Es el caso de Bassel Habkouk, un joven católico libanés y padre de dos hijos.
Bassel Habkouk, superviviente del terremoto de Turquía con sus dos hijos. Dominio público |
No
son pocos los rescates "in extremis" de
los que se han hecho eco los medios, calificando algunos de "milagrosos".
El
caso de Bassel Habkouk,
un joven católico libanés y padre de dos hijos, fue sin duda uno de estos
últimos.
Para
Habkouk, el 6 de febrero iba a ser el comienzo de una agradable visita junto a
su amigo Elías Al-Haddad. Habían aterrizado hacía escasas horas cuando el
terremoto de Turquía de magnitud 7,8 sacudió indiscriminadamente también a su
país vecino sirio.
Entre la vida y la muerte
Atrapados
entre los escombros, las siguientes
52 horas fueron una auténtica lucha entre la vida y la muerte de los
dos amigos.
"Elías
me habló y me pidió ayuda, pero yo no podía moverme ni hacer nada por él", relató
Habkouk a ACI Mena. Pasadas seis horas, dejó de escuchar su voz.
Atrapado
en un pequeño espacio de 2 metros de largo y unos 40 centímetros de ancho, con
algo de comida encima y ante el frío del invierno, el libanés y padre de dos
hijos se las ingenió para tratar de llamar la atención de los equipos de rescate.
"Encontré
un tubo de plástico de aproximadamente un metro de largo y lo usé para golpear
los escombros a mi alrededor para que los equipos supieran dónde estaba",
relata.
La
desesperación aumentó cuando, tras oírle, acudieron los equipos de emergencia
pero en lugar de
rescatarle a él, salvaron a otra víctima que se encontraba cerca del
foco de ruido que logró hacer Habkouk.
Durante
cinco horas, los equipos de emergencias estuvieron rescatando a otros heridos y
atrapados que estaban cerca del libanés y se marcharon, sin ser conscientes de
que seguía bajo los escombros: así empezó un nuevo espacio de tiempo de agonía y soledad para
Habkouk. O eso creía.
"María no me abandonó"
En
el momento en que los escombros cayeron sobre los dos amigos, el libanés no
pudo evitar proferir un grito instintivo: "¡María!".
Durante
los siguientes segundos, Habkouk repitió con insistencia su nombre y cuando
cesó la sacudida comenzó a
rezar insistentemente el rosario rodeado de piedras y hierro.
"Dios me protegió y la Virgen María
no me abandonó", dijo, convencido en que la oración le daría la fuerza
para resistir la desesperación y fe en que sería rescatado.
Cincuenta y dos horas después -más de
dos días completos- Habkouk vio la luz cuando se aproximaron hacia él los
equipos de seguridad turcos. Eran las 7 de la mañana del 8 de febrero.
Aquella
no fue la primera vez que acudía a la intercesión de la Virgen.
Una infancia educado en la devoción a
María
"Desde
niño me criaron en las tradiciones y costumbres de mi pueblo, Magdouché. Allí
me enseñaron la importancia de las fiestas católicas, creo en el Señor y he buscado la intercesión de Su
madre, la Virgen María, a lo largo de mi vida", explicó.
En
Magdouché, a 50 kilómetros al sur de la capital de Líbano, no es raro ver a sus
habitantes haciendo la señal de la cruz cada vez que salen de la localidad.
Mientras pronuncian una jaculatoria, "en ti ponemos nuestra esperanza, oh Madre de Dios".
"Y
así continúan adelante, confiados en el Señor por la intercesión de la Virgen
María y agradeciendo su cuidado, especialmente en los viajes más
difíciles", explicó.
Pero
fue su madre, sobre todo, la que se encargó con su ejemplo de fomentar en
Habdouk la fe en Dios y la devoción por María y los santos. Cada mañana
recuerda cómo iba al
santuario de Nuestra Señora de Mantara a pedir la intercesión de la
Virgen y la protección de sus hijos.
Sano y salvo gracias a la Virgen
"Cuando
empezó el devastador terremoto de Turquía, ella le prometió a la Virgen María
que si su hijo regresaba sano y salvo de Turquía, bajaría descalza desde el pueblo hasta el santuario de Nuestra
Señora de Mantara y entraría conmigo en la cueva donde se erige el
monumento.
"Al
regresar a casa, ella cumplió su promesa", mencionó.
El
joven libanés no puede describir con palabras la felicidad que le invadió al
volver a su hogar, a salvo, junto a su familia, ante una recepción de
multitudes y el atronador repique de campanas.
"La alegría de la gente de
Magdouché era indescriptible. Estoy muy agradecido por el amor de todos los
que me recibieron", concluye.
Fuente: Cari
Filii.