Han vivido momentos malos, sobre todo al principio, porque muchas de las personas a las que visitaban se inquietaban al saber que no eran musulmanas y las exhortaban a convertirse al islam.
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Pauline, Pauline y Bernadette, las tres religiosas de Burkina Faso que viven en Timimoun (Argelia) |
Todos sus habitantes son
musulmanes. Todos, salvo
tres.
La
llegada
Se trata de tres religiosas de Burkina Faso, pertenecientes a las
Hermanas de Nuestra Señora del Lago, una congregación autóctona fundada en
1967 por dos misioneros de los Padres Blancos, Denis Tapsoba y Alain Gayet.
Medio siglo después, se encuentran en plena
expansión, y en 2014 las
tres mujeres llegaron a la localidad para sustituir a las Hermanas
Blancas, que habían unificado casas en la comunidad de Gardaya, unos 600 km al
noreste de Timimoun.
La hermana Pauline, la hermana Bernadette (la superiora) y una segunda hermana Pauline ocuparon su lugar
en condiciones muy complejas. No sabían árabe (solo francés, idioma corriente
en Argelia pero no en esas latitudes), no conocían el país y no sabían por
dónde empezar. La hermana “blanca” que las acogió para el relevo las puso en
contacto con algunas familias amigas y al cabo de un mes se fue.
Una obra
de nueve años
Se pusieron en marcha. Una hermana Pauline
continuó la obra de promoción
de la mujer emprendida por su predecesora, dando clases de cocina y
costura desplazándose en moto por la zona. La otra Pauline empezó a dar clases de apoyo a los
escolares.
Y Sor Bernadette emprendió una tarea nueva: la
atención a niños con
discapacidad. Hay un centro local para ellos, pero no se hace cargo de los
más graves. Así que se presentaba en las casas donde sabían que vivían estos
pequeños, ofreciéndose para atenderles. Luego empezaron a asistir también a adultos. La obra fue
creciendo, sobre todo cuando empezaron a recibir ayuda de una asociación
argelina para la discapacidad.
Y empezaron a llegar voluntarias (hasta cinco), como la madre de uno de los
chicos, una antigua profesora que había dejado de trabajar para dedicarse a su
hijo y consiguió un nuevo local. Lo que amplió la obra social, y hoy tienen
inscritos 120 niños
menores de 15 años. Les atienden dos o tres veces por semana, pues algunos
tienen que desplazarse desde bastantes kilómetros.
El valor
de la vocación cristiana
En declaraciones al portal de la Iglesia católica en Argelia,
que recoge esta historia, Bernadette explica que estos años de trabajo le han
servido para comprender la importancia
del sacramento de la confirmación, que antes no entendía, y han confirmado
su vocación de bautizada y
de consagrada.
Han vivido momentos malos, sobre todo al
principio, porque muchas de las personas a las que visitaban se inquietaban al
saber que no eran musulmanas y las
exhortaban a convertirse al islam.
Hoy es distinto, porque todos en Timimoun saben
de su vida de oración, es incluso algunas familias mahometanas les piden que recen por ellas cuando
tienen alguna necesidad especial. Ahora sí que las tres religiosas ven un
sentido a su presencia en el desierto, que al principio les costó asumir, y dan
gracias por ello.
Necesidad
de formación
“Los dos primeros años nuestra vida fue muy
dura”, recuerda, “y teníamos ganas de dejarlo, pero somos tres, casi de la
misma edad, y nos
entendemos bien. A partir de los dos años todo empezó a ir un poco mejor.
Nos hicieron falta cinco años para sentirnos realmente a gusto”.
Hablaron con el obispo para explicarles las dificultades de empezar sin
formación, sin conocimiento del país ni del idioma. Y ahora hay una joven
religiosa, la hermana Suzanne,
que se está preparando en Argel para ser luego destinada a Timimoun y unirse a
la comunidad.
En Burkina Faso el 60% de la población es
musulmana, así que las tres religiosas conocían la convivencia con personas de
fe islámica. Pero allí había también una numerosa comunidad cristiana, que en Timimoun
no existe. No hay
cristianos en 350 kilómetros a la redonda. La diócesis a la que pertenecen,
la de Laghouat, comprende todo el territorio argelino al sur de la cordillera
del Atlas, un espacio inmenso donde solo viven 2100 bautizados entre cinco millones de habitantes. Un
sacerdote viene a decirles misa desde El Menia o Beni Abés, ciudades a bastante
distancia.
Así vive, explica el reportaje de Marie France Grangaud, “esta
minúscula comunidad, aislada, frágil, que es testigo del amor de Dios en esta vasta región”.
Jesús M. C.
Fuente: ReL