La enseñanza católica, en 2.865 puntos... legado fértil y robusto de San Juan Pablo II
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San Juan Pablo II con aspecto de tramar algo en los años 80... y un mapa de España en la mesa. Dominio publico |
Con 2.865 puntos y 760 páginas en su versión de bolsillo,
no era un libro para memorizar, pero lo cierto es que llegó en una época en que ya casi nadie estudiaba memorizando.
Resultó ser un buen libro más bien para analizar, para consultar, para aclarar
y muchas veces para convencer.
Nació con Internet, y
quizá para "internetear"
De alguna manera, nació con Internet y ha dado
fruto con Internet y la "búsqueda por palabra clave" en infinitos
debates online. En 1991 se anunció la World Wide Web, en 1992 había 1 millón de ordenadores conectados, en 1996 había
10 millones, en 1998 nacía Google... Y ahí se colocó el Catecismo.
En la era de Internet, cuando alguien quería
saber qué enseña la Iglesia Católica sobre un tema tenía 3 opciones:
Lo que estudian los
conversos adultos
Una especie de experimento exitoso se dio a
inicios de este siglo XXI. Muchos anglicanos descontentos con la deriva del
anglicanismo y también del protestantismo se plantearon entrar en grupos en la
Iglesia Católica. Muchos se consideraban "católicos" en casi todo,
excepto en la sujeción al Romano Pontífice. Pero ¿creían de verdad la doctrina católica? Antes que
eso, otra pregunta: ¿cuál
es en realidad la doctrina católica?
Cuando estos
anglicanos llamaron a la puerta de Roma, se les pidió algo muy concreto: estudiar el Catecismo de
1992 y aceptar sus enseñanzas. Así lo hicieron, y el Papa Benedicto XVI, en
2009, con la constitución Anglicanorum Coetibus, creó los ordinarios
anglocatólicos. Hoy hay tres, en Gran Bretaña, Australia y Norteamérica, que
suman unos 9.000 fieles y 190 sacerdotes. Casi todos llegaron a la Iglesia a
través de la enseñanza de ese Catecismo.
También es el Catecismo que estudian, aunque sea parcialmente, los adultos
que vienen del protestantismo o de otras religiones o de la mera increencia.
Cuando alguien tiene una objeción ("esto no sé si lo puedo aceptar",
"me resulta difícil asentir a tal doctrina"), a menudo relee las
palabras exactas del Catecismo y encuentra que sus objeciones no eran a la
doctrina en sí, sino a muchas otras cosas que no están en el texto.
El Catecismo ha sido útil para protestantes muy cultos y versados en
Biblia y teología que se hacían preguntas sobre la doctrina católica, y la
consultaba directamente ahí. Pero también para la persona no especialmente interesada en teología, a
veces de origen muy sencillo, que se va a hacer católica, quizá por tener un
cónyuge católico, y se hace preguntas.
Hacerlo accesible a la
gente
En España, una gran difusor del Catecismo fue
José Ignacio Munilla, tanto antes como después de ser
nombrado obispo. Lo hice a través de Radio María, y luego con enseñanzas a
través de vídeos, primero
con el Catecismo completo, luego con la versión más breve que fue el Compendio del
Catecismo, que presentó en 2005 el aún cardenal Ratzinger, pocos meses antes de
ser elegido Pontífice.
Muchos católicos han tenido la experiencia de
escuchar a Munilla en la radio desgranar y detallar sus puntos y así aprender mientras conducían el
coche o planchaban o realizaban labores sencillas o mecánicas.
Hay que detallar que Ratzinger se esforzó
durante dos años trabajando en esa versión abreviada. Intentaba recuperar el estilo
dialogado de los antiguos catecismos memorísticos. El mismo Ratzinger
hablaba en el prólogo de "su forma dialogal, que recupera un antiguo
género catequético basado en preguntas y respuestas. Se trata de volver a
proponer un diálogo ideal entre el maestro y el discípulo, mediante una
apremiante secuencia de preguntas, que implican al lector, invitándole a
proseguir en el descubrimiento de aspectos siempre nuevos de la verdad de su
fe. Este género ayuda también a abreviar
notablemente el texto, reduciéndolo a lo esencial, y favoreciendo de este
modo la asimilación y eventual
memorización de los contenidos".
