El escritor Claudio de Castro ofrece una necesaria reflexión a raíz de dos experiencias vividas a la puerta de su casa
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El silencio te hace entrar en conexión con tu interior Shutterstock | phototimedp |
Recuerdo mis
veranos en la casa de madera de mi abuela, en San José, Costa Rica. En
ocasiones me enviaban a la panadería. Y me gustaba ver en el camino aquellos
cartones gastados, pegados en el dintel de algunas puertas con este
texto: «Somos católicos».
¿Tienes uno de
esos bellos letreros en casa? Mándanos una foto, nos encantaría verlo.
Te comparto el
que mi esposa Vida le encargó a su hermana Alma, quien vive en Igualada,
España.
Es un poco
diferente, pero queríamos honrar a nuestra bella Madre del cielo, la Inmaculada
Concepción y siempre Virgen María. Lo pegamos juntos Vida y yo, al lado de la
puerta principal.
Dame un
minuto… Tomé esta foto para ti.
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Claudio de Castro |
Seguro te has
preguntado el motivo de esta introducción, te explico. He tenido dos vivencias
curiosas e interesantes en torno a la imagen de este mosaico español en el que
lees «Ave María».
Cierta mañana
tocaron el timbre de la casa. Bajé a ver quién era y me encontré un grupo de
damas muy elegantes, sosteniendo bajo el brazo una Biblia, protegidas del sol
por paraguas multicolores.
No eran
católicos. Me llamó la atención y me pregunté si como católico estaría
dispuesto a hacer algo similar. Se dio esta conversación:
—Buenas,
venimos a darle a conocer la verdad, por medio de las Sagradas Escrituras. Nos
gustaría leerle un minuto lo que dice la Biblia para usted y su familia.
—Qué amables
son. Y les agradezco por dedicarme su valioso tiempo. ¿Qué tal manejan sus
Biblias?
Asintieron y
sonrieron con amabilidad.
—Si me
permiten, me gustaría mostrarles algo de la Biblia. ¿Me permiten?
—Por supuesto—
respondieron. Abrieron sus biblias.
—Les
agradecería que leamos en voz alta lo que dice en Lucas 11, 2- 4
Y
empezaron a leer el Padre Nuestro.
«Alégrate,
llena de gracia»
—Ahora sigamos
con Lucas 1, 28
Leímos juntos:
—Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo.
—Muy bien —les
dije—. Ahora pasemos a leer en voz alta Lucas 1, 42.
Y leyeron:
—Bendita tú
entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno.
—Muchas
gracias. ¿Verdad que es maravilloso el contenido de la Biblia? ¿Serían tan
amables de leer lo que dice este mosaico en la entrada de mi casa? Podemos ver
que dice: «Ave María». Ahora les explico, lo que han leído en la Biblia forma
parte del santo Rosario que los católicos rezamos. Ustedes han rezado conmigo
parte del Rosario. ¿Ven qué fácil? ¡Y es Bíblico!
Una de ellas
pegó un grito al cielo y se marchó corriendo. Nunca había visto una reacción
parecida. Le agradecí al resto del grupo y los invité a seguir leyendo esos
pasajes bíblicos.
¿Qué católico
soy?
Lo segundo que
me ocurrió fue más reciente y me movió a reflexionar un largo rato, y
créeme, aún lo estoy haciendo.
Un grupo
similar entró en la barriada donde vivo. Sus típicos paraguas, los hombres
encorbatados, una Biblia bajo el brazo y una gran certeza en sus miradas.
Cuando tocaron
el timbre de mi casa y les abrí la puerta les agradecí su amable visita y les
dije:
«Muchas
gracias, en esta casa somos católicos».
Fue como si un
rayo me paralizara. «¿Somos católicos? ¿Qué significa eso?».
No he dejado de
reflexionar sobre cómo vivo mi fe, la clase de católico que soy, mis egoísmos,
mi falta de fe, la vida que Dios me pide y la que en realidad llevo.
Cuéntame,
amable lector, ¿en tu casa son católicos?
«Pues para esto
habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos
ejemplo para que sigáis sus huellas»
Pedro 2, 21
Claudio de
Castro
Fuente: Aleteia