Que la gratitud, la conversión y la paz sean los dones de esta Navidad
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Al recibir a los miembros de la Curia Romana
con motivo de las felicitaciones navideñas, el Papa Francisco recordó que la
cultura de la paz no sólo se construye entre los pueblos y las naciones, sino
que comienza en el corazón de cada uno de nosotros.
Que
la gratitud, la conversión y la paz sean los dones de esta Navidad. Fue el
deseo expresado por el Papa Francisco a la Curia Romana, recibida en audiencia
esta mañana en el Aula de las Bendiciones de la Basílica vaticana, con
motivo de las felicitaciones navideñas.
Iniciando
un extenso y rico discurso, el Papa recordó que la humildad del Hijo de Dios
que viene en nuestra condición humana es para nosotros escuela de adhesión a la
realidad, un llamado a volver a la esencialidad de la vida:
Así
como Él elige la pobreza, que no es simplemente ausencia de bienes, sino
esencialidad, del mismo modo cada uno de nosotros está llamado a volver a la
esencialidad de la propia vida, para deshacerse de lo que es superfluo y que
puede volverse un impedimento en el camino de santidad.
Agradecimiento y conversión
Al
examinar la propia existencia, siempre es necesario tener como punto de partida
la 'memoria del bien' que el Señor ha hecho por nosotros y en este sentido, la
actitud interior a la que habríamos de dar más importancia es la gratitud,
señaló.
Sin
un ejercicio de gratitud constante sólo acabaremos por hacer la lista de
nuestras caídas y opacaremos lo más importante, es decir, las gracias que el
Señor nos concede cada día.
Considerando
las muchas cosas que sucedieron en este último año, en primer lugar, “queremos
decir gracias al Señor por todos los beneficios que nos ha concedido” -
añadió el Santo Padre - señalando que “entre todos estos beneficios
esperamos que esté también nuestra conversión, que nunca es un discurso
acabado. Lo peor que nos podría pasar es pensar que ya no necesitamos
conversión, sea a nivel personal o comunitario”.
Convertirse
es aprender a tomar cada vez más en serio el mensaje del Evangelio e intentar
ponerlo en práctica en nuestra vida. No se trata sencillamente de tomar
distancia del mal, sino de poner en práctica todo el bien posible.
Entre
los acontecimientos que marcaron el 2022, Francisco recordó la celebración de
los sesenta años de la apertura del Concilio Vaticano II, que definió como
"una gran ocasión de conversión para toda la Iglesia", una
“oportunidad de comprender mejor el Evangelio, de hacerlo actual, vivo y
operante en este momento histórico. La actual reflexión sobre la sinodalidad de
la Iglesia nace precisamente de la convicción de que el itinerario de
comprensión del mensaje de Cristo no tiene fin y continuamente nos desafía”.
Lo
contrario a la conversión es el fijismo, es decir, la convicción oculta de no
necesitar ninguna comprensión mayor del Evangelio. Es el error de querer
cristalizar el mensaje de Jesús en una única forma válida siempre. En cambio,
la forma debe poder cambiar para que la sustancia siga siendo siempre la misma.
La herejía verdadera no consiste sólo en predicar otro Evangelio (cf. Ga 1,9),
como nos recuerda Pablo, sino también en dejar de traducirlo a los lenguajes y
modos actuales, que es lo que precisamente hizo el Apóstol de las gentes.
Conservar significa mantener vivo y no aprisionar el mensaje de Cristo.
Nuestro problema es confiar demasiado en nosotros
mismos
Francisco
remarcó que el verdadero problema, que tantas veces olvidamos, es que la
conversión no sólo nos hace caer en la cuenta del mal para hacernos elegir
nuevamente el bien, sino que, al mismo tiempo, impulsa al mal a evolucionar, a
volverse cada vez más insidioso, a enmascararse de manera nueva para que nos
cueste reconocerlo”.
Nuestro
primer gran problema es confiar demasiado en nosotros mismos, en nuestras
estrategias, en nuestros programas. Es el espíritu pelagiano del que he hablado
otras veces.
