CAPÍTULO 55: DE LA CORRUPCIÓN DE LA NATURALEZA, DE LA EFICACIA DE LA GRACIA DIVINA.
1. Señor, Dios mío, que me criaste a tu imagen
y semejanza, concédeme aquesta gracia, que declaraste ser tan grande y
necesaria para la salvación; a fin de que yo pueda vencer mi perversa
naturaleza, que me arrastra a los pecados y a la perdición.
Pues yo siento en
mi carne la ley del pecado, que contradice a la ley de mi alma, y me lleva
cautivo a obedecer en muchas cosas a la sensualidad y no pudo resistir a sus
pasiones, si no me asiste tu santísima gracia, eficazmente infundida en mi
corazón.
2. Necesaria tu gracia, y grande gracia, para
vencer la naturaleza inclinada siempre a lo malo desde su juventud. Porque
abatida en el primer hombre Adán, y viciada por el pecado, pasa a todos los
hombres la pena de esta mancha; de suerte que la misma naturaleza, que fue
criada por Ti buena y derecha, ya se toma por el vicio y enfermedad de la
naturaleza corrompida; porque el mismo movimiento suyo que le quedó, la induce
al mal y a lo terreno.
Pues la poca fuerza que le ha quedado, es como una
centellita escondida en la ceniza. Esta es la razón natural, cercada de grandes
tinieblas; pero capaz todavía de juzgar del bien y del mal, y de discernir lo
verdadero de lo falso; aunque no tiene fuerza para cumplir todo lo que le
parece bueno, ni usa de la perfecta luz de la verdad ni tiene sanas sus
aficiones.
3. De aquí viene, Dios mío, que yo, según el hombre
interior, me deleito en tu ley, sabiendo que tus mandamientos son buenos,
justos y santos, juzgando también que todo mal y pecado se debe huir. Pero con
la carne sirvo a la sensualidad más que a la razón.
Así es también que propongo frecuentemente hacer
muchas buenas obras; pero como falta la gracia para ayudar a mi flaqueza, con
poca resistencia vuelvo atrás y desfallezco.
Por la misma causa sucede que conozco el camino de
la perfección, y veo con bastante claridad cómo debo obrar. Mas agradado del
peso de mi propia corrupción no me levanto a cosas más perfectas.
4. ¡Oh, cuán necesaria me es, Señor, tu gracia,
para comenzar el bien, continuarlo y perfeccionarlo! Porque sin ella ninguna
cosa puedo hacer; pero en Ti todo lo puedo, confortado con la gracia. ¡Oh
gracia verdaderamente celestial, sin la cual nada son los merecimientos
propios, ni se han de estimar en algo los dones naturales! Ni las artes, ni las
riquezas, ni la hermosura, ni el ingenio o la elocuencia valen delante de Ti,
Señor, sin tu gracia.
Porque los dones naturales son comunes a buenos, y a
malos; más la gracia y la caridad es don propio de los escogidos, y con ella se
hacen dignos de la vida eterna. Tan encumbrada es esta gracia, que ni el don de
la profecía, ni el hacer milagro, o algún otro saber, por sutil que sea, es
estimado en algo sin ella. Ni aun la fe ni la esperanza, ni las otras virtudes
son aceptas a Ti, sin caridad ni gracia.
5. ¡Oh beatísima gracia, que al pobre de
espíritu lo haces rico en virtudes, y al rico en muchos bienes vuelves humilde
de corazón! Ven, desciende a mi, lléname luego de tu consolación, para que no
desmaye mi alma de cansancio y sequedad de corazón.
Suplícote, Señor, que halle gracia en tus ojos,
pues me basta, aunque me falte todo lo que la naturaleza desea. Si fuere
tentado y atormentado de muchas tribulaciones, no temeré los males, estando tu
gracia conmigo. Ella es fortaleza, ella me da consejo y favor. Mucha más poderosa
es que todos los enemigos, y mucho más sabia que todos los sabios.
6. Ella enseña la verdad, la ciencia, alumbra
el corazón, consuela en las aflicciones, destierra la tristeza, quita el temor,
alimenta la devoción produce lágrimas afectuosas.
¿Qué soy yo sin la gracia, sino un madero seco, y
un tronco inútil y desechado?
Asísteme, pues, Señor, tu gracia para estar
siempre atento a emprender, continuar y perfeccionar buenas obras, por tu Hijo
Jesucristo. Amén.
Fuente: Catholic.net