Hay dos cosas que llaman especialmente la atención en su laboratorio: los iconos de Jesucristo y la Virgen María de estilo bizantino, y las fotografías de su familia numerosa
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Ana Martínez en su laboratorio del CSIC (foto: Dani García/Revista Misión).Dominio público |
Ana
Martínez tiene siete hijos, trabaja en el CSIC (Consejo Superior de
Investigaciones Científicas) e investiga junto a un equipo las posibles curas de la ELA,
una enfermedad "muy cruel, pero que tiene esperanza".
Sus "otros compañeros" de
laboratorio
"Es
verdad que no hay una cura, pero nosotros investigamos una proteína que es
capaz de frenar el desarrollo en modelos animales. Hay un fármaco pensado para
otra enfermedad que hemos
demostrado que funciona contra la ELA, sólo hay que probarlo en
personas", comenta Ana.
La
ELA afecta en España a cerca de 4000 personas, cada año mueren 1000 y fallecen
otros tantos de esta enfermedad. Cifras realmente importantes que algunos consideran insuficientes
como para implementar una ley o para encontrarle una solución
médica.
En
el laboratorio de Ana "hay dos cosas que llaman especialmente la atención: los iconos de Jesucristo y la
Virgen María de estilo bizantino, y las fotografías de su familia
numerosa", dice el reportaje de Misión.
A
la pregunta de cómo ha logrado conciliar todo, responde: "Con paciencia,
organización y el apoyo de mi marido". Ana tiene siete hijos –cuatro casados, una religiosa y
otros dos aún en casa– pero además tiene ocho nietos y dos más en camino.
Ana
lleva 37 años casada y conoció a su marido, José, cuando era joven. Tuvieron un
noviazgo de algo más de seis años, que sentó las bases sólidas de lo que hoy es
su matrimonio. Recibió la fe en su familia, pero fue estando con José cuando tuvo un encuentro mucho más
personal y cercano con Dios.
"La
vida de Ana significa tres cosas: fe, familia y laboratorio. Ella ha conseguido conjugarlas a
la perfección, ya que ha mantenido su fe y su familia a la vez que se convertía
en uno de los grandes referentes mundiales en la lucha contra la ELA",
dice la revista.
De
hecho, la investigadora asegura que la ciencia le ha ayudado a acercarse
todavía más a Dios: "Siento que es un mandato que tengo; conocer la
naturaleza, las enfermedades, la biología… Es la vocación que el Señor me ha
dado y, a la vez, la forma
de demostrarme que realmente existe. La ciencia me convence cada día de que
Dios es verdad, porque cuanto más veo lo organizado que está todo, a medida que
bajo a la pequeñez y analizo todo a vista de microscopio, me doy cuenta de que
todo es perfecto, que es imposible que esté hecho por azar. Eso te confirma la
existencia de un Creador".
"Encontrar
la solución para esta enfermedad o tratamientos eficaces para otras dolencias
neurodegenerativas se ha convertido para mí en un objetivo vital",
confiesa. Solo el 6 % de las familias españolas puede pagar los cuidados que requieren
esta enfermedad en la fase final. No hay ayudas, y este coste, que puede
ascender a más de 60.000 euros al año, lo asume por entero el paciente.
Seguir
viviendo se puede convertir en una ruina, por lo que muchos enfermos rechazan someterse a la traqueotomía, que es
la única opción para alargar su vida conectado a un respirador. Otros, además,
optan directamente por la eutanasia, que se ofrece como alternativa para no
endeudar a sus familias.
Algo
que se suma al déficit inmenso que hay en cuidados paliativos. En España mueren
cada año 80.000 personas
sin recibir los cuidados paliativos que necesitan. "Lucho por la vida,
sin duda. Ofrezco mi investigación de cada día para gloria de Dios", dice
Ana, que repite jaculatorias a lo largo del día, en el laboratorio y entre
disoluciones químicas.
"'Señor,
ayúdame', suelo decir", relata. La pasión con la que habla de su trabajo
es sorprendente. "Después de mi primera baja maternal estuve a punto de
plantarme. Me parecía difícil asumir el ritmo de la investigación, pero fue
precisamente mi marido
quien me convenció de volver al laboratorio. Ahora le doy las
gracias", recuerda.
Aún
así, no ha sido nada fácil, muchas veces se ha sentido como "una
malabarista de circo” intentando llegar a todo. "Hemos sido un gran
equipo", cuenta. Ana ni siquiera en las bajas maternales se desconectaba
por completo: "Llamaba a
los doctorandos para saber cómo iban, incluso algunos se venían a mi casa y
yo les apoyaba".
Asegura
que su truco es aunar sus grandes pasiones: la familia, la ciencia, el
voluntariado… "Hemos hecho pastoral familiar en cursos de preparación para
el matrimonio y actualmente participo en el Proyecto Raquel de acompañamiento a mujeres que han abortado",
responde. "Todo es cuestión de organizarse. Si me sobra alguna hora,
suelo ir a cantar en un coro", concluye.
La ELA
es una enfermedad mortal para la que no existe una cura, va paralizando poco a poco los músculos del cuerpo y la
esperanza de vida va de tres a cinco años. En 2022, Ana recibió el Premio Nacional de
Investigación Juan de la Cierva por sus aportaciones en el campo del diseño y
desarrollo de fármacos para enfermedades neurodegenerativas e infecciosas.
Fuente: ReL