Compasión y humildad dos palabras con las que Francisco ha dedicado su homilía en la Misa que ha presidido en sufragio del Papa Benedicto XVI y, los cardenales y obispos fallecidos en el curso de este año
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Es importante,
dijo Francisco, comunicar la compasión de Dios a quien vive el dolor de la
muerte de sus seres queridos.
Esta mañana el
Papa Francisco presidió la Misa en sufragio por el Papa Benedicto XVI,
cardinales y obispos difuntos en el curso del año. Compasión y humildad, dos
palabras con las que se ha caracterizado la homilía del Papa Francisco.
Jesús se
compadece de la viuda, del huérfano. Este es nuestro Dios, dijo Francisco, cuya
divinidad resplandece al tocar nuestras miserias, porque su corazón es
compasivo. “La resurrección de aquel hijo, el don de la vida que vence a la
muerte, brota precisamente de aquí, de la compasión del Señor que se conmueve
ante nuestro mal extremo, la muerte”.
Sobre la
humildad, el Papa dijo que Dios ama la humildad porque le permite interactuar
con nosotros. Más aún, Dios ama la humildad porque Él mismo es humilde. El
cristiano, sobre todo el Papa, los cardenales, los obispos, están llamados a
ser humildes, trabajadores -afirmó- a servir, no a ser servidos; a pensar,
antes que en sus propios beneficios, en los de la viña del Señor. Y qué hermoso
es renunciar a sí mismos por la Iglesia de Jesús.
Compasión
El Papa retomó
las palabras del Evangelio que habla de la compasión que sintió Jesús, cuando
vio pasar un cortejo que iba a enterrar el hijo único de una madre que se había
quedado viuda. Y, dice el Evangelio: «Al verla, el Señor se conmovió» (Lc 7,13).
“Jesús ve y se
deja conmover. Benedicto XVI, que hoy recordamos junto a los cardenales y
obispos difuntos durante el año, en su primera Encíclica escribió que el
programa de Jesús es un «corazón que ve» (Deus caritas est, 31). Cuántas veces
nos ha recordado que la fe no es en primer lugar una idea que debamos entender
o una moral que debamos asumir, sino una Persona que debemos encontrar,
Jesucristo. Su corazón late con fuerza por nosotros, su mirada se apiada de
nuestro sufrimiento”.
Ante el dolor
de esa muerte, Jesús se detiene dijo Francisco. Y recordó que por primera vez,
el Evangelio de Lucas atribuye a Jesús el título de “Señor”: «el Señor se
conmovió». Se le llama Señor —es decir, Dios, que domina todo— precisamente
cuando se compadece de una madre viuda que ha perdido, con su único hijo, el
motivo de vivir.
La divinidad de
Dios resplandece al tocar nuestras miserias
“Este es
nuestro Dios, cuya divinidad resplandece al tocar nuestras miserias, porque su
corazón es compasivo. La resurrección de aquel hijo, el don de la vida que
vence a la muerte, brota precisamente de aquí, de la compasión del Señor que se
conmueve ante nuestro mal extremo, la muerte. Qué importante es comunicar esta
mirada de compasión a quien vive el dolor de la muerte de sus seres queridos”.
Su compasión es
concreta, según el Evangelio, «se acercó y tocó el féretro» (Lc 7,14).
Tocar el féretro de un muerto era inútil, dijo el Papa, en ese tiempo,
además, se consideraba un gesto impuro, que contaminaba a quien lo hacía. Pero
Jesús no repara en esto, afirmó, su compasión elimina las distancias y lo lleva
a hacerse cercano. Es el estilo de Dios, hecho de cercanía, compasión y
ternura. Y de pocas palabras.
“Cristo no da
sermones sobre la muerte, sólo le dice a esa madre una cosa: «No llores» (Lc 7,13).
