El cristiano tiene retos por vencer si quiere santificarse, y no solo los santos canonizados han hecho méritos para ser reconocidos, porque todos somos probados
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La vida cotidiana está llena de activismo. Hombres y mujeres vivimos
acelerados, con miles de asuntos pendientes, deseando a veces que el día dure
más de 24 horas porque no nos alcanza el tiempo. Por eso, en medio del caos,
anhelamos encontrar algún oasis mental para frenar por unos minutos las oleadas
de información que nos llegan a la vez.
Sin embargo, pensamos que nuestra vida es plena y que nada nos falta,
porque el ruido exterior e interior no nos deja escuchar la voz de Dios. Es
entonces que aflora la tentación más grande que puede tener el cristiano.
¿Acaso la reconoceremos?
Soy bueno, no necesito de Dios
«No le hago mal a nadie, no me meto con otros, hago lo que me corresponde,
soy buena persona», seguramente, más de uno se sentirá identificado con esas
frases. Creernos buenos puede llevarnos a pensar que no necesitamos de Dios, lo
que se convierte en la mayor la tentación del ser humano.
Quizá no lo decimos con palabras, pero nuestros hechos nos delatan. Porque
el que dice creer en Dios y no acude a Él, se comporta como un necio. Dice san
Pablo a los Corintios:
«Que nadie se engañe. Si alguno de ustedes se cree sabio según las normas
de esta época, hágase ignorante para así llegar a ser sabio. Porque la
sabiduría de este mundo es locura delante de Dios». (1
Corintios 3, 18).
Solo Dios puede llenarnos
El Señor nos conoce y nos ama
como somos, pero no deja de advertirnos sobre lo que puede pasar si nos
separamos de Él. Vagaremos en la oscuridad del pecado, tocaremos fondo y
caeremos en la desesperación por no encontrar solución para nuestros problemas.
Así mismo, el que confía el Él,
nunca será defraudado:
Descarguen en él todas sus
inquietudes, ya que él se ocupa de ustedes (1 Pe
5, 7).
Señor, ten piedad, hemos pecado
contra ti.
Mónica Muñoz
Fuente: Aleteia