Pasados 17 años de la versión del Compendio, al
menos en Occidente parece que no son muchos, ni entre los practicantes devotos,
los que llegan a esa "eventual memorización de los contenidos". En
cambio, en debates doctrinales en Internet, en foros, en las cajas de comentarios
de blog, en infinidad de discusiones, el católico enseguida recurre al
copiar-pegar del Catecismo online para refutar bulos: "Lo que tú dices, no
es lo que enseña la Iglesia; lo que enseña la Iglesia está en el Catecismo en
el punto número tal y te lo copio aquí".
Otro esfuerzo: el
YouCat de 2011
Otro esfuerzo de divulgación grande fue el
YouCat, el Catecismo para jóvenes. Benedicto XVI hizo todo lo que pudo para
fomentarlo en las Jornadas Mundiales de la Juventud y otros encuentros.
Lo lanzó en 2011, en vísperas de la JMJ de Madrid y después de haber acudido
como Papa a la de Sídney y la de Colonia.
"¡Estudiad
el Catecismo con pasión y perseverancia! ¡Sacrificad vuestro tiempo para ello! Estudiadlo en el
silencio de vuestra recámara, leedlo en grupos de dos; si sois amigos,
formad grupos y redes de estudio, intercambiad ideas en internet […] Debéis conocer vuestra fe con la
misma precisión que un especialista de informática conoce el sistema operativo
de una computadora; debéis conocerlo como un músico conoce la pieza a
interpretar", escribió Benedicto, esperando que esta tercera versión de
Catecismo llegara a los jóvenes.
Pasada una década -y a falta de sondeos y
estudios, porque la Iglesia nunca hace sondeos y estudios, aunque no es pecado-
parece que hay grupos parroquiales o movimientos de adultos jóvenes o
postconfirmación (donde aún exista la postconfirmación) que usan el YouCat con
aprovechamiento en sus reuniones, pero el "estudio en el silencio,
sacrificando vuestro tiempo" no es algo que se haya generalizado entre los
jóvenes practicantes.
Y cuando, con más edad, llegan dudas en
profundidad, para la gente con más inquietudes, parece más frecuente que acudan
al Catecismo de 1992, muy accesible en Internet.
Para expresar "lo
esencial"
Cuando San Juan Pablo II presentó el Catecismo
solemnemente el 7 de diciembre de 1992, dijo que buscaba "poner de relieve
lo que en el anuncio cristiano es fundamental y esencial", expresar
"en un lenguaje más acorde con las necesidades del mundo actual, la
perenne verdad católica".
Pero al cristiano de a pie le puede costar digerir que lo
"fundamental y esencial" incluye 2.865 temas. Y al no
cristiano. Imaginemos que un amigo chino que no sabe nada de la fe nos pide que
le expliquemos "lo
esencial de vuestra religión" mientras tomamos un café. No podemos decirle
"lo esencial son 2.865 temas recogidos en un libro". Nuestro
amigo en el café está dispuesto a escuchar los Diez Mandamientos, o las
Bienaventuranzas, o el Padrenuestro, o el Credo, o la Parábola del Hijo
Pródigo, o el kerigma. Pero no la diferencia entre justicia conmutativa, legal
y distributiva del párrafo 2411.
El Catecismo fue fruto de seis años de trabajos
en los que participaron doce cardenales y obispos y un Comité de Redacción de
siete obispos diocesanos expertos en teología y catequesis, dirigidos por
Ratzinger (entre ellos estaba el español cardenal Estepa, fallecido en 2019). Juan Pablo II encargó los
trabajos después de recibir en 1985 a un grupo de padres sinodales (algunos
veteranos del Concilio Vaticano II), que al cumplirse 20 años del Concilio le pedían un "punto de
referencia" para el anuncio profético y catequético.
El cambio que hizo
Francisco
El Papa Francisco, al cumplirse 25 años del Catecismo, lo alabó como "un
instrumento importante", que "presenta a los creyentes la
enseñanza de todos los tiempos" y "pretende acercar a nuestros
contemporáneos, con sus nuevos y diferentes problemas, a la Iglesia".
