Profundizando en el tema de la reflexión, tomada del Evangelio de Juan - "Yo soy la luz del mundo" -, Cantalamessa observó que mientras “el creyente habla el idioma del interlocutor ateo; este no habla el idioma de su homólogo creyente"
Segundo Sermón de Cuaresma 2024 (VATICAN MEDIA Divisione Foto) |
El Cardenal Predicador de la Casa Pontificia ha
pronunciado en el Aula Pablo VI el segundo sermón de Cuaresma, centrado en el
tema "fe y razón": hay muchas causas en el origen de la mundanidad,
pero la principal es la crisis de fe. Un papel decisivo lo desempeña la
"opinión pública": hoy se la puede llamar "el espíritu que está
en el aire", porque se difunde sobre todo "por el aire, a través de
los medios de comunicación virtuales".
Los debates sobre fe y razón, más precisamente "sobre la
razón y la revelación", se ven afectados por "una disimetría
radical": “el creyente comparte la razón con el ateo; el ateo no comparte
la fe en la revelación con el creyente". Así lo ha subrayado el cardenal
Raniero Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia, durante el segundo
sermón de Cuaresma, celebrado en el Aula Pablo VI esta mañana, 1 de marzo.
Profundizando en el tema de la reflexión, tomada del Evangelio de
Juan - "Yo soy la luz del mundo" -, Cantalamessa observó que mientras
“el creyente habla el idioma del interlocutor ateo; este no habla el idioma de
su homólogo creyente". Precisamente por eso, “el debate más convincente
sobre el tema "fe y razón" es el que se produce dentro de una misma
persona, entre su fe y su razón". Hay, recordó, “ejemplos famosos de esto
en la historia del pensamiento humano, en hombres en los que no se puede dudar
de una pasión idéntica por la fe y por la razón: Agustín de Hipona, Tomás de
Aquino, Blaise Pascal, Søren Kierkegaard, John Newman”.
“La conclusión a la que llegó cada uno de ellos es que el acto
supremo de la razón es reconocer que hay algo que la supera. Este es también el
acto que más honra a la razón porque indica su capacidad de trascenderse a sí
misma. La fe no se opone a la razón, sino que la presupone, exactamente como
‘la gracia presupone la naturaleza’".
Reflexionando sobre la expresión "luz del mundo", el
cardenal señaló que “tiene dos significados fundamentales. El primer
significado es que Jesús es la luz del mundo porque él es la revelación suprema
y definitiva de Dios a la humanidad". “La novedad consiste en el hecho
único e irrepetible de que el reveladores él mismo la revelación".
Cantalamessa recordó que los profetas hablaban en tercera persona: "¡Así
dice el Señor!", mientras que Jesús hablaba en primera persona: "¡Yo
os digo!". En Cristo "el medio de transmisión es verdaderamente el
mensaje; ¡El mensajero es él mismo el mensaje!".
“El segundo significado es que Jesús es la luz del mundo en el
sentido de que ilumina al mundo, es decir, revela el mundo a sí mismo; muestra
cada cosa en su verdad, tal como es ante Dios”. Desde este punto de vista, -
dijo - la luz que es Cristo siempre ha tenido un feroz competidor: la razón
humana.
De hecho, desarrollando el tema general de los sermones
cuaresmales de este año -dedicados a meditar sobre el gran "Yo soy"
(Ego eimi) pronunciado por Jesús en el Evangelio de Juan-, el cardenal se
refirió a “otro malentendido que aclarar respecto del diálogo entre fe y razón.
La crítica básica dirigida al creyente es que no puede ser objetivo, ya que su
fe le impone, desde el principio, la conclusión a alcanzar y, por tanto,
constituye una pre-comprensión y un prejuicio. No se tiene en cuenta que el
mismo "prejuicio" actúa, en sentido contrario, también en el
científico o filósofo no creyente, y de forma mucho más radical. Si se da por
pacífico que Dios no existe, que lo sobrenatural no existe y que los milagros
no son posibles, su conclusión sólo puede ser una, y ya dada desde el
principio”.
Sólo hay – aclaró el purpurado - dos posibles soluciones a la
tensión entre fe y razón: o reducir la fe "dentro de los límites de la
razón pura", como propuso el filósofo Kant, o romper los límites de la
razón pura para espaciar en un horizonte ilimitado. Según Cantalamessa, esta
discusión “antes de ser un debate entre ‘nosotros y ellos’, entre creyentes y
no creyentes, debe ser un debate ‘entre nosotros y nosotros’, es decir, entre
los propios creyentes. De hecho, el peor tipo de racionalismo no es el externo,
sino el interno”.
El predicador señaló que, especialmente en Occidente, la teología
"se ha alejado cada vez más del poder del Espíritu, para aprovechar la
sabiduría humana". “El racionalismo moderno exigía que el cristianismo
presentara su mensaje de manera dialéctica, es decir, sometiéndolo
completamente a la investigación y a la discusión, para que pudiera encajar en
el marco general -también filosóficamente aceptable- de un esfuerzo común y
siempre provisional de auto-comprensión del hombre y del universo. Sin embargo,
al hacerlo, el anuncio de la salvación sobre Cristo muerto y resucitado quedó
subordinado a una instancia diferente y supuestamente superior”.
El Fraile Menor Capuchino señaló el peligro inherente a esta forma
de hacer teología: que Dios se objetivice, se convierta en "un objeto del
que hablamos, no en un sujeto con quien (o en cuya presencia) hablamos. Un ‘él’
–o, peor aún, un eso-, nunca un ‘tú’”. “Es el contragolpe de haber hecho de la
teología una "ciencia". El primer deber de quien hace ciencia es ser
neutral frente al objeto de su investigación; pero ¿se puede ser neutral cuando
se trata de Dios?". Así, “La consecuencia de esa manera de hacer teología,
de hecho, es que se convierte cada vez más en un diálogo con la élite académica
del momento, y cada vez menos en un alimento para la fe del pueblo de Dios. De
esta situación sólo se puede salir acompañando el estudio con la oración,
hablando con Dios, no hablando siempre y sólo de Dios”.
Antes de concluir, el cardenal retomó el segundo significado de la
expresión "luz del mundo", destacando su sentido
"instrumental", según el cual Jesús es la luz del mundo en cuanto que
"ilumina todas las cosas; hace, para con el mundo, lo que el sol hace para
con la tierra". Incluso en este sentido, “Jesús y su Evangelio tienen un
competidor que es el más peligroso de todos, siendo un competidor interno, un
enemigo en casa”: la mundanidad. El peligro de conformarse a ella, explicó,
equivale, "en el ámbito religioso y espiritual, a lo que, en el ámbito
social, llamamos secularización".
En el origen de la mundanidad, dijo el predicador, hay muchas
causas, “pero la principal es la crisis de fe". En este sentido, el
cardenal se refirió al "espíritu del mundo", considerado por el
apóstol Pablo como el antagonista directo del "Espíritu de Dios". En
él "la opinión pública juega un papel decisivo": hoy se le puede
llamar "el espíritu que está en el aire", porque se difunde sobre
todo "a través de los medios de comunicación virtuales". La tentación
es adaptarse "al espíritu de los tiempos". Y para describir "la
acción corrosiva del espíritu del mundo", Cantalamessa lo comparó con la
de un virus informático. Éste, advirtió, penetra "por mil canales, como el
aire que respiramos, y una vez dentro, cambia nuestros modelos de
funcionamiento: sustituye el modelo ‘Cristo’ por el modelo ‘mundo’".