El Prefecto del Dicasterio para las Iglesias Orientales comenta el nombramiento que recibió del Papa e insiste en la referencia al martirio que conlleva
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2023.02.23 El futuro Cardenal Claudio Gugerotti, Prefecto del Dicasterio para las Iglesias Orientales |
Reflexiona
sobre la misión de paz deseada por Francisco para la guerra en Ucrania, país
del que fue nuncio, advirtiendo de las complejidades de la historia de estas
regiones. Sin embargo, subraya que "nuestra diplomacia no es una
diplomacia de cálculos, es una diplomacia de utopías posibles".
El veronés
Claudio Gugerotti figura entre los 21 nuevos cardenales anunciados por el Papa
Francisco para el próximo Consistorio del 30 de septiembre. Prefecto del
dicasterio para las Iglesias Orientales desde enero de este año, ha sido nuncio
apostólico en varios países de tradición cristiana oriental: desde 2002 en
Georgia, Armenia y Azerbaiyán; en 2011 en Bielorrusia; en Ucrania de 2015 a
2020 (el país con más católicos de rito oriental), y después en Gran Bretaña. A
continuación, la entrevista concedida a Vatican News.
Su nombramiento
se produce poco después de su regreso al Vaticano como Prefecto del Dicasterio
para las Iglesias Orientales. ¿Cómo lo recibió?
Me llegó de
forma bastante inesperada. No estaba escuchando el Ángelus, en un momento dado
el teléfono explotó [de mensajes] y no entendía la causa. Todos decían
'felicidades, felicidades'. Pensé que tal vez había olvidado mi onomástico...
Luego lo comprendí.
Lo vivo sobre
todo como una responsabilidad que me parece especialmente significativa, pero también
pesada, porque el púrpura no es el púrpura de la gloria, es el púrpura de la
sangre. Y he visto mucha sangre en mi misión de nuncio. He visto a tanta gente
rendir su tributo a Cristo con sangre, e incluso simplemente la violencia que
ha sobrecogido a tantas personas y que ha tomado esta forma.
Ahora me exige
el Papa la disposición, y antes lo hizo Dios, de ser fiel a la Iglesia y al
Papa hasta dar la vida, si es necesario.
De hecho, me he
identificado mucho con las palabras del Patriarca latino de Jerusalén. Además,
la competencia del Dicasterio no es sólo sobre Oriente Medio, sino sobre
Etiopía, Eritrea, Ucrania. Todas las zonas, o casi todas, que viven actualmente
sucesos particularmente sangrientos, que no es casualidad que les afectan, en
el sentido de que el Oriente cristiano ha sido siempre una reserva de fidelidad
a Cristo hasta el martirio. Pensemos en lo que fueron las grandes Iglesias
orientales, hoy reducidas a poquísimas personas. Y no por azar, sino porque la
violencia de los hombres y de las culturas las ha llevado casi a la
desaparición. Por eso, está casi en el ADN de las Iglesias orientales este
vínculo tan profundo con el testimonio martirial.
Entonces, ¿le parece
bien que el Papa Francisco haya creado una Comisión de Nuevos Mártires con
vistas al Jubileo?
Ciertamente. Es
la continuación de una intuición que fue de Juan Pablo II en su momento, que
aportó una gran novedad a la Iglesia y que ahora, en términos aún más
radicales, nos lleva a esa unión, a esa comunión en el martirio que es
verdaderamente un misterio escondido en Dios porque supera todos los límites y
las barreras entre las Iglesias, entre las religiones. En este caso
especialmente entre confesiones cristianas. Es una unión ya realizada en la
sangre. Por eso esta institución me ha impresionado mucho y me ha edificado
mucho y a la que, si soy llamado a ello, colaboraré de todo corazón.
La suya es
también una púrpura que encaja en el escenario de la misión de paz del Papa,
primero en Kiev y luego en Moscú. ¿Cómo ve el resultado de las conversaciones y
reuniones del cardenal Zuppi y, más en general, la vía diplomática que la Santa
Sede está siguiendo para ayudar a crear vías de paz en la guerra de Ucrania?