Pero después, en 2018, hizo la primera
modificación significativa de un Papa al Catecismo. Era el punto 2267, que
trata sobre la pena de muerte. El Catecismo, siguiendo de cerca la Evangelium
Vitae de Juan Pablo II, decía que la enseñanza tradicional de
la Iglesia permitía la pena de muerte, limitándola por varios criterios: plena
comprobación de los hechos y del culpable, que sea "el único camino
posible para defender eficazmente las vidas humanas" y que no haya otros "medios
incruentos para defender" a las personas. Pero por las posibilidades
"que tiene hoy el Estado para reprimir eficazmente el crimen, haciendo
inofensivo a aquél que lo ha cometido", "los casos en que sea
absolutamente necesario suprimir al reo 'suceden muy rara vez si es que ya en
realidad se dan algunos'".
Esta redacción era una forma de proteger la enseñanza tradicional, pero
señalando que por razones prudenciales en la actualidad, con Estados poderosos
y eficaces sistemas penitenciarios, la protección del inocente no es argumento
suficiente para justificar la pena de muerte. El mismo Juan Pablo II fue un activista que convenció a varios
países para que abolieran esta pena o le aplicaran moratorias.
Pero Francisco ordenó cambiar el párrafo y
añadir una frase de su discurso de 2017: "La Iglesia enseña, a la luz del
Evangelio, que «la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la
inviolabilidad y la dignidad de la persona», y se compromete con determinación
a su abolición en todo el mundo". (Aquí, la modificación).
El problema de este cambio es que da la sensación de que lo que
antes era admisible, ahora pasaba a ser inadmisible, sin dejar espacio a lo
prudencial, y por designio papal.
¿Cambiar el Catecismo?
Cumplidos 30 años de Catecismo, los retos para la
Iglesia y la sociedad no han dejado de crecer. La ideología de género, el transhumanismo, los mismos conceptos
de pluralismo, democracia, participación, aspectos ecológicos, y, desde la
invasión rusa de Ucrania, los temas ligados a la cultura de la paz, gastos en
armamento, etc... plantean muchas dificultades. Vuelven viejos temas de la Guerra Fría, y se mezclan con temas
de ciencia ficción sobre inteligencia artificial, mutilaciones y prótesis
inteligentes, o internet de las cosas, datos, privacidad...
En este contexto, puede tener sentido añadir
nuevos puntos al Catecismo. O quizá
lanzar un Pequeño Catecismo Católico de Bioética (en las mochilas de
jóvenes de la JMJ de Brasil se colocó un librito de temas de bioética que puede
servir de ejemplo).
Pero muchos activistas, aprovechando que Francisco ya cambió un
párrafo, le piden que cambie otros, como los que se refieren a la
homosexualidad. No es que no les guste la forma en que se formula, sino que,
simplemente, no aceptan que los actos homosexuales sean pecaminosos. Pero no
porque se haya descubierto nada nuevo al respecto desde la ciencia: las
presiones no tienen que ver con hechos nuevos, sino con reticencias viejas como
el hombre. Básicamente, se busca facilitar el pecar. Otros activistas querrían
cambiar más párrafos, sobre temas económicos, laborales o ecológicos.
Muchos conversos
críticos cada año... y aguanta bien
Cumplidos 30 años, parece más bien que el Catecismo aguanta con salud más
que robusta. Cada año pasa la prueba de los conversos, en Kansas o en Singapur,
en clases altas de la India, de cultura de castas, o entre gente muy pobre de
África, de culturas polígamas.
Homosexuales o divorciados que se hacen
católicos dicen que aceptan la doctrina del catecismo y les ayuda a vivir
mejor. Los que no quieran esa doctrina, siempre pueden hacerse episcopalianos
(iglesia muy liberal que no deja de perder fieles).
El Catecismo se ha sometido también a la
lectura de empresarios, intelectuales, poetas, químicos y físicos... Gente inteligente de todo origen y
todo tipo de intereses ha leído sus enseñanzas y les ha dado su aprobación o,
al menos, el beneficio de probarlo.
¡Nunca hubo tantos conversos cultos, ni de
tantos orígenes tan diversos, en la Historia de la Iglesia, que sometieran un
texto así a su juicio intelectual! En ese sentido, año tras año, el Catecismo
de 1992 muestra su gran vigor y es lo que usan los catequistas que quieren
enseñar lo que la Iglesia enseña.
Parece que se consiguió lo que pedían aquellos
padres conciliares en 1985 a San Juan Pablo II: un "punto de referencia" para el anuncio profético y
catequético. Nuestra época y sociedad líquida, tirando a gaseosa, no anda sobrada de puntos de
referencia, y sería bueno proteger este.
Pablo J. Ginés
Fuente: ReL