Hablar de talento humano es una expresión muy amplia, porque se refiere, entre otras cosas, a los dones que Dios nos ha dado para transformar nuestros ambientes
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Monica Muñoz |
La parábola de
los talentos es una de las más conocidas de los santos Evangelios, donde se
narra que un hombre, antes de irse de viaje, manda llamar a sus servidores para
repartirles unos talentos, que los estudiosos de la Escritura nos han dicho que
era la moneda de aquellos tiempos.
A uno le da
cinco, a otro dos, y al último, solamente uno. Sabemos lo que pasó: los
dos primeros duplicaron el capital y el tercero lo enterró por miedo a
perderlo, porque el dueño era exigente y cosechaba donde no había sembrado, por
eso, se le quita su único talento para dárselo al que tiene diez y lo echan
fuera, al lugar de tinieblas donde hay llanto y rechinar de dientes (Mt
25, 14-30).
Muy dura la
parábola, si nos ponemos a pensar que los talentos que el Señor no ha dado no
son para nuestro provecho solamente, sino para hacer el bien con ellos y
ponerlos al servicio de los demás. Y si hablamos ahora de los dones y
cualidades que Dios nos ha dado, la responsabilidad de desarrollarlos es mayor,
no vaya a pasarnos como al que enterró el suyo.
¿Qué es el
talento humano para el mundo?
Pero, ¿qué es
el talento humano, en otros ámbitos del conocimiento? En la administración
actual, se llama así a las personas que están altamente capacitadas y
calificadas para ejercer un cargo, a las que hay que cuidar mucho porque no
será fácil retenerlas, si encuentran un mejor empleo.
Ahora bien,
si trasladamos esta terminología al ambiente eclesial, podríamos decir que
el talento humano son todos los hombres y mujeres que ponen sus capacidades al
servicio de un apostolado o tarea evangelizadora concreta. No es fácil
mantener a estas personas si no se les da lo necesario para permanecer activos
y dando frutos, por eso, hay que motivarlos para que se acerquen a los
sacramentos y a la oración, de este modo, serán más efectivos y crecerán
espiritualmente para gloria de Dios y su propia salvación.
Poner nuestras
cualidades al servicio de Dios
Por eso nuestro
deber como cristianos es cultivar esas cualidades y ofrecerlas a Dios. Por
ejemplo, si alguien sabe cantar, que entre al coro; si sabe dibujar, puede
apoyar en la catequesis; si habla bien, puede impartir temas; si tiene voz
modulada, puede entrar al equipo de lectores; en fin, quehacer sobra, solamente
hace falta voluntad, descubrir para qué somos buenos y ser dóciles para
dejarnos conducir en el servicio. De lo demás, Dios se encargará.
Mónica Muñoz
Fuente: Aleteia