Este sábado, 10 de diciembre, el Santo Padre recibió en audiencia a los miembros de la Comunidad del Seminario de Barcelona, España
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A los alumnos del Seminario Conciliar de
Barcelona, el Pontífice les entregó su discurso en el cual los alienta a “no
apagar nunca ese fuego que los hará intrépidos predicadores del Evangelio,
dispensadores de los tesoros divinos”.
“Queridos
seminaristas, tomen pues su rosario, y pidan a María, Reina y Madre de la
Misericordia, que los ayude a desvelar los misterios del sacerdocio al que Dios
los llama, contemplando los misterios de su Hijo, acatando que el gozo del
seguimiento y la perfecta identificación en la cruz son el único camino para la
gloria”, esta fue la exhortación del Papa Francisco en el discurso que entregó
a los miembros de la Comunidad del Seminario de Barcelona, España, a quienes
recibió en audiencia la mañana de este sábado, 10 de diciembre, en la Sala de
los Papas del Vaticano.
Es importante invocar la mediación de la Iglesia
A
los alumnos del Seminario Conciliar de Barcelona, el Santo Padre les dio la
bienvenida “a la casa de Pedro, que es la casa de toda la Iglesia”, y les
recordó que, “la oración perseverante da sus frutos”, y que es “importante
invocar la mediación de la Iglesia”. Por eso, les dijo el Papa, “no dejen de
pedir las oraciones de sus pastores y de los fieles, para que Dios les conceda
perseverancia en el camino del bien”.
“Al
hablar a los formandos hay dos tentaciones, la de centrarse en lo malo,
teniendo en cuenta sólo las experiencias negativas y la de intentar presentar
un mundo idílico e irreal. Es por ello que, manteniéndonos en este tema de la
oración con el que hemos comenzado, me ha parecido interesante un librito de un
obispo santo de vuestra tierra, san Manuel González, que desgrana en un rosario
sacerdotal lo bueno y lo malo que nos cuestiona, haciendo de ello una plegaria
que, por intercesión de nuestra Madre Inmaculada, presentamos a Dios”.
El gozo de un amor agradecido a la llamada de Dios
El
Papa Francisco también les recordó que, cuando sean sacerdotes, su primera
obligación será una vida de oración que nazca del agradecimiento a ese amor de
predilección que Dios les mostró al llamarles a su servicio. Este – afirmó el
Pontífice – es el primer misterio gozoso del que todo nace.
“En
esta fase de formación en la que se encuentran, les haría bien que en su
oración pudieran confrontarse con las actitudes de la Santísima Virgen,
preguntándose: ¿cómo estaba ella cuando Dios la llamó?, y yo ¿cómo estaba? ¿Con
qué celo me planteo mi futura vida sacerdotal?, ¿me alzaré —dice san Manuel—,
como una burbuja en una olla hirviente de amor, para llevar a Dios al mundo?
¿Lo llevaré hasta los montes, a lo más arduo y penoso?”
La riqueza del sacerdote es sólo la virtud del nombre
de Jesús
El
sacerdote, les indicó el Santo Padre, «no es un dominador de las almas por la
plata y el oro… su riqueza, su poder, es sólo la virtud del nombre de Jesús»,
eso quiere decir, hacerlo presente en la Eucaristía, en los sacramentos, en la
palabra, para que nazca en el corazón de los hombres, ser en todo y siempre su
instrumento. Para eso nos entregamos, como Jesús, en el templo, como víctimas,
para la redención del mundo.
Y,
en el último misterio gozoso hay una idea muy importante para toda su vida, no
la dejen nunca, me refiero a Jesús perdido en el templo, a ese Jesús al que
tengo que volver siempre a buscar en el sagrario. Piérdanse allí con Él, para
esperar a sus fieles: «el buen sacerdote sabe muy bien que, mientras le queden
ojos para llorar, manos con que mortificarse y cuerpo que afligir, no tiene
derecho a decir que ha hecho todo lo que tenía que hacer por las almas que le
están confiadas».
Dios nos pide el sacrificio del corazón
Invitándolos
a meditar en los misterios dolorosos, el Papa Francisco les dijo que, Dios nos
pide sacrificio, sacrificio del corazón, rindiendo nuestra voluntad, como Él
nos propone en el Getsemaní; sacrificio de la sensibilidad, en la ascesis que
contemplamos en la flagelación; sacrificio de la honra, tan española, pensando
—como cantan en el himno de Cuaresma— que buscar el laurel de la nobleza, del
título académico, del elogio mundano, nos aleja de Dios, y más bien hay que
aspirar a las coronas de espinas que nos identifican con el Señor.
“Ahí
está el sacrificio de asumir la propia cruz y comenzar un camino, muchas veces
de abandono, es el sacrificio de la vida. Mirando la cruz alzamos los ojos al
cielo y vemos nuestro destino. ¿Les parece difícil? No lo es, bastan cosas
sencillas: la cama dura, la habitación estrecha, la mesa escasa y pobre, las
noches a la cabecera de los agonizantes, los días muy temprano abriendo la
iglesia antes que los bares, y esperar, acompañando a Jesús solo, a los
pecadores y a los heridos en el camino de la vida”.
Sean intrépidos predicadores del Evangelio
Finalmente,
llegando a la contemplación de los misterios gloriosos, que son nuestra acción
de gracias por la Misa de Jesús en la cruz. El papa señaló que, después del
triunfo de la resurrección, Jesús entró en el santuario del cielo y desde allí
perpetúa esta continua acción de gracias. Verlo sentado a la derecha del Padre,
nos llama a la esperanza y nos llena de regocijo, porque nos asegura el
paraíso. Para ello Dios envía el Espíritu Santo, el único que puede enseñarnos
estos misterios, y un día, a ustedes, les dará el don de ser sacerdotes de
Cristo.
“No dejen nunca de gustar y rememorar este amor de
predilección que se derrama y se derramará abundantemente en su corazón, en su
ordenación y en el resto de sus días. No apaguen nunca ese fuego que los hará
intrépidos predicadores del Evangelio, dispensadores de los tesoros divinos.
Unan su carne a la de Jesús, como María, para inmolarse con Él en el sacrificio
eucarístico, y también, en la gloria de su triunfo”.
Renato
Martínez – Ciudad del Vaticano
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