El Papa recibió al grupo Talità Kum de padres que han perdido un hijo
Vatican Media |
Quien vive una tragedia así, es el discurso
leído por monseñor Ciampanelli, no puede aceptar "banales palabras
religiosas o sentimentales, estériles ánimos o frases de circunstancia" y
no puede poner el "silenciador al sufrimiento". Es necesario
dirigirse al Señor con una oración que excave en el dolor y haga "llorar
la pérdida", pero que "abra a recibir el consuelo y la paz interior
que él nunca deja de dar"
En los momentos de sufrimiento, la
respuesta de Dios es su cercanía y su caminar al lado de los que sufren.
Francisco acogió con "una caricia" al corazón y "con los brazos
abiertos" el dolor del grupo Talità Kum, dedicado a los padres que han
perdido un hijo, acompañados por el inspirador del proyecto, el padre Ermes
Ronchi.
El Santo Padre les dirigió palabras
de consuelo, leídas por su colaborador monseñor Filippo Ciampanelli, debido a
la bronquitis que lo ha afectado en los últimos días. Con quien pierde a un
hijo, es el discurso del Papa, no se puede intentar dolorosamente justificar el
sufrimiento, ni recurrir a teorías religiosas. En cambio, es necesario
"imitar la emoción y la compasión de Jesús ante el dolor, que lo llevó a
vivir en su propia carne los sufrimientos del mundo".
“La pérdida de
un hijo es una experiencia que no acepta descripciones teóricas y rechaza la
banalidad de las palabras religiosas o sentimentales, de ánimos estériles o de
frases de circunstancias, que aunque quisieran consolar acaban hiriendo aún más
a quienes, como ustedes, se enfrentan cada día a una dura batalla interior”
Rezar para
recibir la paz interior
Un dolor como el de la pérdida de
un hijo, "atroz y sin explicación", señala Francisco, permanece
aferrado "al hilo de una oración", un grito dirigido a Dios en cada
momento, que no resuelve la tragedia, sino que está habitado por preguntas que
se repiten: las de por qué se llora "una pérdida insalvable",
preguntas que piden dónde estaba Dios en ese momento y que, al mismo tiempo,
dan fuerzas para seguir adelante y encontrar consuelo en la oración.
“En efecto, no
hay peor cosa que acallar el dolor, silenciar el sufrimiento, eliminar el
trauma sin afrontarlo, como a menudo nos induce a hacer nuestro mundo con las
prisas y el aturdimiento. La pregunta que se eleva a Dios como un grito, en
cambio, es saludable. Es oración. Si obliga a excavar en un recuerdo doloroso y
a llorar la pérdida, se convierte al mismo tiempo en el primer paso de la
invocación y abre a recibir el consuelo y la paz interior que el Señor no deja
de dar”
Jesús comparte
el dolor y el sufrimiento
El Señor está cerca de los que
sufren y toca su "aflicción", camina con quien está tocado por la
muerte, dando su mano para ayudar a levantarse, enjugando las lágrimas y
asegurando que "la muerte no tiene la última palabra".
“En el
sufrimiento, la primera respuesta de Dios no es un discurso o una teoría, sino
que es su caminar con nosotros, su estar a nuestro lado. Jesús se dejó tocar
por nuestro dolor, recorrió el mismo camino que nosotros y no nos deja solos,
sino que nos libera de la carga que nos oprime llevándola por nosotros y con
nosotros”
La esperanza
de la resurrección
"El Señor no deja sin
consuelo", es la conclusión del discurso de Francisco, y a las lágrimas y
preguntas de los que sufren responde dando la certeza de que Él toma de la mano
a los hijos que ya no están para ayudarlos a levantarse, igual que hace con los
padres que sufren, para que, también ellos, escuchen su llamada a levantarse, a
no perder la esperanza y a no apagar "la alegría de vivir".
“Y es hermoso
pensar que sus hijas y sus hijos, como la hija de Jairo, han sido llevados de
la mano del Señor; y que un día volverán a verlos, volverán a abrazarlos,
gozarán de su presencia en una luz nueva, que nadie podrá arrebatarles”
Entonces verán
la cruz con los ojos de la resurrección, como fue para María y para los
Apóstoles. Esa esperanza, que floreció en la mañana de Pascua, es la que el
Señor quiere sembrar ahora en sus corazones. Les deseo que la acojan, que la
hagan crecer, y que la acaricien en medio de las lágrimas.
Francesca Sabatinelli – Ciudad del
Vaticano
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