En la Misa, algunos fieles se arrodillan durante la consagración, cuando el sacerdote presenta la hostia y el cáliz. ¿Qué significa este gesto?
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El Catecismo de la Iglesia
Católica también afirma que es posible «inclinarse profundamente» en lugar de
hacer la genuflexión (CEC 1378). Pero, ¿por qué hacerlo en el momento de la
consagración?
Un
gesto de adoración al Señor
La consagración de las
especies eucarísticas comienza con la epíclesis (del griego «llamado»), cuando
el sacerdote coloca las manos sobre las ofrendas e invoca al Espíritu Santo. A
continuación se recita la Institución. En este momento, el sacerdote recuerda
las palabras de Cristo cuando instituyó la Eucaristía en la Última Cena el
jueves por la noche (Lc 22, 19-20).
«Luego tomó el pan, dio
gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: ‘Esto es mi Cuerpo, que
se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía’. Después de la cena hizo lo
mismo con la copa, diciendo: ‘Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi
Sangre, que se derrama por ustedes'».
Los fieles que lo deseen
se arrodillan. Por último, está la doxología, el momento en que el sacerdote
dice: «Por Él (Cristo), con Él y en Él…». Expresa la glorificación del Señor
(«doxa» en griego significa gloria, de ahí «doxología»). Este momento se
ratifica y concluye con la aclamación del pueblo: «Amén».
Permaneciendo de rodillas
durante toda la consagración, los fieles manifiestan su adoración a Jesús. El
Catecismo de la Iglesia Católica afirma lo siguiente:
«El culto de la
Eucaristía. En la liturgia de la Misa, expresamos nuestra fe en la presencia
real de Cristo bajo las especies del pan y del vino, entre otras cosas,
doblando las rodillas o inclinándonos profundamente en adoración al Señor.
La Iglesia católica ha
rendido y rinde este culto de adoración que se debe al sacramento de la
Eucaristía no solo durante la Misa, sino también fuera de su celebración:
conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los
fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión» (CEC 1378).
Por eso la Iglesia
recomienda este gesto. La enormidad del milagro que se realiza ante nuestros
ojos no merece menos que un signo de humilde reverencia, por eso, si no existe
ningún impedimento de edad o salud, hay que arrodillarse para adorar al Señor
Jesús que se ha transformado en el pan y en el vino.
Pero, una vez más, cada
fiel es libre de expresar su adoración a su manera.
Anna Ashkova