¿Por qué? ¿Está mal llorar? No, Jesús mismo llora en los Evangelios. Le
dice: No llores, porque con el Señor las lágrimas no duran para siempre,
se terminan. Él es el Dios que, como profetiza la Escritura, «destruirá la
Muerte» y «enjugará las lágrimas de todos los rostros» (Is 25,8; cf. Ap 21,4).
Se ha apropiado de nuestras lágrimas para apartarlas de nosotros”.
Compasión hacia
el huérfano, la viuda, el forastero, los más solos y abandonados, que no pueden
poner su confianza en nadie más que en Dios. Son por tanto, señaló Francisco,
las personas más íntimas y queridas para el Señor.
“No se puede
ser íntimos y queridos para el Señor ignorándolos, pues gozan de su protección
y de su predilección, y nos acogerán en el cielo”.
Humildad
Dirigiendo
hacia ellos nuestra mirada, dijo el Papa, obtenemos una lección importante, la
humildad.
“El huérfano y
la viuda son de hecho los humildes por excelencia, aquellos que, depositando
toda su esperanza en el Señor y no en sí mismos, han situado el centro de la
vida en Dios. No ponen su confianza en sus propias fuerzas, sino en Él, que se
hace cargo de ellos”.
En su homilía,
el Santo Padre recuerda que solamente los que rechazan toda presunción de
autosuficiencia, los humildes, se reconocen necesitados de Dios y se abandonan
en Él, los últimos.
“Y son estos
pobres en espíritu los que nos revelan la pequeñez que al Señor agrada, el
camino que conduce al Cielo. Dios busca personas humildes, que esperan en Él,
no en sí mismos y en sus propios planes. Hermanos y hermanas, esta es la
humildad cristiana. No una virtud entre otras, sino la actitud fundamental de
nuestra vida, la de creernos necesitados de Dios y dejarle lugar, poniendo en
Él toda nuestra confianza. Esta es la humildad cristiana".
Por último, el
Papa nos recordó que Dios ama la humildad porque le permite interactuar con
nosotros. Más aún, Dios ama la humildad porque Él mismo es humilde, aseveró. Él
desciende hasta nosotros, se abaja, no se impone, deja espacio.
Dios no sólo es
humilde sino que es humildad
"Dios no
sólo es humilde, sino que es humildad. «Tú eres humildad»,
rezaba san Francisco de Asís (Alabanzas de Dios Altísimo, 4). Pensemos en el
Padre, cuyo nombre está totalmente referido al Hijo, y no a sí mismo; y al
Hijo, cuyo nombre está todo él en relación con el Padre. Dios ama a aquellos
que no están centrados en sí mismos, precisamente los humildes, que no son el
centro de todo. Aquellos que se le parecen más que ninguno. Por esta razón,
como dice Jesús, «el que se humilla será ensalzado» (Lc 14,11). Me gusta
recordar aquellas palabras iniciales del Papa Benedicto: «humilde trabajador
de la viña del Señor» (Urbi et Orbi, 19 abril 2005). Sí, el cristiano, sobre
todo el Papa, los cardenales, los obispos, están llamados a ser humildes
trabajadores: a servir, no a ser servidos; a pensar, antes que en sus propios
beneficios, en los de la viña del Señor. Y qué hermoso es renunciar a sí mismos
por la Iglesia de Jesús".
Francisco
invitó que cada uno pida a Dios una mirada compasiva y un corazón humilde. Que
no nos cansemos de pedírselo, porque es en el camino de la compasión y de la
humildad que el Señor nos da su vida, que vence a la muerte, dijo. "Y
recemos por nuestros queridos hermanos difuntos. Sus corazones han sido
pastorales, compasivos y humildes, porque el sentido de sus vidas ha sido el
Señor. Que en Él encuentren la paz eterna. Que se alegren con María, a quien el
Señor ha ensalzado mirando su humildad (cf. Lc 1,48)".
Patricia
Ynestroza - Ciudad del Vaticano
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