A menos de una hora en coche del santuario de Covadonga, más perdida entre las escarpadas montañas asturianas que la misma Santina, se encuentra una aldea cuyos habitantes permanentes no llegan a la decena.
![]() |
Cesáreo y Dulce, en su capilla de Riofabar. Dominio público |
Por
eso sorprende que algunos minutos después de dejar atrás Infiesto, el pueblo
más cercano, lo primero que ve cada conductor o caminante sea una capilla en perfecto estado presidida
por San Tirso, el arcángel Rafael… y la misma Santina.
La de Riofabar es una
de las pocas réplicas que
existen de esta advocación, la mayoría concentradas en torno a Asturias. Sus
habitantes afirman que está bendecida y que las oraciones y novenas que le
dedican "valen lo mismo" que si se rezasen ante el icónico santuario
de Covadonga.
El lago Enol, Cillaperlata, la Cueva...
Las réplicas de la Santina
También
destaca la del Enol, una Virgen de Covadonga que está permanentemente sumergida en el lago asturiano
desde hace 50 años por iniciativa de los buzos del club Caña Pescamar
de Gijón. Cada día 8 de septiembre, los buzos de la Federación de
Actividades Subacuáticas del Principado de Asturias se sumergen en búsqueda de
la imagen para llevarla a la superficie, donde preside la misa de campaña anual
antes de regresar bajo el agua.
Otra
réplica de la Santina es la que se encuentra en la población burgalesa de Cillaperlata, que parece ser a
su vez una copia de la Santina original que se quemó en 1777. También está la
suplente, la de la capilla
de Covadonga de la catedral
de Oviedo y otra copia datada de 1952 situada en la colegiata de San
Fernando. Sin duda, una de las menos conocidas es la que preside la capilla de
Riofabar.
Los
habitantes de esta aldea asturiana aseguran que la capilla tiene al menos dos siglos,
aunque entonces tenía un aspecto muy distinto al actual.
Hace
algunas décadas, con un contexto vocacional en alza y cuando el concepto de
"España vaciada" o "invierno demográfico" carecían de
significado, cientos de personas se reunían en torno a la capilla de esta aldea
para celebrar las fiestas a su patrón, San Tirso.
Los
lugareños y vecinos de otras comarcas se unía en oración, celebraba las
verbenas, cenas y "fiestas del prau" y rendían culto a la Santina y
San Tirso tras la misa, cuando todavía se celebraba.
Un matrimonio guardían de la capilla,
legado familiar y religioso
Pero
la descristianización, la
crisis demográfica y la ausencia de sacerdotes hacen que recuperar esa
tradición sea, hoy por hoy, lejano. "Es que no hay sacerdotes",
lamentan Dulce y Cesáreo, matrimonio nacido y criado en Riofabar.
A
falta de ministros o sacristanes, este matrimonio tomó hace muchos años la
decisión de coger el legado que ya habían emprendido sus padres y abuelos, cuidar la capilla y preservarla de
las inclemencias, animales, malos tratos e incluso del paso del tiempo.
"No
sabemos exactamente de cuándo es la capilla, pero mi abuela paterna ya la limpiaba. No la conocía y ya tengo
los 70", comenta Dulce. Lo que sí asegura el matrimonio sobre la capilla
es que los dos siglos "no se los quita nadie".
A
lo largo de las últimas décadas ha sido restaurada en varias ocasiones. Una de
las reconstrucciones tuvo lugar en torno a 1965 y la última fue en 2011, cuando
se sustituyó todo el techo, se limpió a fondo el interior y se aplicó una nueva
capa de pintura. También se añadió un porche.
"Debe
ser porque lo llevo en la
sangre, digo yo. Empecé
a cuidarla con los hermanos [de Cesáreo], limpiaban al principio los
mayores, la adornaban y después cuando se casaron, los pequeños lo
heredamos", relata Dulce.
"Si no fuera por nosotros, esto se
habría caído"
Desde
entonces, la guardesa afirma sin dudar que si la capilla sigue en pie, se debe
a la labor de este y otro matrimonio de Riofabar, donde nacieron y llevan yendo
y viniendo "toda la vida".
Su
labor de "guardeses" de la capilla es total. "Cada vez que venimos
la limpiamos, la barremos… somos los únicos que miramos por la capilla junto
con Belén y Cesar. Si no
fuera por nosotros, esto se hubiera caído. Incluso hemos arreglado el
tejado", cuenta Cesáreo.
Para
el mantenimiento, los dos matrimonios se sirven del dinero que se depositan en las velas,
accesibles tras los firmes barrotes de la cerradura, aunque no siempre es
suficiente.
"Vamos
arreglándonos con eso, compramos pintura, pegamentos, pintura especial para la
humedad… esa nos costó más de 200 euros, que lo pagamos entre las dos familias.
También para retejar usamos dinero de las velas, fueron unos 119 euros",
recuerda Dulce con precisión. Su
siguiente objetivo es poner "el onduline" para el tejado, aunque
dudan que lo recaudado con las velas sea suficiente.
Su
dedicación a la capilla no admite excepción: también limpian el musgo y las
tejas pese a las dificultades de movilidad y acceso, enceran todo "para que brille" y quitan las telarañas.
También lamentan que no son pocos los que atan al ganado en los portones del
templo y son ellos los que tienen que limpiar "la faena".
"Aquí las mujeres somos todoterreno.
Hacemos de todo", asegura ella.
Una sanación atribuida a María que
mereció una promesa de por vida
La
del matrimonio es una fe tan sincera y sencilla como comprometida. Preguntados
por si tienen constancia de alguna gracia concedida por la Santina de Riofabar o por San
Tirso, su patrón, el mismo Cesáreo trasluce una implicación personal y se
muestra visiblemente emocionado al decir "tengo fe en la Virgen", sin poder finalizar la frase.
"Estuvo muy enfermo. Tenía 37 años y
se curó. Ahora vamos todos los años al santuario de Covadonga en promesa a la
Virgen. Tenemos fe", aclara su mujer.
El
matrimonio todavía recuerda cuando podían acudir a misa dos sábados al mes en
su querida capilla. Pero eso era antes, hasta que empezó "el problema de
los curas". Recuerdan a algunos muy dedicados, que llevaban hasta veinte
pueblos cada uno. Pero "el golpe final" a la liturgia en esta aldea
llegó poco después del
Covid: "Acabó con nosotros. En poco más de un mes murieron tres… así
que ya no hay misa", lamenta.
Se
despiden alegres de Religión en Libertad,
relatando con emoción su boda celebrada un 24 de diciembre de 1972 en la Virgen
de la Cueva, a pocos kilómetros de la aldea. Hasta que sus fuerzas se lo
permitan, Dulce y Cesáreo aseguran que continuarán dedicándose por entero a su
capilla y a la virgen que alberga, "la Santina de Riofabar". Por
ahora, que siga en pie depende solo de ellos.
José María Carrera
Fuente: Cari Filii/ReL