Los ángeles buenos, entre ellos los de la guarda, ejercen pues un verdadero imperio sobre los demonios privados de esta alta perfección
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Intentos de «secuestro» de hombres
Desterrado del cielo, el demonio
trabaja incansablemente para raptarlo de los hombres.
Quiere alejarnos de Dios, de ese
Dios infinitamente bueno e infinitamente amable -cuya privación le es tan
sensible y le causa un tormento ininterrumpido- para hacernos desgraciados
para siempre. Ese es su negro designio.
Del pecado venial al mortal
Él, por tanto, se esfuerza por
disminuir el amor divino en nuestras almas con el pecado venial y la tibieza,
luego destruirlo con el pecado mortal y, después de la caída, cerrar nuestro
corazón a la esperanza.
En una palabra, quiere arrastrarnos
a su rebelión y hacernos, como él, odiar a Dios por toda la eternidad.
Odio «ingenioso»
«El odio de los demonios, por una
emulación infernal de la caridad divina, sabe hacerse todo para todos. Es
extremadamente ingenioso, y todos los medios son buenos para ello. La ciencia
disponible para este odio es, además, duplicada por una terrible experiencia.
Son miles de años los que los demonios han estado lidiando con los hombres.
Conocen maravillosamente todos los recursos de la naturaleza humana; y, si son
más hábiles que todos nuestros fisiólogos y todos nuestros psicólogos, son
también más expertos que todos nuestros moralistas o todos nuestros políticos».
Charles Sauvé, S.-S., L’Angelo e l
hombre íntimo, p. 108
Poder «aterrador»
Un conocido monseñor, estudioso de
la demonología, describe así el poder de los demonios:
«Su poder natural es aterrador.
Pueden sacudirte el ánimo, quitarte las imágenes que guardas de las cosas,
sacar a la luz aquellas que saben que son más peligrosas, porque ven que las
prefieres. Pueden llevarte a los sueños y, a través de vapores encantadores,
traerte diseños oscuros. A tu menor emoción, adivinan tus pensamientos
secretos. Se deslizan como serpientes, se lanzan como leones. Pueden ligarse a
ti como tu sombra, te rodean, asedian a todos. El aire está lleno de ellos,
como dice san Juan Crisóstomo, y no es desde lejos que disparan sus flechas.
Están allí donde tú estás, y si tienes la intención de ir a otra parte, están
allí antes que tú. Pueden afectar tu salud y causarte, como atestiguan los dos
Testamentos, enfermedades reales y mortales. Pueden atormentarte de mil
maneras, obsesionarte».
Obispo Gay, Sermones, 2, pp. 22-23
El ángel de la guarda
Sin embargo, el odio y el poder del
diablo son inferiores al amor y el poder del ángel de la Guarda.
El Ángel de la Guarda nos ama con
un amor profundo. Nos ama más de lo que el demonio puede odiarnos, ya que
el odio del demonio no es más que un odio natural, y la caridad de nuestro
ángel de la guarda es una amistad sobrenatural, divina.
Amor y obediencia
Seguramente nuestro buen ángel se
regocija en obedecer la voluntad de Dios cumpliendo su papel de guardián.
Pero lo que más nos debe tocar es
que el amor que nos lleva no lo atrae en menor medida que la obediencia.
Este amor se puede comparar con
todos los amores creados: el amor de un padre, el amor de una madre, etcétera.
La fuente del amor del ángel
guardián
El Amor del ángel de la guarda
tiene su fuente en el mismo Corazón de Jesús, corazón que arde de amor por nosotros.
Nuestro buen ángel sabe que el Hijo
de Dios se ha dignado honrar la naturaleza humana hasta revestirse de ella, y
que nos ha obtenido ser coherederos del reino celestial.
Él ve en nosotros a los miembros,
hermanos y amigos de Cristo, y nos ama tanto más como Dios nos ama con un amor
infinito.
Reina
Si el Ángel de la Guarda testimonia
un amor muy vivo, es también por respeto a la augusta Virgen María.
Ella es su Reina: él la reverencia,
la bendice y se complace en compartir sus sentimientos.
Y como es nuestra Madre -¡y qué
Madre!-, se asocia gozosamente al tierno amor que esta Madre incomparable
tiene por todos nosotros, sus felices hijos.
Un lugar entre los ángeles
En el ardor de su amor, un amor que
no conoce egoísmos ni celos, ya que es todo puro y todo celestial, nuestro buen
ángel se esfuerza con fuerza para que ocupemos un día nuestro lugar entre los
ángeles; en el mismo rango, e incluso más alto, si agrada a Dios.
Las criaturas más cercanas a Dios
A este amor, el ángel de la guarda
une un gran poder, un poder mayor que el del diablo.
Todo poder está originalmente en
Dios; a Él pertenece el imperio universal sobre todas las criaturas.
Y estas participan de su primacía,
de su autoridad, según se acerquen más o menos a Él.
Ahora bien, las criaturas más
cercanas a Dios son las más perfectas, y entre los diferentes grados de
perfección, el más eminente es el de los espíritus que gozan de su presencia en
el cielo.
El ángel desertor
Los ángeles buenos, y entre ellos
el ángel de la guarda, ejercen pues un verdadero imperio sobre los demonios
privados de esta alta perfección, y los gobiernan a su manera. Tal es la
opinión de san Agustín:
«El ángel desertor de la vida y
degradado por el pecado , dice, está gobernado por el espíritu que ha
permanecido vivo, razonable, piadoso y justo».
De Trin ., lib. 3, c 4
Santo Tomás y Lucifer
El poder de los ángeles es tal,
según santo Tomás , que el más pequeño de ellos manda al mismo
Lucifer, y se hace obedecer. La prueba que da es que la fuerza de la
justicia divina, a la que se adhieren, es superior a la de todos los espíritus
infernales (I, q. 109, 4).
El Apocalipsis
Este dominio del ángel fiel sobre
el ángel prevaricador se expresa de manera fecunda en el Apocalipsis:
«Vi a un Angel que bajaba del cielo
y tenía en su mano la llave del Abismo y una gran cadena. Dominó al Dragon, la
Serpiente antigua – que es el Diablo y Satanás – y lo encadenó por mil años. Lo
arrojó al Abismo, lo encerró y puso encima los sellos.
Ap. 20
Marcello Stanzione
Fuente: Aleteia