Quienes descubren la llamada divina ya a cierta edad saben que para Dios no hay tiempo. Podríamos decir que solo “humana o cronológicamente” son vocaciones tardías.
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(Unsplash / Nathan Dumlao) |
Busco
en el DRAE el
significado de vocación y me encuentro, como suele suceder, con varias
acepciones: inspiración con que Dios llama a algún estado, especialmente al de
religión; inclinación a un estado, una profesión o una carrera; convocación,
llamamiento.
Me
quedo con la última: convocación, llamamiento. Porque engloba los otros
significados, y porque de hecho se refiere tanto a realidades humanas como
divinas. Es cierto que uno tiene vocación profesional, además de vocación
sobrenatural.
Podríamos
decir que uno tiene vocación si la realidad que sea –Dios, la ocupación
laboral, la familia a formar, etc.– “convoca” o “llama” a una dedicación
específica, a la que uno se entrega, con sentido de misión, y a ella dedica su
vida.
Para
tal misión hay quien llama o convoca, tira de uno; alguien –Dios para los
creyentes– o algo –la propia misión, que me atrae para que a ella me dedique–.
Así es.
Cuántas
veces, además, quien se había criado en un ambiente, o estudiado para una
profesión específica, acaba desarrollándose en otros sectores, y desempeñando
quehaceres distintos a la teoría previamente aprendida.
Me
voy sintiendo llamado, convocado a una misión, a lo largo de mi vida. Y esa
misión –vocación– puede surgir en cualquier momento, porque cada uno es como es
y percibe lo que percibe cuando lo percibe.
¿Es
posible que ya sea tarde?
Se
usa el término “vocación tardía” sobre todo en el ámbito divino o sobrenatural,
aunque es algo inexacto y, en todo caso, no debiera tener connotación negativa.
Quienes
descubren la llamada divina al sacerdocio o
a la vida consagrada ya a cierta edad, y tras años de trabajo, sin haber
estudiado en el seminario menor o frecuentado la parroquia en su juventud,
saben que para Dios no hay tiempo, y que llama cuando y a quien quiere para una
u otra misión.
Podríamos
decir que solo “humana o cronológicamente” son vocaciones tardías. Si para
Dios, como decíamos, no hay tiempo, ¿qué más da que responda a lo que me diga
–a su llamamiento– antes o después? Bien mirado, nunca habrá un pronto o tarde.
Porque
lo importante, como casi en todo, es la calidad y no la cantidad; el fruto de
la correspondencia a la vocación recibida dependerá en esencia de la calidad
con que se desarrolla, y en menor grado de la cantidad de tal desarrollo.
Muchas
veces, y de eso son testigos los formadores de seminarios, conviene que el
candidato antes de su ordenación amplíe el período de discernimiento, o espere
a terminar sus estudios civiles comenzados, o se desarrolle profesionalmente
durante un período. Todo ello por motivos prudenciales y formativos.
¿Y
qué decir de la vocación –sí, vocación– al matrimonio? Desde la óptica de la fe, como
sacramento que es, si se recibiera en la madurez de la vida, solo humanamente
cabría calificarla de tardía, porque la gracia divina y por tanto el compartir
con Dios la vida conyugal no son cuantitativamente medibles.
Cosa
distinta es la de quien viera que Dios le llama a alguna misión concreta y
demorara la respuesta: entonces sí podría decirse que “llega tarde”. Pero aun
así debería convencerse de la profundidad misteriosa ya mencionada al afirmar
que para Dios no hay tiempo.
Además,
recibida la vocación, se va conformando poco a poco, y cada cosa a su tiempo.
Por ejemplo, santa Teresa de Jesús, tras veinte años como religiosa y a los
treinta y nueve años, descubrió su verdadera vocación de reformadora, poniendo
en marcha la primera fundación casi habiendo cumplido los cincuenta años.
Leí
el otro día un reclamo publicitario y me llevó a pensar en la influencia del
tiempo en la vida de uno mismo, y asimismo me llevó a pensar en cuantísimo bien
puede hacer una vida aprovechada. Pensé en las posibles vocaciones tardías,
pero sobre todo en que siempre son fructíferas. Y di un paso más en mi
discurso, y añadí tras el “fructíferas” un “por su fidelidad y para su
felicidad”.
De
la fidelidad –a la vocación– a la felicidad hay solo un paso
En
esta vida necesitamos saber para lo que hemos sido llamados. O, dicho de otro
modo, cuál es su sentido para cada uno. Y ello, según decíamos, en todos los
ámbitos de desarrollo que podamos pensar, marcadamente en el espiritual.
El
sentido de realización, el hacer lo que debo hacer y estar en lo que haga, es inherente
a la respuesta a esa llamada o vocación. Y realizarse es ser feliz. Porque
efectivamente toda la humanidad cuenta con una llamada o vocación, que se llama
felicidad: a ella tiende, a ella se debe, ella le corresponde.
Una
vida coherente, consecuente, con aquello para lo que debe ser vivida, y que
siempre será algo bueno en sí mismo, es una vida feliz.
Alejandro
Vázquez-Dodero
Fuente: Revista Omnes