Necesaria una actitud de vigilancia
Además,
recordó que “denunciar el mal, aun el que se propaga entre nosotros, es
demasiado poco. Lo que se debe hacer ante ello es optar por una conversión”. No
basta una simple denuncia que “puede hacernos creer que hemos resuelto el
problema, pero en realidad lo importante es hacer cambios, de manera que no nos
dejemos aprisionar más por las lógicas del mal, que muy a menudo son lógicas
mundanas". Y en este sentido señaló que una de las virtudes más útiles que
tenemos que practicar es la de la “vigilancia”, que nos llevará a
reconocer y a desenmascarar a los “demonios educados”, que “entran con
educación, sin que uno se dé cuenta. Sólo la práctica cotidiana del examen de
conciencia puede hacer que nos demos cuenta”.
La tentación de pensar que estamos seguros
“Queridos
hermanos y hermanas, a todos nosotros nos habrá pasado que nos hemos perdido
como esa oveja o nos hemos alejado de Dios como el hijo menor”, constató el
Pontífice. “Pero la mayor atención que debemos prestar en este momento de
nuestra existencia es al hecho de que formalmente nuestra vida actual
transcurre en casa, tras los muros de la institución, al servicio de la Santa
Sede, en el corazón del cuerpo eclesial; y justamente por esto podríamos caer
en la tentación de pensar que estamos seguros, que somos mejores, que ya no nos
tenemos que convertir”.
El gran deseo de paz
Finalmente,
el Papa dedicó la parte final de su discurso al tema de la paz:
“Nunca
como en este momento sentimos un gran deseo de paz. Pienso en los mártires
ucranianos, pero también en los numerosos conflictos en curso en diversas
partes del mundo. La guerra y la violencia son siempre un fracaso. La religión
no debe utilizarse para alimentar conflictos. El Evangelio es siempre el
Evangelio de la paz, y en nombre de ningún Dios puede declararse 'santa' la
guerra".
Dirigiendo
su pensamiento a los que sufren, Francisco recordó que la cultura de la paz no
sólo se construye entre los pueblos y las naciones, sino que comienza en el
corazón de cada uno de nosotros.
Mientras
sufrimos por los estragos que causan las guerras y la violencia, podemos y
debemos dar nuestra contribución en favor de la paz tratando de extirpar de
nuestro corazón toda raíz de odio y resentimiento respecto a los hermanos y las
hermanas que viven junto a nosotros.
Construir la paz comenzando desde nosotros mismos
“Si
es verdad que queremos que el clamor de la guerra cese dando lugar a la paz,
entonces que cada uno comience desde sí mismo”, añadió, recordando las palabras
de San Pablo que dice claramente que la benevolencia, la misericordia y el
perdón son la medicina que tenemos para construir la paz. “La benevolencia es
elegir siempre la modalidad del bien para relacionarnos entre nosotros”. “No
existe sólo la violencia de las armas - recordó - existe la violencia verbal,
la violencia psicológica, la violencia del abuso de poder, la violencia
escondida de las habladurías”. De aquí su exhortación:
“Ante el Príncipe de la Paz, que viene al mundo,
depongamos toda arma de cualquier tipo. Que ninguno saque provecho de la propia
posición o del propio rol para mortificar al otro”
La
misericordia – añadió el Papa - también es aceptar que el otro pueda tener sus
límites. Incluso en este caso, es justo admitir que personas e instituciones,
precisamente porque son humanas, son también limitadas.
Por
último, señaló que perdón significa “conceder siempre otra oportunidad, es
decir, comprender que uno se hace santo a base de intentos”. “Dios hace así con
cada uno de nosotros, nos perdona siempre, vuelve a ponernos siempre en pie y
nos da aún otra oportunidad. Entre nosotros debe ser así”.
Toda
guerra, para que se extinga, necesita del perdón. De lo contrario, la justicia
se convierte en venganza, y el amor sólo se reconoce como una forma de
debilidad.
“Dios se hizo niño, y este niño, al hacerse grande, se
dejó clavar en la cruz. No hay nada más débil que un hombre crucificado y, sin
embargo, en esa debilidad se manifestó la omnipotencia de Dios”, concluyó,
expresando su deseo que la gratitud, la conversión y
la paz sean los dones de esta Navidad.
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