Benedicto XVI: Orar es hacer retroceder el mal, siguiendo el ejemplo de Abraham, confiando con audacia nuestras intenciones a la misericordia de Dios
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En
la Audiencia General del 18 de mayo de
2011, Benedicto XVI pronunció una enseñanza esencial sobre la
oración: contar incansablemente con la misericordia de Dios. Para apoyar su
argumento, el Papa utilizó la historia de la intercesión de Abraham en favor de
la ciudad de Sodoma, narrada en el capítulo 18 del libro del Génesis.
En
este famoso relato, Dios, que había hecho de Abraham su amigo, le dice que va a
destruir Sodoma a causa del mal cometido por sus habitantes. El padre de los
creyentes responde a esta confidencia con esta pregunta absolutamente chocante:
«Entonces
Abraham se le acercó y le dijo: ‘¿Así que vas a exterminar al justo junto con
el culpable? Tal vez haya en la ciudad cincuenta justos. ¿Y tú vas a arrasar
ese lugar, en vez de perdonarlo por amor a los cincuenta justos que hay en él?
¡Lejos
de ti hacer semejante cosa! ¡Matar al justo juntamente con el culpable,
haciendo que los dos corran la misma suerte! ¡Lejos de ti! ¿Acaso el Juez de
toda la tierra no va a hacer justicia?'».
(Gn 18, 23-25)
La
audacia de Abrahán nos muestra que la oración es también una cuestión de
familiaridad con el Señor, que nunca se enfada cuando sus hijos claman a Él por
causas justas.
Familiarizarse
con el Dios misericordioso
La
verdadera oración destierra el miedo al confiar enteramente en la misericordia
de Dios, que el creyente ya ha experimentado en su propia vida. Así, puede
estar seguro de que Dios no le reprenderá cuando pida ayuda para los demás.
Dios
es compasivo. Si fuera un amo duro, Abraham nunca habría tenido el valor de
dirigirse a Él de la forma en que lo hizo a propósito de Sodoma. Rezar
es haber interiorizado la ternura de Dios. Esta lección es más
esencial que nunca en una época en la que tantos fanáticos desfiguran el rostro
de la divinidad hasta convertirlo en el de un ídolo sanguinario.
Benedicto
XVI observa que Abraham no se limita a pedir la salvación para los inocentes,
sino para toda la ciudad, y lo hace apelando a la justicia de Dios. En efecto,
dice al Señor: «¿Y no perdonarás a la ciudad por los cincuenta justos que hay
en ella?» (v. 24b).
Con
ello, Abrahán, en su oración de intercesión, pone en juego una nueva idea de la
justicia: no una que se limita a castigar al culpable, como hacen los hombres,
sino una justicia distinta, divina, que busca el bien y lo crea mediante el
perdón, que transforma al pecador, lo convierte y, en último término, lo
salva. Benedicto XVI afirma
que solo el perdón interrumpe la espiral del mal. Con su ejemplo, el patriarca
nos enseña a rezar a Dios para pedir la salvación del mundo y no solo para que
se aplique una justicia estricta (¡en cuyo caso pocas personas se salvarían!)
Nuestra
oración de intercesión en favor de los demás
Abraham
confiaba tanto en la misericordia de Dios que redujo a diez el número de
inocentes necesarios para salvar a Sodoma. ¡Qué ejemplo de confianza en la
misericordia de Dios en la oración!
Siglos
más tarde, el profeta Jeremías fue aún más lejos, diciendo en nombre de Dios
que solo se necesitaría un justo para salvar a Jerusalén: «Recorred las calles
de Jerusalén, mirad, preguntad, buscad en sus plazas, si encontráis a un solo
hombre, uno que practique la justicia, que busque la verdad, entonces perdonaré
a esta ciudad» (Jeremías 5,1).
El
ejemplo de Abraham con Sodoma puede trasladarse a nuestras vidas. Cuando oramos
a Dios en favor de alguien que vive en el desorden, podemos interceder por él
recordándole sus buenas acciones (las personas rara vez son blancas o negras).
Como
el padre de los creyentes, pedimos entonces al Señor misericordioso que no le
cuente sus pecados por sus actos de bondad, del mismo modo que Abraham intentó
salvar a Sodoma por los diez justos que podía contener. En ambos casos, el
principio es el mismo: pides la salvación basándote en el bien que tú o tus
semejantes están haciendo, el bien contrarrestando el mal.
Sobre
todo, esta oración de intercesión se basa en una justicia superior a la de los hombres:
¡la justicia que Dios se debe a sí mismo como Ser supremamente misericordioso!
Injertar
nuestra oración en la de Jesús
Por
último, Benedicto XVI recuerda que Jesús es el Justo a quien Jeremías
invocó para salvar a toda una ciudad. En la cruz, como Abraham,
intercederá por nosotros: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc
23, 34). De este modo, injertando nuestra oración en la de Jesús, podremos
defender eficazmente la causa de nuestros hermanos ante Dios. Los ejemplos de
Abraham y de Jesús nos muestran que no hay actividad más importante en la
tierra que la oración de intercesión.
Jean-Michel Castaing
Fuente: Aleteia