Al comprender estas razones, comprendemos que a través de las pruebas somos forjados como verdaderos discípulos de Cristo.
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Arda savasciogullari | Shutterstock |
1.- LA PRIMERA DE ELLAS ES PRUEBA DE
NUESTRO AMOR
En un mundo que
evita a toda costa el sufrimiento, olvidamos que quien no ama tampoco quiere
sufrir. El verdadero amor se prueba en el crisol de las dificultades, en las
renuncias y los sacrificios en favor del otro. Miremos nuestras vidas y
reconoceremos que quienes más nos amaron son quienes también sufrieron más por
nosotros.
2.- LA SEGUNDA RAZÓN RADICA EN LA NECESIDAD
DE REFRENAR EL ORGULLO, QUE IMPREGNA LA NATURALEZA HUMANA DESDE EL PECADO
ORIGINAL
La serpiente
tentó a Adán y Eva con la promesa de la divinidad, y esa tentación aún resuena
en nuestro corazón cuando queremos ser dueños de nuestra propia vida y destino.
Reconocer nuestra pequeñez ante Dios es un antídoto contra el orgullo,
haciéndonos volver humildemente al Padre.
3.- EN TERCER LUGAR, LA TENTACIÓN ES LA
OCASIÓN DE CONFUNDIR AL MALIGNO
Cuando
resistimos sus artimañas, la victoria es de Cristo, y el diablo es derrotado.
Somos instrumentos de la gracia divina que contrarrestan las asechanzas del
enemigo, y así podemos cantar victoria en Cristo Jesús.
4. LA CUARTA RAZÓN ES LA NECESIDAD DE
FORTALECIMIENTO ESPIRITUAL
Así como un
soldado se fortalece en la batalla, nuestra fe se fortalece al enfrentar y
vencer las tentaciones. No podemos crecer espiritualmente sin pasar por los
desafíos y pruebas que nos hacen madurar en la fe.
5.- FINALMENTE, LA QUINTA RAZÓN ES REVELAR
NUESTRA DIGNIDAD
El diablo no
pierde el tiempo con lo que no tiene valor. La tentación muestra que somos
preciosos a los ojos de Dios, porque el enemigo invierte sus artimañas contra
los que tienen el tesoro invaluable de la gracia y la vida eterna. Nuestra
vocación de hijos de Dios es signo de nuestra dignidad e importancia en el plan
divino.
Al comprender
estas razones, comprendemos que a través de las pruebas nos forjamos como
verdaderos discípulos de Cristo, revelando la grandeza de nuestra vocación de
hijos de Dios.
Seminarista Igor Pavan Trez, vía Facebook
Fuente: Aleteia