Lo que puedo
decir con toda claridad es que el Papa Francisco siempre ha buscado y deseado
la paz más allá de toda posibilidad razonable, y esto se deriva de su profunda
fe, la fe que va más allá de la razón. Y el amor está antes y después de la
razón. Recordemos que cuando yo era nuncio en Ucrania, el Papa Francisco hizo
aquella colecta que recaudó 16 millones de euros para los que entonces ya
estaban desplazados en el Dombás y que a mí me tocó gestionar yendo a comprobar
personalmente que hasta 800 mil personas se beneficiaban de la ayuda que el
Papa y los católicos en Europa habían podido enviar. Hay una continuidad
constante que se remonta a la época del origen de la Unión Soviética cuando el
Papa enviaba convoyes humanitarios enteros al recién nacido imperio soviético,
llamémoslo así, independientemente de la ideología. Es decir, la política de
los Papas siempre ha sido y sigue siendo una política de esperanza más allá de
la esperanza. Nuestra diplomacia no es una diplomacia de cálculos, es una
diplomacia de utopías posibles.
¿Cree que
algunos comentarios fueron demasiado simplistas?
Exacto. La
percepción es que haciendo cuentas sobre lo que puede ser útil para acabar pronto
con ello, acabamos con todo el mecanismo de conocimiento de ese mundo y su
complejidad. Cuando la caída del Muro de Berlín provocó el gran entusiasmo por
la libertad recién encontrada, nos detuvimos ahí. No fuimos a ver lo que
ocurrió al día siguiente, cuando la gente perdió todo el dinero que tenía en el
banco y se vio obligada a hacer cola durante horas para conseguir un trozo de
pan. Es una situación reciente que destapó los nervios de los pueblos
soviéticos y creó un resurgimiento, quizá también porque el régimen había
mantenido muy reprimido este sentimiento, el resurgimiento del nacionalismo,
los conflictos, las dificultades económicas, el fenómeno de los oligarcas. Son
situaciones muy complejas...
Usted ha estado
estos días en Bielorrusia como enviado especial del Papa Francisco para las
celebraciones del 25 aniversario de la coronación del icono milagroso de
Nuestra Señora de Budslau. ¿Qué se lleva de esta visita?
Una maravillosa
celebración de un pueblo que sufre en silencio y que ha encontrado en su fe una
fuerza de testimonio tan evidente, a nuestros ojos, de reencontrar su sonrisa
en torno a esta humilde efigie de la Virgen María, que para ellos es el signo
de su identidad y de su esperanza. Diez mil personas, viniendo a pie, a través
de bosques, lagos, caminos difíciles y encontrando la solidaridad en todos los
que les rodean y poniéndose de rodillas para caminar los últimos tramos fue
para mí una lección especial en una zona que está rodeada de gente que lucha
entre sí. Sobre todo, esas miradas llorosas por la cercanía del Papa, por el
alivio que sienten al no sentirse olvidados. Les conté la historia de una
ancianita de Bielorrusia que estaba tan cerca del Papa, a pesar de que él nunca
la había conocido salvo por las fotografías que hicieron. que durante seis años
el Papa preguntara cómo estaba esta señora.
Con mucha
esperanza. No sé lo que hará el Espíritu Santo porque las iniciativas de los
hombres son siempre una preparación. El Espíritu Santo nos sorprende como
sorprendió en el Concilio Vaticano II y en muchos otros acontecimientos de la
historia. Recordemos que no nos celebramos a nosotros mismos, ni nuestros
éxitos, ni nuestras preparaciones, sino nuestra disponibilidad de corazón a la
inspiración del Espíritu. Cada ocasión en la que el Espíritu puede soplar más
visiblemente en abundancia se convierte en una fiesta de la Iglesia. Así es
como yo lo afrento. Y este Consistorio, casi como el inicio del sínodo, no es
más que un recordatorio hacia nosotros, los nuevos cardenales, para que
caminemos en el espíritu de un sínodo y de una sinodalidad que constituyen la
naturaleza propia de la Iglesia como comunión.
¿Alcanzaremos
la armonía tan deseada por el Papa Francisco, una armonía plena entre los
cristianos de Oriente y Occidente?
Hace un mes
estuve en Alejandría, Egipto, como miembro de la Comisión Teológica Mixta entre
católicos y ortodoxos. Puedo asegurar que el clima a nivel personal es muy
bueno. Por supuesto, una cosa es la cercanía personal y otra la carga histórica
de los acontecimientos que han caracterizado nuestras relaciones. Necesitamos
que la fuerza del contacto personal sea tan poderosa y esté tan llena de amor
que pueda superar todas estas cargas, todos estos lastres que nos impiden
abrazarnos en público como lo hacemos en privado.
Antonella
Palermo – Ciudad del Vaticano
Vatican News