El título de 'Católica' no es
apelativo histórico, sino que se le concede explícitamente el 2 de diciembre de
1496, por decisión común del Sacro Colegio y del Papa, «por sus grandes
méritos» en la fe católica y en la fe cristiana
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Isabel I de Castilla representada en el cuadro llamado la Virgen de la mosca. Dominio público |
En Madrigal de las Altas Torres nace la gran laica
misionera de España y de toda su época, Isabel la Católica. Hay que decir que
el título de católica no es apelativo histórico, sino que se le había concedido
explícitamente el 2 de diciembre de 1496, por decisión común del Sacro Colegio
y del papa, «por sus grandes méritos» en la fe católica y en la fe cristiana
Fue esta mujer casada, madre de familia y reina, la que
realizó la primera Reforma católica un siglo antes de la de Trento y medio
siglo antes de que estallara la Reforma Protestante. Esta Reforma católica que
limpió y dio nueva vida no solo al clero secular sino a todas las órdenes
religiosas. Por medio de una dirección general de la Reforma que Isabel había
creado en torno a ella y confiado, por ejemplo, al arzobispo Martín Ponce.
Una reforma de la que surgiría la renovación de la ciencia
bíblica con la primera Biblia políglota, la de Alcalá. También ese puntal de la
caridad, san Juan de Dios; ese otro del apostolado, san Ignacio de Loyola; o
aquellos de la mística, santa Teresa de Ávila y san Juan de la Cruz. Y la
santidad de todo un pueblo laico, que hemos visto encarnarse en santo Toribio,
en Rosa de Lima, en Martín de Porres, en Juan Masías, en Mariana Paredes, en el
Inca Garcilaso, o en Vasco de Quiroga
De esta Reforma, y de la misma Isabel, surgió también el
cristianismo profundo que, a pesar de abandonos muy humanos, no dejó de
inspirar la acción de los poderes españoles en América. Ya que Isabel fue la
primera en dar ejemplo, ordenando la devolución a las Islas del Caribe y la
liberación de los esclavos indios traídos a España en tiempos de los hermanos
Colón
O al establecer en 1501 a través del delegado real en
América, Nicolás de Ovando, «instrucciones claras que respaldasen en todo
momento lo que hoy llamamos derechos de la persona. O añadiendo al final de su
testamento, en 1504, el famoso codicilio en el que pide a su marido, el rey
Fernando, a su hija y heredera, Juana,» que no permitieran que los indios
sufrieran el menor daño en sus personas y en sus bienes, sino por el contrario
ordenar que fueran tratados con justicia y humanidad, que repararan el daño que
pudieran haber sufrido", que se podrá comprobar en la información de Vasco
de Quiroga de 1535, desde México, como protección isabelina de los Indios
Pero la fuerza de la Reina yace en un pueblo prácticamente
olvidado para las guías de viajes. Y sin embargo, allí se encuentra la cuna
conmovedora de una convicción que animó a toda una historia. Los restos del
palacio real, en e que nació Isabel, están encerrados en la clausura del
convento de las agustinas que sigue existiendo. Este palacio, extremadamente
modesto, no presagiaba en nada el esplendor del imperio planetario de Carlos V
sobre el que jamás se ponía el sol, ya que se trataba de una cuna de adobe y
ladrillos, de habitaciones diminutas de techo bajo y encaladas. En torno a un
patio muy pequeño de modestas galerías, tras una humilde fachada con arcos en
la parte superior y una sencilla puerta en arco ojival
En esa cuna nació una inmensa epopeya. Madrigal y su
convento de agustinas, o la iglesia de san Nicolás donde es bautizada, como
Vasco de Quiroga, que dedicará en América a gran número de fundaciones el
nombre del santo.
De Madrigal de las Altas Torres, a Granada y de ahí, al 16
de octubre de 1612 cuando los franciscanos de la región de Florida–Georgia
hasta los Apalaches escriben al rey de España, Felipe III: «Ha llegado ya la
Hora de Dios. En la cual todos os indios desean ser buenos cristianos. Y así,
de muy lejos, vienen a pedir el bautismo (...) Han venido caciques de más de
cien leguas (...). Nos ruegan nos quedásemos entre ellos (...o) nos piden
encarecidamente les dejásemos puesta una cruz y señalásemos sitios para que ellos
a su modo hiciesen iglesias (...) Vienen las manos cruzadas, ofreciéndonos su
tierra, su voluntad y su pobreza de comida»
La
hora de Dios en el Nuevo mundo. Jean Dumond. Ediciones
Encuentro
Fuente: El Debate