Capítulo
10: EN DESPRECIANDO EL MUNDO, ES DULCE COSA SERVIR A DIOS.
1. Otra vez hablaré, Señor, ahora, y no
callaré. Diré en los oídos de mi Dios, mi Señor y mi Rey que está en el cielo:
¡Oh Señor, cuán grande e la abundancia de tu dulzura, que escondiste para los
que te temen! Pero ¿qué eres para los que te aman? y ¿qué para los que te
sirven de todo corazón? Verdaderamente es inefable la dulzura de tu
contemplación, la cual das a los que te aman. En esto me has mostrado
singularmente tu dulce caridad, en que cuando yo no existía, me criaste, y
cuando erraba lejos de Ti, me convertiste para que te sirviese, y me mandaste
que te amase.
2. ¡Oh
fuente de amor perenne! ¿Qué diré de Ti? ¿Cómo podré olvidarme de Ti, que te
dignaste de acordarte de mí, aun después que yo me perdí y perecí? Usaste de
misericordia con tu siervo sobre toda esperanza, y sobre todo merecimiento me
diste tu gracia y amistad. ¿Qué te volveré yo por esta gracia? Porque no se
concede a todos que, dejadas todas las cosas, renuncien al mundo y escojan vida
retirada. ¿Por ventura es gran cosa que yo te sirva, cuando toda criatura está
obligada a servirte? No me debe parecer mucho servirte, sino más bien me parece
grande y maravilloso que Tú te dignaste de recibir por siervo a un tan pobre e
indigno y unirle con tus amados siervos.
3. Tuyas son, pues, todas las cosas que tengo y con
que te sirvo. Pero por el contrario,
Tú me sirves más a mí que yo a Ti. El cielo y la
tierra que Tú criaste para el servicio del hombre, están prontos, y hacen cada
día todo lo que les has mandado; y esto es poco, pues aún has destinado a los
ángeles para servicio del hombre. Mas a todas estas cosas excede el que Tú
mismo te dignaste de servir al hombre, y le prometiste que te darías a Ti mismo.
4. ¿Qué te daré yo por tantos millares de
beneficios? ¡Oh! ¡Si pudiese yo servirte todos los días de mi vida! ¡Oh! ¡Si
pudiese solamente, siquiera un solo día, hacerte algún digno servicio!
Verdaderamente Tú solo eres digno de todo servicio, de toda honre y de alabanza
eterna. Verdaderamente Tú solo eres mi Señor, y yo soy un pobre siervo tuyo, que
estoy obligado a servirte con todas mis fuerzas, y nunca debo cansarme de
alabarte.
Así lo quiero, así lo deseo; y lo que me falta,
ruégote que Tú lo suplas.
5. Grande honra y gran gloria es servirte, y
despreciar todas las cosas por Ti. Por cierto grande gracia tendrán los que de
toda voluntad se sujetaren a tu santísimo servicio.
Hallarán la suavísima consolación del Espíritu
Santo los que por amor tuyo despreciaren todo deleite carnal. Alcanzarán gran
libertad de corazón los que entran por senda estrecha por amor tuyo, y por él
desechan todo cuidado del mundo.
6. ¡Oh agradable y alegre servidumbre de Dios,
con la cual se hace el hombre verdaderamente libre y santo! ¡Oh sagrado estado
de la profesión religiosa, que hace al hombre igual a los ángeles, apacible a
Dios, terrible a los demonios, y recomendable a todos los fieles! ¡Oh
esclavitud digna de ser abrazada y siempre deseada, por la cual se merece el
Sumo Bien, y se adquiere el gozo que durará sin fin!
Fuente: Catholic.net