Un reportaje y un mensaje en Twitter de un periodista vasco movilizaron a miles de españoles. La lluvia de cartas a Isidro desde entonces es constante. Hay quien, incluso, se ha acercado a verlo a la residencia
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Fotos cedidas por Ibon Pérez y Residencia Amavir Mutilva. Dominio público |
Según confiesa un portavoz del centro a Alfa y Omega, Isidoro no se prodiga en palabras, pero el motivo de que nadie fuera a verle no es este, sino simple y llanamente que está solo. Sus padres lo abandonaron en un orfanato de Pamplona cuando tenía 4 años, así que no conoció a los tres hermanos que las monjas que lo acogieron le dijeron que tenía.
Pero la vida le dio una segunda familia. Regino y Lucía lo acogieron con 21 años, cuando terminó la mili, pero sus padres adoptivos fallecieron y él se volvió a quedar solo. Acabó en la calle, donde conoció a Natividad. Más tarde, ambos recalaron en Amavir, pero Nati murió en 2015 y con ella falleció también la última persona con la que se relacionó Asurmendi más allá de los trabajadores de la residencia de Mutilva.
La historia de Isidoro corrió como
la pólvora y estalló con contundencia en el corazón del periodista y tuitero
Ibón Pérez, muy sensible al tema de los mayores y la soledad después de haber
tenido a su propia abuela imposibilitada en casa. «Me removió totalmente por
dentro, así que pensé que tenía que hacer algo», explica a Alfa y Omega. Así que se conectó a Twitter y el 29 de enero de 2023 escribió:
«Isidoro lleva doce años en la residencia sin una visita. Fue abandonado por su
madre en un orfanato, nunca conoció a sus hermanos. ¿Y si le escribimos a
saco?: Isidoro Asurmendi Goyena. Residencia Amavir Av. Anaitasuna, 29, 31192
Mutilva, Pamplona – Navarra».
Tras el reportaje periodístico y el
mensaje de Pérez Isidoro recibió un aluvión de cartas desde todos los rincones
de España. Tras su lectura, Amavir las editó en un libro que regaló a su
residente. «Hubo gente que incluso se acercó hasta el centro para hacerle una
visita. Otros se movilizaron a través de internet y le enviaron una camiseta
del Osasuna, equipo del que es aficionado y que le ha invitado a ver un partido
en el estadio El Sadar», según la residencia. Hasta el Ayuntamiento de su Potes
natal le envió un lote de productos típicos de la tierra.
Ejemplo de Fratelli tutti
Los últimos en sumarse a la ola de
solidaridad han sido los alumnos de Religión del instituto Ángel de Saavedra de
Córdoba, que la semana pasada enviaron sus misivas a Asurmendi. «Le hemos
mandado unas 50 cartas. Unos le hablaban de sus vidas, otros le contaban
anécdotas graciosas del instituto. Cada uno lo que quería, pero ha sido
impresionante», confiesa la profesora María del Carmen Morales, que propuso
esta actividad como un ejemplo práctico de la encíclica Fratelli tutti. «La estábamos viendo en clase y,
como habla de los descartados, pensé que podíamos hacerla realidad ofreciendo
un poco de compañía postal a esta persona», añade.
Algo similar han hecho con sus
propios abuelos, a los que los alumnos han mandado también textos de su puño y
letra. «La verdad es que no pude contener las lágrimas al leer algunos»,
confiesa Morales. La iniciativa, además, coincidió en el tiempo con las
catequesis que el Papa dedicó a la relación entre nietos y abuelos. En una de
ellas, precisamente, estaba presente Ibón Pérez, que había acudido al Vaticano
para entregar al Pontífice el cuadro de un pintor amigo suyo que había muerto
recientemente. Le había prometido que llevaría su obra a Francisco. «Recuerdo
que, mientras esperaba para saludarlo, el Papa le habló a la gente de la
importancia del diálogo entre generaciones. Así que, de alguna forma, lo del
tuit sobre Isidoro es una forma de contribuir a esa petición», concluye Ibón
Pérez.
Un diálogo entre generaciones que Alberto Garrido y Álex, que son padre e hijo, han decidido tener con Asurmendi, al que no conocen a pesar de que viven a menos de un minuto andando de la residencia Amavir. «Vi el tuit de Ibón, le propuse a Álex —que tiene 7 años— escribirle una carta y le encantó la idea. Incluso quería conocerle y llevarle un bizcocho», explica su padre, que ha visto en la historia de soledad y solidaridad de Isidoro e Ibón una oportunidad para que su hijo se haga consciente de la importancia de no descartar a los mayores. «Se está perdiendo la relación con los abuelos y es una pena. Al mío, que falleció el año pasado con 93 años, lo veía de pequeño todo los días y era algo maravilloso. Me acuerdo de mil detalles y, sobre todo, de las charlas con él».
José
Calderero de Aldecoa
Fuente:
Alfa y Omega