El 6 de noviembre, la Iglesia española ha celebrado la memoria litúrgica de los mártires asesinados por odio a la fe en la intensa persecución religiosa vivida, sobre todo en los seis primeros meses de la guerra civil, pero que se extendió hasta su finalización en 1939 y había tenido precedentes en el golpe de Estado socialista de 1934.
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Mártires españoles. Dominio público |
Es
bueno hablar de los mártires, afirmó el sacerdote, "porque son el
tesoro de la Iglesia" y su gran "fuerza evangelizadora". Del
mismo modo que "la primera evangelización se hizo sobre la sangre de los
mártires", y por eso dijo Tertuliano aquello de que la sangre de los
mártires es semilla de cristianos, "hoy estamos en un momento de
secularización avasalladora, y la nueva evangelización, o se hace sobre la sangre de los
mártires o seguramente no habrá evangelización".
En
cuanto a las cifras, Madrid es la diócesis que en términos absolutos más mártires
ha tenido de toda España, aunque en términos relativos la más castigada fue
Barbastro, donde fue
asesinado el 90% del clero. En la hoy archidiócesis madrileña se
contabilizan más de cuatrocientos
sacerdotes diocesanos y casi setecientos religiosos y religiosas como víctimas
mortales del odio a la fe, sin contar a los laicos.
El
total nacional suma "no
menos de diez mil mártires", el 80% de ellos entre julio y diciembre
de 1936 (1523 ya beatificados), y de ellos se conoce la cifra exacta de los
sacerdotes diocesanos, 4235, más que los religiosos: "No es bueno decir
que son mártires de la guerra civil, porque son mártires de la persecución
religiosa que tuvo lugar durante la guerra civil", precisa don Feliciano,
y de hecho "no estaban en un bando o en otro, eran ajenos a la guerra".
Enrique
le pregunta sobre las motivaciones de una masacre tan intensa y teruel:
"Hay una razón fundamental básica que es teológica o espiritual. Cristo
dijo 'no he venido a traer paz sino guerra'. Hay una confrontación entre la luz
y las tinieblas, y si Dios
viene a traer la luz y la tiniebla se resiste, hay una guerra inevitable.
Por tanto, "la razón fundamental del martirio es el rechazo de Dios".
Y
añade que eso es algo para lo que todo cristiano debe estar preparado:
"Jesucristo dijo una profecía: 'A vosotros os perseguirán y a algunos de
vosotros os matarán'. En
una Iglesia en la que el fundador ha predicho la realidad del martirio, todos
tenemos que vivir con tensión martirial".
Por
tanto, la razón fundamental del martirio es "el pecado, el odio a la fe, la acción del demonio que
instiga a personas a que odien". Pero en el caso español en particular,
"por detrás están las
ideas marxistas que habían envenenado al pueblo y a muchos sectores políticos con
la idea de que la religión es el opio del pueblo y hay que erradicar la
Iglesia, eso corría mucho entre las bases proletarias".
Durante
la conversación se describen algunos casos singulares.
Como
el de Luis Francisco
Castelló, estudiante de Química, de quien se conserva la carta que dirigió
a su novia el día antes de su asesinato: "Me pasa una cosa extraña. No
puedo sentir ninguna pena por mi suerte. Una alegría interna intensa, fuerte me
embarga. Quisiera escribirte una carta triste de despedida, pero no puedo, estoy rodeado de ideas alegres,
como un presentimiento de la gloria".
"Cuando
ves estos ejemplos de martirio de amor, de perdón a los enemigos, que no hay
resentimiento, ni una gota de odio, dices... ¡aquí está Dios!", comenta el
padre Rodríguez: "Los mártires son para nosotros una demostración de la
existencia de Dios. El que lo quiera ver, lo ve... Hay muchos mártires que, de no haber sido mártires, habrían sido
canonizados igualmente. Es muy difícil que uno sea capaz de aceptar el don
del martirio si no ha llevado una vida entregada, generosa, el 'martirio blanco
de cada día' que nos pide Dios a todos: morir cada día a ti mismo".
Otro
caso es el de Enrique Boix,
sacerdote que "murió con una muerte atroz: le torearon, le dejaron la
noche entera desnudo atado a un árbol con obscenidades, le mataron con un
estoque, como se mata a un toro. Los mismos que lo hicieron quedaron avergonzados, hicieron una
especie de pacto de silencio". Uno de ellos, arrepentido, dejó encargado a
su hija que cuando muriese
le llevase al párroco un relato de lo sucedido.
O Juan Huguet, un joven
menorquín de 23 años que solo llevaba un mes y medio ordenado sacerdote (le
ordenó el obispo Manuel
Irurita, también mártir) al ser asesinado. Fascinado por historias como la
del sacerdote mártir mexicano Miguel
Agustín Pro, le decía a su madre: "¿No te gustaría tener un hijo
mártir como el padre Pro?". Cuando el brigada Pedro Marqués le apuntó a la cabeza ordenándole que
escupiera sobre el crucifijo, abrió los brazos en cruz y gritó ¡Viva Cristo
Rey!, recibiendo dos disparos.
"Al final de la guerra, Pedro Marqués se convirtió.
Podía haber huido, pero se quedó. Desde que le mató, la conciencia no le dejó
tranquilo. Después de enjuiciarle, antes de fusilarle, fue a misa, se confesó, después de la misa se acercó al sacerdote y le
dijo: 'En este abrazo quiero abrazar a aquel sacerdote a quien yo maté injustamente, lo que me ha remordido
desde que lo hice'".
Al
valorar todo esto, Feliciano Rodríguez recuerda que el martirio es una gracia
que España recibió bien dispuesta: "Hay que aprovechar los dones de Dios. No se conoce ningún caso que haya
apostatado en el momento del martirio. Ése era el nivel de fe que
había entonces en España".
En
aquel momento "todo el
corazón de España era cristiano. Había mucho fervor, la familia estaba
unida, había muchos frutos naturales de la familia, nadie dudaba de la fe. Era
un momento realmente maravilloso para que el Señor hiciese esa cosecha de
mártires, que son para nosotros un tesoro y una esperanza".
Hoy
es distinto, "con la ola de secularización que estamos viviendo, cómo se
están cerrando monasterios, como están bajando las vocaciones, cómo se están
relajando muchas órdenes religiosas. Son momentos muy distintos. Aun así es posible que llegue el martirio,
porque a veces es la solución".
C. L.
Fuente: ReL