, por san Ireneo, obispo de Lyon, en su tratado Contra las
herejías:
“Podríamos enumerar a los obispos que fueron
establecidos por los apóstoles en las Iglesias, y a sus sucesores hasta
nosotros… Pero como las sucesiones de todas las Iglesias serían demasiado
largas de enumerar, tomaremos solo una de ellas, la Iglesia más grande,
más antigua y conocida por todos, que los dos apóstoles más gloriosos Pedro y
Pablo fundaron y establecieron en Roma”.
3. LA “GENEALOGÍA EPISCOPAL” ES DEL ORDEN DEL SIGNO
La palabra “sucesión” no debe confundir. Un
obispo no es “heredero” de su predecesor. A través del procedimiento que
sea, es de Dios de quien recibe el encargo de “apacentar la Iglesia de Dios” y
es capacitado para recibir este cargo por un don especial del Espíritu Santo,
durante su consagración episcopal.
La palabra “genealogía” no está exenta de
peligro. Pero tiene una ventaja: nadie puede pretender poseer la vida. Quien
consagra a un nuevo obispo transmite lo que no le pertenece.
Igualmente, por la sucesión apostólica, a la
vez colegial y personal, se puede localizar la continuidad con la generación de
los primeros testigos y la cohesión en el interior de la Iglesia, a pesar y a
través de la diversidad de culturas.
Después de enumerar a los sucesores de los
apóstoles Pedro y Pablo, san Ireneo escribe:
“He aquí a través de qué continuación y
sucesión la Tradición se encuentra en la Iglesia que a partir de los
apóstoles y la predicación de la verdad ha llegado hasta nosotros.
Y la prueba más completa de que es una e
idéntica a sí misma es esta fe vivificante que, en la Iglesia,
desde los apóstoles hasta ahora se ha conservado y transmitido en la verdad”.
Fuente: Aleteia