¿Por qué no debemos terminar el día sin hacer las paces? San Benito lo tenía muy claro hace quince siglos y ahora la ciencia lo ha confirmado. Esta es la luminosa explicación que nos dejó el padre de la vida contemplativa benedictina
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San
Benito de Nursia, padre de la vida contemplativa benedictina, nacido
hace quince siglos, lo había explicado de manera profunda y esclarecedora.
«Reconciliarse antes de la puesta
del sol»
Cuando comenzó a fundar
monasterios en Italia, especialmente el de Subiaco y el de Monte Cassino en el
año 529, Benito de Nursia constató la falta de reglas comunes necesarias para
una sana vida de comunidad entre los monjes.
De este modo, hacia el año
530, decidió escribir La Regla con
el objetivo de guiar a sus discípulos y orientar su espiritualidad: hitos que
él mismo siguió primero. Entre una larga lista de consejos espirituales,
llamados «instrumentos de las buenas obras», san Benito ofrece éste: En caso de
conflicto, hay que respetar esta regla de «reconciliarse antes de la
puesta del sol con quien se haya tenido alguna discordia». El gesto de ofrecer
y recibir el perdón permite redescubrir una relación de verdad, y aprender a
amar y ser amado.
Como toda vida, también la
vida monástica de clausura no está exenta de molestias y frustraciones
cotidianas. Frente a estas dificultades, son valiosos estos pocos «instrumentos
de las buenas obras» recomendados por el patrono de Europa y patriarca del
monacato occidental:
«No
anteponer nada al amor de Cristo».
«No
guardar rencor».
«No
desesperar nunca de la misericordia de Dios».
«Reconciliarse
antes de la puesta del sol con quien se haya tenido alguna discordia».
Este último consejo fue
retomado a su manera por el Papa Francisco en una homilía del 24 de enero de
2014 explicaba que en familia, «a veces se tiran los platos». Pero nunca,
aconsejó, «terminar el día sin hacer las paces, sin diálogo, que a veces es un
simple gesto, como despedirse ‘hasta mañana’».
Vive cada día como si fuera el
último
Pero el perdón no es algo
fácil, a veces nos supera. Para practicarlo, san Benito da este consejo que
cambia radicalmente la perspectiva: «Tener la muerte presente ante los ojos
cada día». Según el santo, para conseguir una vida feliz, hay que amar lo
esencial.
Y para entrar en la vida
eterna, como escribió el monje en el Prólogo de La Regla:
«‘¿Quién
es el hombre que quiere la vida y desea ver días felices?’. Si tú, al oírlo,
respondes ‘yo’, Dios te dice: ‘Si quieres poseer la vida verdadera y eterna,
guarda tu lengua del mal».
Así, conviene vivir cada
día como si fuera el último, recordando en todo momento que la gracia se da a
todos. Cuando esto sucede, «se dilata nuestro corazón, y avanzamos con inefable
dulzura de caridad por el camino de los mandamientos de Dios».
Como señala San Benito, la
puesta de sol simboliza el paso de la muerte y la oscuridad a la resurrección
de Cristo. «Desear la vida eterna con la mayor avidez espiritual», para él,
significa estar constantemente orientado hacia el objetivo final: «tener la
muerte presente ante los ojos cada día», pensar que esta vida tiene un final
permite vivir plenamente desde ahora, en su esencia.
Adoptar una mirada de amor
Perdonar y estar en paz
es, en definitiva, «rasgar la página en la que se escribió con malicia o rabia
la deuda del prójimo», decía el padre Henri Caffarel, fundador de los Equipos de Nuestra Señora. Perdonar es,
finalmente, cambiar la visión del otro para adoptar una visión de amor.
Es el momento del despojo total. Perdonar es encontrar en Cristo, que murió perdonando a sus verdugos, la energía para decir desde el fondo del corazón una palabra verdadera que libera y abre a la reparación, al amor verdadero y a lo eterno.
Traducción de Matilde Latorre
Marzena Wilkanowicz-Devoud
Fuente: Aleteia